La institución que no se conforma con ser sólo la cara asistencial del modelo

La Iglesia Católica y varias instituciones religiosas, son actores indiscutidos en la crisis que atraviesa Argentina. Mal que les pese a quienes cuestionan la actitud del clero de asumir un rol activo y colocarse frente al gobierno para formularle duras críticas, que ni la comunión diaria del presidente De la Rúa ha podido impedir.

Lo cierto es que la Iglesia Católica, con sus propios dilemas internos, afianza su tradición de «hacer política» negando que la hace. ¿ Dónde, si no, busca legitimar su propio discurso ?

Ayer, por caso, dejó en claro que no se conforma – dentro de la lógica del poder- con ser sólo la cara asistencial de las consecuencias que arrastra el modelo neoliberal. La institución hace, pero obliga a ser escuchada.

El documento que emitió la Conferencia Episcopal apuntó directo a la dirigencia política. «Los políticos- acusaron- sufren una crisis en su escala de valores, hecho que hace peligrar la identidad e integridad de la Nación». Lenguaje con ecos rancios y que una décadas atrás hubiese presagiado otra cosa… pero que hoy resuenan en una sociedad distinta a la de los años «60, pobre en ideales, con 10 millones de marginales y un profundo descreimiento como única certeza.

La Iglesia habló ayer de sí misma, habló a la clase política y habló de la sociedad : «La sociedad- advirtió- reclama un orden justo que logre desligar a la república de las imposiciones de los grupos de poder, internos y externos al país, y que impida el avasallamiento de la dignidad propia de todo ser humano.»

En el escenario de una renovada y profunda crisis nacional, la Iglesia recepta la cuestión social con estrategia propia. Si bien son elocuentes sus disputas intestinas que cruzan un espectro que va desde el apoyo de Pastoral Social con Primatesta a la cabeza a la marcha contra el FMI al lado de la CGT; sin olvidar la campaña política en la que se embarcó Farinello, envidia de muchos políticos cuando revisan las encuestas que miden la temperatura de la gente; hasta las posiciones más templadas de jerarcas de la institución; la presencia de la Iglesia y su rol en la crisis no es asunto secundario.

Primero, la Iglesia- por su propia dinámica- le suele ver la cara más asiduamente a la miseria, y a todas las consecuencias de los sucesivos ajustes económicos, que los políticos. Los llamados de la desesperación de los sectores más afectados, suenan primero en las puertas de las parroquias que en espacios donde la burocracia o la exigencia de la contraprestación de los servicios dilatan las horas de vacío estomacal o de frío.

Así la Iglesia se ve obligada a avanzar en espacios que Estado y políticos dejan vacíos. Pero no lo hace silenciosamente. Hace meses Bergoglio lanzó desde un altar «no se puede fabricar pobres por una economía salvaje y luego pedirle a la Iglesia que los atienda»; o De Césaris (Cáritas) quien se quejó: «El Estado nos requiere para que la asistencia llegue rápido y para blanquear su imagen. Los gobiernos tienden a achicar el Estado y a privatizar la pobreza. Y no queremos ser cómplices de esto. Mantendremos nuestra identidad».

No se le escapa a Roma que Argentina es el décimo país en cantidad de católicos y la pauperización en el país obliga a sus pastores a tomar posiciones activas frente a esta realidad. Desde la última Asamblea Episcopal la Iglesia endureció su verba contra el gobierno denunciando que la crisis económica no es tal, al menos no únicamente, es moral. Y advirtieron, entonces, que la maceración social producto de un modelo básicamente injusto, la desocupación y el hambre, pueden encender la mecha de explosiones sociales graves.

Y estás razones terrenas expresadas ayer vuelven a impactar. Y no exclusivamente en quienes escuchan los sermones los domingo.

Susana Yappert


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