La historia no contada de la planta química que contaminó San Antonio
Geotécnica extraía y fundía plomo, plata y zinc en la zona, entre 1965 y 1985.
Por PEDRO CARAM
pcaram@canaldig.com.ar
SAN ANTONIO OESTE (ASA)- Hace algo más de un mes, una tesis científica comprobó que el plomo está presente en los mejillines de l ría. Todas las miradas apuntaron a Geotécnica, la empresa minera que fundió plata, plomo y zinc en pleno casco urbano, desde la década del '60 al '80 y que depositó los restos del mineral a pocos kilómetros de la ciudad.
Ante esta situación, un equipo multidisciplinario busca la manera de saber qué impacto pudo haber generado esa actividad en la población local. Se harán muestras de sangre en niños y se estudiará en profundidad el tema. Mientras tanto,no está de más recordar cómo trabajó Geotécnica y conocer qué impacto sufrieron sus operarios. Los datos recogidos, los testimonios de los involucrados muestran que el plomo está presente en sus vidas y permiten suponer que muchos sanantonienses murieron producto de la intoxicación con el peligroso mineral.
«Todos los que trabajamos en la mina somos cortos de vista. Yo no uso anteojos porque no fui al oculista, pero Ferreyra y Antual… ¿vio los lentes que usan?», cuenta Aldo Gallardo, uno de los ex trabajadores de Geotécnica.
Gallardo se refiere a sus dos vecinos y ex compañeros de trabajo, quienes como él pasaron años dentro de esas instalaciones, sintiendo en carne propia la dureza de una labor insalubre. Pero los problemas de visión quedan en la anécdota, pasan a ser una cuestión menor ante la gravedad de lo que relatan los obreros.
«Yo empecé a trabajar en el 56, en esa época la planta de fundición todavía no existía, así que se traía el material de la mina y se embarcaba en trenes hacia Capital Federal en lo que hoy es el galpón de Casa Rionegrina, junto a la marea», cuenta Hermenegildo Ferreyra. El hombre tiene 72 años y fue encargado de compras durante varios años. Tal vez haya sido quien menos consecuencias sufrió por el plomo, ya que según dice «mucho tiempo lo pasé en la calle haciendo trámites y estaba poco en la planta».
Su relato es clave para empezar a conocer lo sufrido. Ferreyra fue delegado gremial de la empresa y fundador de la Unión Obrera Metalúrgica. «Las conquistas sociales costaban mucho, nosotros peleamos para que nos dieran la jornada de seis horas por trabajo insalubre. La empresa no quería, hasta que el Ministerio de Trabajo dictaminó que
había que hacer seis horas por turno.»
Cuando se le pregunta por sus ex compañeros y se intenta saber si recuerda a aquellos que pudieron haberse enfermado, Ferreyra responde sin vueltas: «prácticamente están todos muertos. Ahí se enfermaba mucha gente. Generalmente eran cólicos, así le llamaba el doctor. Acá se ocultaba mucho el tema de las enfermedades. Nadie se enfermaba porque en aquel entonces el director de Geotécnica era el doctor Aníbal Serra. No trascendía mucho, no se acostumbraba a echarle la culpa al plomo. Se mantenía, como quien dice, quietito el asunto».
Antonio Antual vive a pocos metros de lo de Ferreyra, justo enfrente de lo que fue la planta de fundición. Trabajó desde el 65 hasta que la firma desapareció, a mediados de los 80. También recuerda que «para no enfermarse había que cuidarse mucho. Sobre todo por el polvillo. Muchos se enfermaban y varios fallecieron».
– ¿Fallecían aún formando parte de la empresa?, quiso saber «Río Negro».
– «No, primero dejaban de trabajar, porque no podían estar adentro. Estaban un poco y se intoxicaban de vuelta», cuenta Antual. «Yo me enfermé de la garganta. En el pueblo se comentaba que era malo el humo, pero nadie le daba importancia. El polvillo salía por los galpones abiertos».
Aldo Gallardo vive en la misma cuadra. «Empecé como operario y terminé como capataz. Estuve un mes internado en Buenos Aires. Y allá me sacaron adelante. La pasé mal, no es nada bueno. Nosotros sabíamos que era peligroso, pero no había otra cosa, había que trabajar. Era muy duro. Nos provocaba dolores en las manos, calambres, ardor en el estómago y rigidez en las piernas».
Martín Ferreyra no es familiar de Hermenegildo. Pero también trabajó en la planta, al igual que un hermano ya fallecido, presuntamente por secuelas del plomo. «En el '70 me tomaron efectivo. Te hacía re mal trabajar ahí. Yo me intoxiqué con el plomo, estaba tirado, el estómago se endurecía. Era malísimo. Casi todos los que trabajamos ahí tuvimos problemas».
«El peor era uno de los hornos del que salía un humo amarillo espeso. Como dos o tres veces me internaron y el doctor Serra me decía: 'renunciá, ¿para qué trabajás ahí?'. «Claro, después que ya me había intoxicado. Yo no quería renunciar porque llevaba unos cuantos años y tenía los pibes chicos», dice Martín.
El impacto en los alrededores
Los testimonios confirman que el trabajo en la fundición provocaba serios problemas en la salud de los obreros. Pero, ¿qué ocurría en esos años en las manzanas cercanas? Los operarios lo recuerdan:
«La planta echaba bastante humo. Cuando había viento no se notaba tanto, pero el día que estaba serenito pasaba por los techos como una nube blanca y el plomo caía. Acá hay casas que no les duró el techo. Algunos empezaron a hacer la casa y cuando la terminaron ya el techo se estaba picando. Porque el óxido de plomo se mete en las ranuras y al zinc lo hace bolsa», cuenta Hermenegildo Ferreyra.
Gallardo ratifica esos dichos con su propio testimonio. «Mi casa tenía techo de chapa y pasaron nueve o diez años y lo tuve que cambiar todo porque se picó», afirma. Martín Ferreyra agrega otro dato impactante: «En el barrio no había animales, porque también los fulminaba. Ni perros, ni gatos, porque morían todos. Así que al humano creo que también lo afectaría», desliza.
«Quién sabe hasta donde podía llegar, porque la humareda blanca corría suavecito por el pueblo», dice Hermenegildo Ferreyra. El desafío ahora es establecer cuánto de aquella contaminación por plomo, producida desde la década del 60 a la del 80, y la que se pudo haber generado en los años siguientes producto de la escoria depositada a pocos kilómetros del casco urbano, siguen afectando a la población local.
Por eso, el mes próximo se hará un muestreo entre niños de entre 6 y 9 años, a los que se les extraerá sangre para determinar los niveles de plomo en la sangre.
Males sin remedio
Cada uno de los entrevistados cuenta sus penurias en la empresa o las que sufrieron luego de haber trabajado en ella.
Y además recuerdan a sus ex compañeros ya fallecidos. Todos nombran a Rogelio Cejas: «Rogelio murió posiblemente de eso. A él le afectaba mucho el plomo. Después Marcelino Feliciano, pero no fue a consecuencia de eso, bah… no sé. Porque le agarró un cáncer fulminante y lo terminó», cuenta Hermenegildo Ferreyra.
Gallardo agrega al respecto que el caso que más recuerda es el de Rogelio Cejas. «Siempre que lo encontraba me decía «me jodió el plomo». Yo lo vi después de diez años que ya no trabajaba. Yo le decía 'andá a saber si fue eso': pero él repetía que había sido el humo de Geotécnica. Se le acalambraban las manos y tenía dolores. Si no fue lo que lo mató, sí fue lo que lo arruinó».
Martín Ferreyra perdió a su hermano, según dice, producto del plomo. «A los sesenta sesenta y pico empezó con esa tos continuamente que no se le curaba, como si estuviera engripado. Y él empezó así y murió de eso. Todos los que trabajamos ahí adentro tuvimos problemas. A los empresarios no les importaba, con tal que sacáramos la producción, ellos eran felices».
«Todos éramos gente sin estudio. Con criaturas chicas, lo que queríamos era trabajar. Llevar la guita a la casa, lo que menos pensás es en protestar», cuenta Martín.
Hermenejildo Ferreyra perdió una pierna hace dos años. Pero no lo relaciona con el plomo. «Me golpeé la pierna abajo y se me hizo un tumor, hace dos años que me salió. Yo no sentí consecuencias del plomo», aunque ¿quien podría asegurarlo?
En lo poco que queda de la planta de fundición, ubicada en el acceso a la localidad, en pleno barrio La Loma, vive un linyera de apellido Entraigas. El hombre contó que también trabajó en la planta y que eso le hacía muy mal. «Los que trabajaban ya están todos muertos, o tuberculosos» dice sin ganas de hablar más.
Un médico que vio de cerca los problemas
El doctor Fernando Alonso llegó a San Antonio en 1974, recién recibido, con 28 años. El doctor Anibal Serra, reconocido profesional y entonces director de la firma Geotécnica, le ofreció ser médico contralor.
«Primero hice una inspección en la mina de donde se sacaba el mineral. Las condiciones ahí ya eran bastante precarias. Pero luego me sorprendí más al ver el trabajo en la planta. Me llamó la atención que se hiciera todo el trabajo de fundición a cielo abierto. El galpón era de chapa con puerta de entrada corrediza y aberturas laterales. A los obreros les daban una máscara y leche».
La primera revisión hizo a Alonso confirmar sus sospechas. «Estaban todos anémicos y empezaron a aparecer grados de intoxicación con plomo y cuadros de cólicos, con anemia y vómitos, producto del mineral».
«Se lo comuniqué a los directivos y se hicieron tratamientos para varios. Mis colegas decían que renuncie. Hice un chequeo en los pacientes de las viviendas cercanas, les hice hemogramas y les detecté anemia y sintomatología que podía relacionarse con el plomo. Tuve chicos con cólicos por saturnismo de las manzanas cercanas» afirma.
«Junté casuística y les llevé los datos a los directivos de Geotécnica, pero me negaron todo. Así que los presenté en Salud Pública. Me dijeron: ah sí, bueno. Debe haber quedado cajoneado». «Habré estado unos meses, tal vez un año y renuncié, porque no tenía respaldo», admite.
Desde entonces Alonso es el pediatra con más pacientes de la localidad y además lleva más de treinta años atendiendo a un par de generaciones de la ciudad.
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