La gran escultura a partir de la chatarra

Enrique Romano siente el arte en las formas que surgen de los residuos mecánicos.

Con 78 años y más de 40 haciendo escultura, Enrique Romano es un ejemplo de lo que se ha llamado «obstinada fetichización de la chatarra», que no es otra cosa que aprovechar los residuos mecánicos para crear arte y darles una nueva funcionalidad. Desde sus talleres, o en los mil metros cuadrados de su predio en Munro, con restos de viejos aparatos y un jardín de esculturas en proceso, Romano ha edificado una obra original que se dispersa por el país y el exterior, con un reconocimiento notable. Como autoridad en la materia recorrió el interior y fue jurado en Río Negro en todo lo que es plástica, porque su obra deviene de la pintura, de donde arranca la cualidad superior que supo llevar a las formas.

-¿Cómo llegó a la escultura?

– Fue en 1960, porque antes hice pintura. Soy recibido en las tres escuelas de Bellas Artes como profesor superior de pintura, pero dejé de sentirla, aunque me gusta ver exposiciones de todo lo que tenga que ver con ella. Descubrir la escultura significó una entrega de cuerpo y alma, además de encarar la vida para subsistir con el arte, porque con el tiempo hay recompensas y reconocimiento, aunque yo nunca estoy muy satisfecho con lo que hago. En pintura yo adoraba los impresionistas, y en la escuela tuve los mejores maestros de la época, los grandes pintores argentinos, aunque el modernismo que pasaba por la pintura en esa época no era tan entendido por la sociedad, pero nosotros no nos perdíamos exposiciones y en ellas encontrábamos aquello que aprendíamos. Fui docente de arte durante 40 años desde la primarias hasta la Prilidiano Pueyrredón, donde hice 25 años de profesorado de escultura. Pintura prácticamente no enseñé, aunque si hice alguna exposición y participé en el Salón Nacional y tuve voto como jurado. Pero no sentía más la pintura, tendía al relieve, al espesor y la textura. Fue cuando se daba el informalismo en la Argentina y participé de un grupo que dio vuelta el arte.

-¿Por qué dio vuelta el arte?

– Porque se dedicó mucha gente al tema, había un sentimiento de los artistas para responder a la necesidad de la sociedad. Todo era muy estructurado y en los años 60 la cosa cambió. Aquí en la Argentina el gran exponente fue el Instituto Di Tella y sus grupos. Tuve la suerte de ser invitado por Romero Brest para la exposición más importante de escultura que se hizo en el país, el Premio Internacional Di Tella, donde concurrieron doce de los más grandes escultores del mundo en ese momento, discípulos de Henry Moore, Louise Nevelson o Lucio Fontana, que fue profesor mío, entre otros.

-¿Cómo se desempeñó entonces?

– Yo vivía en las nubes, pero no hubo una gran evolución de mi obra, porque empecé directamente con lo que hago hasta ahora, porque no soy un escultor nato de carrera, algo muy perjudicial en nuestro medio por aquellos años, porque con todos mis compañeros de Bellas Artes elegíamos la carrera y los que hacían escultura la mayoría no se podían sacar los preceptos de encima, tenían estructurada la creación, no había rupturas, sintetizaban y pensaban que modernizaban. La esencia de la obra no tenía novedad, porque habían aprendido estatuaria de los grandes maestros de una época como Bigatti, Fioravanti, Troiano Troiani o Alberto Lagos que venían del academicismo de 1850. En cambio con la pintura fue distinto y el cambio resultó más fácil. Porque trataban con un objeto formal, corpóreo y espacial que llevado a la tela resultaba en algo más subjetivo.

-¿Cómo hizo usted el cambio?

– En pintura tuve un gran maestro como Adolfo de Ferrari, un formador de grandes artistas con quien trabajé cuatro años aprendiendo la esencia de la obra. La ventaja fue que habiendo aprendido pintura pude encarar una escultura moderna, un cierto intimismo que la sola carrera de escultor no brinda. Los escultores de carrera pensaban que ciertas actitudes daban el carácter de la obra, los ojos entrecerrados daban lejanía o el dolor se sugería con la cabeza agachada, era un acento un poco extraño y muy exterior. En mi caso con la escultura me descubrí mecánico, adoro la mecánica en el sentido que me gusta la elaboración mecánica, la soldadura. Desde los años 60 estoy usando la soldadura eléctrica y eso me da un cierto rasgo personal, creo que aporté algo a la escultura con la aplicación del informalismo en formas concretas, he sostenido la obra con la técnica hasta en las grandes estructuras, para eso me sirvió también la pintura. En ese sentido probé diversos materiales pero siempre mi expresión fue a través del hierro soldado, no nuevo sino el que ya venía con formas. Por eso utilicé permanentemente la chatarra, piezas mecánicas en desuso donde yo encontraba cierto encanto en las maneras de ensamblarlas, crear las uniones.

– ¿Le gustan las obras grandes?

– Sí, porque es un desafío mucho más importante, es como la diferencia entre un cuadro y el mural, un mural se debe concebir sobre toda una pared, un gran espacio. En una escultura chica o mediana la exigencia es cierto intimismo, en cambio la escultura grande ofrece planos de dimensiones que se deben componer con armonía, los nombres vienen después. De todas maneras tuve épocas de ensayo, como si hubiera modelado o tallado madera, y aún dentro de la escultura de hierro hice cambios, como la época de usar paragolpes cromados donde el brillo era otro elemento para la obra, otras veces utilicé grandes chapas o pequeños objetos, algo que estoy haciendo ahora que tengo 50 piezas pequeñas para terminar, aunque me duelan las articulaciones.

– ¿Son más de 40 años haciendo escultura?

– Si, desde 1960, hice las primera escultura de hierro para exponer en el país, la presenté en la Sociedad Estímulo, luego tengo piezas que están en la Fundación Favaloro ( «Efluente») en un pasaje de la Clínica a la Universidad como un gran mural, otra en el Museo Fangio de Balcarce, toda de paragolpes, que gustaba mucho a este amigo que fue el corredor. Estoy restaurando una obra que se llama «Ala de Paz» que fue a un concurso de las Naciones Unidas en homenaje al Día Internacional de la Paz, hice ventas de piezas chicas al exterior y en el interior tengo piezas en casi todos los museos más importantes, todos premios adquiridos en los Salones. Son muchos años de convivir con las formas y nunca me siento satisfecho.

Julio Pagani

Un creador que mira al interior

Admirador de Fidias, Miguel Angel o Rodin, con maestros como Mario Arigotti, Lucio Fontana y Horacio Juárez, la carrera de tantos años de Enrique Romano parece resumirse en esos mil metros cuadrados de su taller- jardín en Munro ( él vive cerca, en Florida) donde está rodeado de toda la chatarra imaginable y de sus dos gatos Quinquela y Del Prette. Allí parece sentirse a sus anchas modelando formas.

Es un referente de la plástica y como tal ha sido jurado hasta en los salones de Río Negro donde en cada ciudad se realizó una movida en ese sentido que él considera importante, recuerda haber estado en Villa Regina y en Roca junto con el pintor Bertrane y donde conoció al director del museo de la ciudad, » una excelente personalidad» dice, fue el año pasado cuando ganó Rafael Roca. Tiene actuación como jurado en alrededor de 300 salones en todo el país.

Destaca la creación su momento del Salón Federal que dividió en su convocatoria a todo el país en cinco regiones que dieron una excelente muestra de sus potencialidades en pintura y escultura. En ese sentido considera que el 80 % del movimiento mayor en escultura lo tiene Chaco, «la ciudad de Resistencia está por ser declarada capital mundial de la escultura, tiene 300 obras colocadas en sus espacios públicos, exponentes de todos los grandes artistas del país y del exterior. Algunos pocos tipos con buenas intenciones, valores propios y mucho trabajo han conseguido eso». (J. P.)

foto: «Puerta del espacio» escultura de Enrique Romano.


Con 78 años y más de 40 haciendo escultura, Enrique Romano es un ejemplo de lo que se ha llamado "obstinada fetichización de la chatarra", que no es otra cosa que aprovechar los residuos mecánicos para crear arte y darles una nueva funcionalidad. Desde sus talleres, o en los mil metros cuadrados de su predio en Munro, con restos de viejos aparatos y un jardín de esculturas en proceso, Romano ha edificado una obra original que se dispersa por el país y el exterior, con un reconocimiento notable. Como autoridad en la materia recorrió el interior y fue jurado en Río Negro en todo lo que es plástica, porque su obra deviene de la pintura, de donde arranca la cualidad superior que supo llevar a las formas.

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