La gripe porcina hace estragos

Hace algunos días la Organización Mundial de la Salud informó que, de los más de 54.000 casos de gripe porcina registrados internacionalmente, 245 habían resultado mortales, lo que haría pensar que se trata de una variante relativamente benigna de la enfermedad. Sin embargo, en nuestro país la situación parece ser mucho más grave, ya que de las aproximadamente 1.400 personas afectadas hasta ayer murieron 23: la tasa de mortalidad, pues, es casi cuatro veces mayor aquí que en el mundo en su conjunto. Aunque es posible que, como afirman los voceros de distintas entidades oficiales, la discrepancia llamativa así supuesta se haya debido a que la cantidad de afectados por el virus H1N1 sea decididamente superior a la estimada por las autoridades sanitarias, parece evidente que también hayan incidido las deficiencias de nuestro sistema de salud, sobre todo en las zonas más deprimidas del conurbano bonaerense, donde abundan personas mal nutridas que ya padecen problemas respiratorios. Como señaló la Sociedad de Infectología Pediátrica, el principal grupo de riesgo está conformado por los menores de dos años con necesidades básicas insatisfechas. Será por eso que un mal que en un primer momento afectó a quienes contaban con los recursos que les permitían viajar a México o Estados Unidos se ha convertido muy rápidamente en un nuevo flagelo de los que viven hacinados en los inmensos barrios de emergencia del Gran Buenos Aires.

El que la Argentina ya ocupe el tercer lugar entre los países en que, según las estadísticas oficiales, han muerto personas afectadas por el virus de la gripe porcina es motivo de preocupación. Aun cuando la ubicación ingrata así supuesta puede atribuirse en parte a que estamos en pleno invierno y que nuestra población es mayor que la de otros países del hemisferio sur en que el frío siempre lleva consigo un brote importante de influenza estacional, es natural que se haya difundido una sensación de vulnerabilidad frente a enfermedades imprevistas. Al fin y al cabo, semanas antes de la llegada de la gripe porcina la ciudadanía se sentía angustiada por la propagación muy rápida del dengue, una enfermedad propia de regiones tropicales, que también pudo imputarse a la debilidad de nuestras defensas sanitarias. En aquella oportunidad la ministra de Salud Graciela Ocaña fue criticada por sus presuntos errores administrativos y parece más que probable que los estragos provocados por el virus H1N1 sellen su destino en el gobierno, aunque en vista de los problemas con los que ha tenido que luchar no existen motivos para suponer que a su eventual sucesor le vaya mejor.

Si bien la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y otros voceros oficiales raramente dejan pasar una oportunidad para insistir en que le corresponde al Estado desempeñar un papel protagónico en la vida nacional, el gobierno actual no ha manifestado mucho interés es remediar la ineficiencia que es la característica más notable de los organismos del sector público.

De todos modos, parecería que nuestro país ya ha adquirido una imagen internacional similar a la de México cuando, para indignación de los mexicanos, el gobierno de Cristina ordenó la suspensión de los vuelos en un intento previsiblemente inútil de mantener a raya al virus de la gripe porcina. Hace un par de días, el gobierno del estado brasileño más importante, el de San Pablo, advirtió a sus ciudadanos que les sería mejor no arriesgarse viajando a la Argentina, o a Chile, y comenzó a controlar a los pasajeros en vuelos procedentes de Buenos Aires, asestando así un golpe al turismo de invierno en Río Negro y Neuquén: se esperaba que para la temporada que acaba de iniciarse vinieran unos 30.000 brasileños, menos que en otros años a causa de la crisis económica internacional pero así y todo una cantidad significante.

Lo mismo que la suspensión de vuelos entre Buenos Aires y México que fue ordenada por nuestro gobierno, la medida tomada por los paulistas es antipática y de eficacia dudosa, puesto que una vez instalado en los centros urbanos el virus se propaga sin tener que viajar en avión, pero por lo menos sirve para brindar la impresión de que las autoridades toman muy en serio los riesgos sanitarios y de esta manera ayuda a que la gente se cuide más.


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