La herencia
A pesar de las advertencias desde todos los sectores, el gobierno todavía no está cayendo en la cuenta de los serios perjuicios que genera el actual proceso inflacionario. Con una seria secuela sobre la moneda, la estructura productiva y el tejido social, los actuales niveles inflacionarios están mostrando un importante poder de destrucción. Sería injusto imputar a la gestión de Cristina Fernández la causa de la inflación, aunque no se puede negar su influencia. Por más que el gobierno se empeñe en negarla, la inflación nace con el modelo “K” y germina a partir de un incremento del gasto público a niveles exorbitantes y una emisión monetaria espuria para financiar esas erogaciones. Sin llegar al grotesco del ministro de Economía, Amado Boudou, (”la inflación preocupa sólo a la clase media alta”), desautorizado enfáticamente por el Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, la inflación golpea a todos por igual. El absurdo oficial llegó, esta vez, de la mano del ministro del Interior, Florencio Randazzo, quien culpó a los empresarios de generar la inflación porque “el gobierno no tiene la máquina de remarcar precios”. Claro que Randazzo omitió decir que es el gobierno quien maneja la maquinita de imprimir billetes y lo está haciendo a una velocidad inédita, al punto tal que hay que pedir ayuda a los países vecinos para imprimir más billetes. Más moneda que bienes y servicios, hace subir el precio de esos bienes y servicios, o sea más inflación. De manual. El ABC de la economía. Sin embargo, el gobierno navega en su propia ficción. La ilusión de alimentar una demanda agregada con excedentes monetarios artificiales provocó una estampida de precios en los bienes y servicios que está alcanzando niveles inmanejables para el propio gobierno. Este proceso no es casual sino que tiene su raíz en la tozudez y en la ignorancia de la clase política dirigente que cree que, con voluntarismo, se puede ir contra la lógica económica sin tener que pagar las consecuencias. La abundancia de capitales en el mundo, los altos precios de los agrocommodities y la necesidad de mantener un tipo de cambio de ficción están aumentando peligrosamente el poder de detonación de la bomba inflacionaria. El ingreso de divisas se ha potenciado por el atractivo que ofrecen los rendimientos argentinos en el marco de un régimen cambiario que da escasas muestras de competitividad. En el mundo hay tasas cero –llegándose, en algunos casos, a cobrar por el mantenimiento de saldos en cuenta– las tasas locales aseguran retornos de más del 10%. El cocktail del modelo “K” contiene tasas negativas respecto de la inflación, lo cual desalientan la formación de ahorro interno, pero muy positivas con respecto a los rendimientos internacionales y al dólar. Si Estados Unidos avanza con el desembolso de 600.000 millones de dólares en compra de bonos, el gobierno mantendría el status quo. Si se mantiene el aluvión de dólares, el Banco Central se verá obligado a aumentar su stock de deuda para neutralizar la expansión monetaria La disminución del ritmo de fuga de capitales también juega en contra del BCRA ya que lo obliga a comprar más dólares para mantener el tipo de cambio en 3,98 pesos por dólar. En lo que va del año, el BCRA compró casi 10.000 millones de dólares. De ahora en más, la autoridad monetaria deberá hacer sintonía fina ya que deberá absorber excedentes de dólares y excedentes de pesos para evitar un deterioro del tipo de cambio y una mayor inflación. Esto tiene un costo significativo: la deuda del BCRA con el mercado a una tasa del 13% anual. Al mismo tiempo, la expansión del gasto público a un ritmo del 40% anual le impacta de lleno a la autoridad monetaria. Mientras se giran adelantos transitorios, utilidades y reservas al Tesoro para atender el gasto público, el activo del Banco Central disminuye significativamente. Este movimiento de pinzas sobre el BCRA termina por estrangular su patrimonio neto y poniendo en riesgo la salud financiera de la entidad. De allí que llama la atención cómo la presidenta del BCRA, Mercedes Marco del Pont, en un intento pueril por justificar la política económica oficial, negó que las emisiones monetarias generen inflación. (*) Analista económico
MIGUEL áNGEL ROUCO (*) DyN
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