La historia natural y un gran maestro

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Los famosos programas naturalistas de la BBC de Londres alcanzaron audiencias extraordinarias y se convirtieron en modelo de belleza y calidad para generaciones de documentalistas de la naturaleza. Uno solo de esos títulos (“Life on Earth” de 1979, el primero de una trilogía que integró “The Living Planet” de 1984 y completó “The Trials of Life” de 1990) contabilizó 500 millones de personas que se enamoraron de sus capítulos en todo el mundo. El mago de este milagro y de otros muchos que han valorizado la televisión durante años por su alto nivel científico, artístico y poético, se llama David Attenborough y es dueño, por talento y simpatía humana, de atributos excepcionales en cuanto a reconocimiento público. Cuando la British Naturalists Association le otorgó su máxima distinción en el 2007, lo hizo señalándolo como “sin ninguna duda el más conocido y más querido naturalista del mundo”; y el biólogo Richard Dawkins en un best seller reciente lo califica, ponderando la gravitación social de sus opiniones, como “quizá el hombre más respetado de Inglaterra”. Profesionalmente, Attenborough ganó en 50 años de actividad (comentados por él “de felicidad, por haber visto algunos de los más grandes espectáculos que el mundo natural tiene para ofrecernos”), la entera confianza de la comunidad científica. Gracias a ello ha tenido el privilegio de recibir la colaboración de los eminentes y a filmar investigaciones como la de Dian Fossey en Ruanda con los gorilas de montaña y en Tanzania la de Jane Goodall y sus chimpancés “dignos, sociales, gigantes y gentiles”. Son varias las particularidades que distinguen los trabajos fílmicos de este notable exponente de la gran tradición naturalista y la cultura científica del país de Darwin. Su entusiasmo y fascinación respecto al mundo natural se acompañan con erudición, equilibrio de los juicios, humanismo y pensamiento positivo. A diferencia de lo que nos acostumbran ver las producciones habituales del cable en las que se muestran, por ejemplo, vidas de animales según movimientos de cámaras que siguen tramas infantiles y supuestas, en estos documentales se recoge, aparte de la visión de una naturaleza auténtica, conocimiento científico serio y útil. Este profesor lo es de veras. Su voz, sus gestos, su mímica tan particular, todas sus inflexiones tienen la expresividad de un docente que explica con pasión lo que quiere que veamos para enriquecernos en nuestro respeto por lo vivo. Un documental editado este año en el país, en DVD y con subtítulos en castellano, tiene como tema –comentado a través de paisajes deslumbrantes y utilizando tecnologías de última generación– la biodiversidad y el impacto de la sociedad humana en el mundo natural. Lo titulan “El planeta y su status” y comprende tres partes –¿Existe una crisis?”, “¿Por qué hay una crisis?” y “El futuro de la vida”–. Sobre la primera pregunta afirma – con testimonios de expertos mundiales en biodiversidad (entre ellos Robert May y Edward Wilson, el grande de la “Biophilia”) y un viaje espectacular por múltiples ecosistemas del planeta– que efectivamente es así. Sin alarmismos, atendiendo siempre a la conciliación de las necesidades de conservación de la naturaleza con las de la vida de la gente que depende de ella, nos muestra los riesgos de extinción de especies animales y vegetales en los cinco continentes. Por deforestación, por introducción de especies extranjeras, por contaminación, por presión demográfica de nuestra especie. En este documental Attenborough comenta especialmente al problema de la sobrepoblación humana, al que considera en la raíz de la mayoría de los ambientales. Respecto a la segunda pregunta muestra cómo, de qué diversas maneras la actividad económica de los hombres está produciendo una extinción masiva de especies animales y vegetales de escala similar a la que acabó con los dinosaurios. Y, por último, sobre el futuro de la vida manifiesta que depende de nuestra capacidad de adoptar acciones y que el éxito sólo podrá venir si hay un cambio en la política y la economía de nuestras sociedades, fundamentado en el aprendizaje de una nueva ética. Tenemos, manifiesta en su mensaje de clausura sobre el estado del planeta, la responsabilidad de dejar a las futuras generaciones una Tierra que sea sana y habitable por todas las especies con las que convivimos. En los últimos años Sir David, ya octogenario, ha continuado activo y con su energía habitual en el ámbito académico y en el público. El problema del cambio climático sobre el que anteriormente se había manifestado algo escéptico, lo integró como uno de sus abogados mayores a partir de sus documentales “Climate Chaos” en los que destacó que la humanidad ha sembrado vientos y estará en futuro no lejano recogiendo tempestades. No tuvo empacho en calificar en el 2005 al presidente norteamericano como el “top environmental villain” por su política negativa para poner remedios al problema. En el 2009 se hizo patrocinador del “Optimum Population Trust”, una corporación que propone remedios para el problema de la sobrepoblación, limitarse los matrimonios a dos hijos, por ejemplo. Aparte de todo ello, ha asumido una posición en la polémica actual sobre el “diseño inteligente” que sostienen los fundamentalistas religiosos en contraposición a la idea de selección natural. Preguntado sobre si sus estudios sobre el mundo de la naturaleza lo persuadían de la existencia de un creador como el de la Biblia, respondió con su convicción científica de agnóstico y con una historia. Dijo que cuando los Creacionistas le hablan de un Dios que crea cada especie en un acto separado y ponen ejemplos de cosas hermosas como lo colibríes, las orquídeas y los girasoles, él tiende a pensar en un parásito que se aloja en el ojo de un niño sentado a orillas de un río de África Occidental, en el gusano Loa-loa que lo hará ciego. “Y les pregunto ¿me están diciendo que el Dios en quien ustedes creen, que ustedes dicen que es pura piedad y que cuida de cada uno de nosotros individualmente, están diciendo que ese Dios creó ese gusano que no puede vivir de ningún otro modo que en el globo del ojo de un niño inocente? Porque eso no me parece coincidir con un Dios que está lleno de misericordia”. (*) Doctor en Filosofía


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