La hora de la negociación 

Por: Héctor Mauriño

l vértigo del ajuste se desacelera. Pocas veces un gobierno del MPN sacó tantos conejos de la galera en sólo tres meses de gestión: decretos de ajuste, reforma administrativa, emergencia económica, transformación educativa, cambio fiscal, presupuesto con déficit drásticamente reducido… Si el oficialismo contara con una sólida mayoría en la Cámara ya hubiera provocado un cataclismo político. Pero no es así y ahora las cosas comienzan a discurrir por un cauce más pausado, no sólo por la mayor morosidad de la labor legislativa, sino también porque la palabra la tiene la oposición, un arco complejo y dispar al que el gobierno no termina de seducir.

Esta semana se produjo el primer «tour de force» con los gremios estatales. No se puede afirmar que el paro haya sido un éxito -su impacto fue relativamente bajo- y la movilización estuvo lejos de esas marchas multitudinarias que jalonaron la política local. Pero no es menos cierto que esta última fue la más consistente de los últimos tiempos. En el último período de Sapag y en lo que va de la actual gestión, el sindicalismo había visto menguar drásticamente su poder de convocatoria. En esta oportunidad, en cambio, se vio bastante gente en la calle.

Con todo, este comienzo no tuvo un tenor decisivo. Ni los gremios ni el gobierno podrán jactarse de haber llevado totalmente las de ganar. Ni uno ni otro, claro está, tuvo tampoco que encajar una temprana derrota en la pulseada por el ajuste.

Ahora las presiones de los gremios están centradas en los legisladores. El miércoles fueron a arrancarles un compromiso y si bien no obtuvieron una respuesta homogénea, en términos generales se llevaron una media palabra respecto de no aceptar el paquete de ajuste tal y como fue enviado por el Ejecutivo.

En este contexto, el gobierno, lejos de adoptar una política beligerante, se mostró en términos generales prudente y hasta contemporizador, acaso porque ya hizo los deberes y ahora su estrategia pasa por la negociación.

La advertencia más cruda -es cierto- surgió del ministro de Gobierno, Jorge Gorosito, quien reclamó a los diputados que «no cierren los ojos a la realidad» si no quieren «crear una situación similar a la ocurrida en Corrientes». Pero enseguida el vicepresidente primero de la Cámara, Federico Brollo, salió a poner paños tibios al exaltar «la preocupación y seriedad» de la oposición a la hora de discutir políticas de Estado.

A su turno, el titular del bloque del oficialismo, Julio Falleti se mostró confiado en encontrar «caminos de coincidencia» con la oposición en el tratamiento del paquete oficial. Y poco antes de partir hacia Chile, el propio gobernador rescató el diálogo con la oposición al señalar que los proyectos de ajuste «son eso, proyectos y si hay alguna modificación va a ser parte de la negociación de los legisladores».

También, y acaso para desmentir a los gremialistas que afirman que Sobisch «ya ha logrado enfrentarse con todo el mundo», sostuvo que «a nadie le gusta mandar este tipo de leyes» y aclaró que los empleados «serios y responsables» no deben estar preocupados por estas iniciativas.

En realidad, las posturas de la oposición no son uniformes y es en estas aguas revueltas donde el oficialismo se ve obligado a bucear para sacar su política adelante. La Alianza no está dispuesta a aprobar a libro cerrado la emergencia económica y plantea la búsqueda de «alternativas consensuadas».

Cuando se les señala que el gobierno nacional impulsa su propia ley de emergencia económica, los diputados de la coalición explican que son dos cosas muy distintas, porque el proyecto nacional no gira en torno de la relación con los empleados públicos, sino alrededor de otros problemas, como la suspensión de los juicios contra el Estado.

Desde el PJ, en cambio, el rechazo al ajuste es frontal. Así lo hizo saber primero el titular del bloque, «Tom» Romero, y luego, ante los propios gremialistas, el diputado Aldo Duzdevich. Lo único que estamos dispuestos a tratar, dijeron, es el proyecto de reforma de la Constitución, algo que está en un lejano segundo plano entre las prioridades del gobierno.

Entre los diputados «rojos» del MPN, en cambio, aún no hay definiciones taxativas. Aunque se escucharon críticas individuales al ajuste, el cuerpo aún no ha fijado posición. Además, la Convención del MPN respaldó por unanimidad la política del gobierno.

Precisamente, el oficialismo también mantuvo una postura prudente respecto del partido. Dilató el tratamiento de las internas para elegir autoridades -algo que resulta clave para la ortodoxia- y conservó en la conducción al «rojo» Meschini, todo con el propósito de no irritar pero evitando ceder posiciones.

Este compás de espera que atraviesa la relación del gobierno con la oposición y con sus propios rivales internos está dirigido a crear las mejores condiciones en la negociación del paquete de normas que considera esenciales para gobernar.

Sin embargo, la estrategia oficial cuenta con poco tiempo. Si no alcanza un acuerdo con la oposición, puede experimentar una rápida merma de poder de decisión y el respiro que tiene con la ortodoxia partidaria no es eterno.


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