La globalización es la nueva excusa argentina

Por Rolando Citarella (Especial para "Río Negro")

Hace unos días atrás, un especialista en temas agropecuarios rescataba una frase del economista británico John Maynard Keynes, que decía: «Las nuevas ideas económicas son simples, casi obvias; lo difícil es desprenderse de las viejas». La frase les cabe perfectamente a los tiempos actuales que vivimos. Y más precisamente, al fenómeno de la globalización.

No obstante, si es nuestra aspiración la de tener un futuro mejor, es necesario hacer el esfuerzo. Que además no lo es tanto. Porque con poco que nos despojemos de esas viejas ideas, y de prejuicios conspirativos, aparecerá muy claro lo siguiente:

1. Que la globalización no es un fenómeno reciente. Lo que se ha modificado es su intensidad. El comercio mundial siempre existió. Pero el impresionante avance tecnológico de los años últimos trajo, además de un singular abaratamiento en los costos de las comunicaciones y el transporte, nuevas formas de trabajo y de comercialización. Y esto potenció la globalización.

2. Que lamentablemente en nuestro país, esta profundización de la globalización coincidió con la debacle del modelo económico estatista y populista vigente en nuestro país desde mediados del siglo anterior. Y fieles a nuestra forma de ser, hay más ganas de echarle la culpa de nuestros males al demonio de la globalización, que a nuestras propias falencias y defectos. Siempre hemos encontrado un culpable a mano. Y si es externo, mejor.

3. Que la globalización es un hecho de la realidad. Y resistirse a ella carece de sentido. Hoy sería como resistirse a la ley de gravedad. Significaría cerrarse para vivir con lo nuestro, cuestión que si bien es una opción, difícilmente esté en los planes de alguien que quiera un mayor bienestar para los argentinos.

En definitiva, la globalización está, y lo bueno o malo pasa por la actitud que tengamos frente a ella. Pasa por si se la ve como una oportunidad, o como un problema.

Por lo tanto, el tema es: qué haremos los argentinos para aprovechar la globalización, porque además, hay otros países que no pierden el tiempo en discusiones estériles. Por ejemplo, aprovechando la globalización, los países del sudeste asiático importan y exportan por cifras siderales (Singapur y Hong Kong lo hacen por cifras mayores a su PBI!!!!). Su alta productividad interna y los bajos costos de transportes y comunicaciones les permiten ser centros productores de bienes y servicios, aunque carezcan de recursos naturales. Y de esa manera, logran un PBI per cápita que, en el caso de los dos países citados, ronda los U$S 24.000, triplicando al indicador argentino (U$S 8.000).

Ahora bien, estos pueden parecer ejemplos demasiado extraños, por cuanto se trata de países con idiosincrasias muy diferentes a la nuestra. Veamos entonces lo que pasa con algo más nuestro, como es el fútbol.

Por efectos de la globalización, este juego se ha transformado en un excelente producto de exportación, y por ende, en un negocio extraordinario. Gran oportunidad para nosotros, que siempre nos hemos jactado de que nuestro fútbol está entre los mejores del mundo. Bueno, ahora tenemos la posibilidad de demostrarlo. Ahora podríamos venderle fútbol al mundo.

Pero claro, quien siga medianamente de cerca el fútbol local, comprenderá que son pocos los que pueden estar interesados en comprar algo que de espectáculo tiene muy poco: con canchas vacías, con juego mal intencionado, con picardías de la más diversa índole: de adelantarse la barrera, de ganar de cualquier manera, de buscar el entrevero y tirarse buscando el foul, de hacer tiempo, de discutir todas las decisiones del árbitro, etc.

Mientras tanto los europeos hacen el negocio, ofreciendo un espectáculo en serio: con canchas llenas, con presencia familiar, con juego de lealtad, sin especulación, donde el árbitro es casi un espectador más.

Todo un ejemplo: nosotros todavía festejamos la picardía de haberles hecho un gol con la mano a los ingleses; pero el negocio y el disfrute del juego lo están haciendo ellos. Y lo lamentable es que lo están haciendo con nuestros jugadores. Porque materia prima tenemos. De lo que no somos capaces es de fabricar un producto «industria nacional» de calidad. Teniendo buenos jugadores, no somos capaces de hacer un espectáculo futbolístico que pueda ser vendido al resto del mundo. Y esto del fútbol es sólo un ejemplo. Sucede con una infinidad de productos y servicios, en los que a priori tendríamos ventajas comparativas, pero no somos capaces de transformarlas en ventajas competitivas que nos den un rédito económico. Y esto no es culpa de la globalización. Es totalmente nuestra.


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