La guerra contra el terror

Por Alvin y Heidi Toffler

Los medios mundiales están actualmente llenos de reportes sobre cómo la campaña en contra del terrorismo afectará la economía global. Pero poco se dice sobre cómo la economía global afectará al futuro de las guerras.

En nuestro libro, «War and anti-war»» («Guerra y anti-guerra,» 1993), escribimos que cuando se presenta una nueva clase de economía, junto con todas sus concomitantes culturales y sociales, cambia también la naturaleza de la guerra. Así, la Revolución Agraria, que inició la primera ola de transformación social y económica en la historia humana, introdujo la primera ola de guerra.

La primera ola de guerra fue caracterizada por ataques de pisa y corre -pequeñas unidades- y violencia frente a frente. Los campesinos típicamente no luchaban por una nación, sino para un lord guerrero local, que les pagaba con frecuencia con nada más que con comida. Los soldados hacían la mayoría de sus luchas durante el invierno, cuando no se los necesitaba para la agricultura. Las campañas eran costosas. La organización era holgada, plana y parecida a una red. La cohesión de las unidades era fuerte, con frecuencia luchando miembros de una familia lado a lado. La comunicación entre ellos era en gran medida cara a cara. Los hombres luchaban por el «honor», para mostrar el coraje. La guerra era personal. Aunque pudieran haber compartido una religión fanática o ideología, muchas unidades militares eran bastante sobornables y podían cambiar de lado.

La historia ofrece muchas excepciones a este patrón general, pero por cientos de años ésta fue, de hecho, la forma dominante de guerra en todo el mundo. Esta guerra de la primera ola es la que mejor hacen los afganos de hoy.

La Revolución Industrial -la segunda gran ola de cambio económico y social en la historia- trajo consigo una forma de guerra totalmente nueva: la guerra de la segunda ola. La era de las máquinas produjo la ametralladora. La producción masiva hizo posible la destrucción masiva. El reclutamiento crea masas de ejércitos. La tecnología estandarizó al armamento. Las tropas y los oficiales se capacitaban. Organización burocrática. Control de arriba hacia abajo por rango de oficiales. Sistemas de armas más y más grandes, aún más letales -portaaviones, unidades de tanques, flotillas de bombarderos, misiles nucleares-. Una extensa industria de las armas. El ejército norteamericano sobresale en esta forma de guerra de la segunda ola. Pero no está diseñado para atrapar a terroristas en Afganistán.

Luego de su derrota en Vietnam, sin embargo, el ejército americano, en paralelo con el alejamiento de la economía de la manufactura masiva, comenzó a desarrollar una guerra de la tercera ola que se alejó de las antiguas a asunciones industriales sobre la guerra de masas. Tanto la economía como el ejército requerían de una vasta infraestructura electrónica.

La guerra de la tercera ola, como escribimos en «Guerra y anti-guerra», depende menos de la ocupación de la tierra y más del «dominio de la información». Esto pudiera significar destruir el sistema de comando y control del enemigo o sus capacidades de vigilancia con radar. Pero también requiere conocer más sobre el adversario que sobre uno. Significa acabar con sus «ojos y oídos» -ya sean tecnológicos o humanos- y significa alimentar información que engañe a sus planeadores y conforme sus asunciones estratégicas para la propia ventaja de uno.

También significa, como pronosticamos entonces, más énfasis en la «guerra de nichos» -operaciones especiales, naves robot, armas inteligentes, blancos de precisión, fuerzas de reacción rápida y «profundas coaliciones» que van más allá de una colección de naciones e incluyen corporaciones, organizaciones religiosas, organizaciones no gubernamentales y otros socios abiertos y secretos.

Sobre todo, la guerra de la tercera ola, escribimos, requeriría una profunda reestructura de la inteligencia, para alejarla de su énfasis de la segunda ola en la recolección masiva y técnica de información hacia una mayor dependencia de espías humanos, recolección de información más precisa, un análisis mucho mejor, mayor contacto y participación de los «clientes», mejor y más rápida diseminación a los «tiradores» de campo y un uso mucho más sofisticado de la información no secreta de «fuente abierta» disponible en la Internet, la prensa, la televisión y otros medios.

Las agencias de inteligencia, escribimos, necesitarían también hacer uso de sistemas de Software que pudieran «apuntar a los grupos de terroristas buscando relaciones ocultas en múltiples bases de datos… presumiblemente combinando esta información con información extraída de cuentas de bancos, tarjetas de crédito, listas de suscriptores y otras fuentes, este tipo de Software puede ayudar a precisar la ubicación de un grupo -o de un individuo- que se acomoda bajo el perfil de un terrorista».

Claramente, la forma de guerra de la tercera ola es mucho más apropiada al reto de Afganistán y sus terroristas y fascistas religiosos, que la vieja forma de guerra de la segunda ola que ayudó a Estados Unidos a ganar la Guerra Fría.

El Talibán controla (parcialmente) un país que todavía no ha completado su transición de primera ola de la existencia nómada a una economía agraria. Pero, irónicamente, los terroristas a quienes apoyan se extienden hacia el resto del mundo y hacen un uso oportunista de tecnologías de la tercera ola -tarjetas de crédito, la Internet, sistemas de viajes integrados, sofisticados simuladores de vuelo y mucho más- con esperanza de restaurar el mundo islámico del siglo séptimo. La coalición mundial antiterrorista, organizada por Estados Unidos y las Naciones Unidas, tiene países con economías en todos los niveles distintos del desarrollo, primera ola, segunda ola y tercera ola.

Lo que estamos viendo hoy, sin embargo, en el crudo contraste entre Afganistán y Estados Unidos no es el choque de religiones, sino un «conflicto de olas»: la primera bien definida guerra de la primera ola – tercera ola en la historia.

(©) Los Angeles Times


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