La inquietud existencial

Alejandro Dolina volvió a los relatos con "Bar del Infierno", libro en el que busca destellos de luz en la oscuridad de la existencia.

BUENOS AIRES (Télam, por Sergio Arboleya).- Clásico de la radiofonía desde donde condensa facetas expresivas que, al mismo tiempo, tienen su correlato en la literatura y en la música, Alejandro Dolina regresó a la escritura con un sucesión de pequeños relatos que 'se sirven a punto de inquietud existencial' en su reciente libro «Bar del Infierno».

Lejos de la fauna mediática y de sus lógicas, el creador escribe como habla, se explaya con música y canta letras para construir un universo en donde la alegoría es un arma cargada de melancolía para rozar la belleza pese a asumir que la batalla contra el olvido y la muerte está perdida.

Pero, de tanto referir a la desesperanza, Dolina entreabre -a sus lectores hendijas salpicadas de luces capaces de alumbrar esa cerrada oscuridad que supone la existencia.

En ese itinerario ya bosquejado en sus anteriores volúmenes «Crónicas del ángel gris» y «El libro del fantasma», el artista se aleja del barrio de Flores que visitó en su primer opus y tampoco recurre a los espectros que estructuraban el segundo libro.

El lugar elegido ahora es un bar al que eleva a la categoría de «laberinto» y desde el que se dispara tanto la inútil pelea por hallarle una salida como la suma de historias que exhiben el carácter doloroso e inevitable del devenir humano.

Otro eje esencial entre el centenar de narraciones que incluye el relato puede apreciarse en la utilización de leyendas y apuntes originados en la China milenaria que Dolina utiliza para demostrar que el tiempo, la distancia y los abismos culturales no impiden apreciar los inmutables caracteres del destino.

En ese equilibrio atemporal, el mentor del espacio radial «La ven

ganza será terrible» se vale de abundantes citas chinas pero, cada tanto, regresa a la barriada y a personajes característicos de su literatura (Manuel Mandeb, Jorge Allen o el Ruso Salzman) o introduce el dato histórico de la vieja Europa, y termina cayendo en las sutiles y encantadas redes de la metáfora.

Con la misma habilidad, escoge asuntos aparentemente distantes para señalar lados flacos del presente global como en «Un artista de palacio» donde las andanzas del lejano príncipe Yu Kiang y su apego por el arte vulgar de K'iau Ni son utilizados para proclamar que «…la cara del mal es la cara de la estupidez. Porque ningún reino puede ser digno si el complejo misterio del arte es reemplazado por los pasatiempos de los mercaderes».

El abanico de situaciones reconoce temas a los que dedica espacios puntuales como las orgías, la inmortalidad, los oráculos, las sustituciones y los pintores chinos.

De la paleta de recursos narrativos posibles, el autor de la opereta «Lo que me costó el amor de Laura» utiliza tanto la anécdota como la infidencia, pero también asume el rol de algún personaje legendario o monta pequeñas piezas teatrales que nutren de aristas y variantes al recorrido.

Los cuentos de Dolina funcionan entonces como facetas de un discurso estético y filosófico que también despliega sin condicionamientos a la hora de hacer radio, componer música, poner obras teatrales o pasar por la televisión.

Ese rumbo totalizador puede resultar un tanto espeso en el territorio audiovisual y algo ligero en el reputado casillero de lo literario, pero conforma un corpus que invita a la reflexión sin renunciar a la búsqueda del hecho artístico.

«Bar del Infierno» profundiza un camino que exhibe la capacidad de su compilador para seleccionar los pasajes adecuados sobre los que sembrar las señales de un mundo que gira desde siempre a contrapelo de los sueños y, sin embargo, invitan a dejarse encantar por el poder del amor.

Sergio Arboleya


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