La lección de la carne
ROLANDO CITARELLA (*)
La carne nos está dando a los argentinos una clase violenta y clara de cómo funciona la economía acá y en el mundo. Los niveles de precios al consumidor que está alcanzando por estos días demuestran claramente que la política del desacople de precios, traducida en “precios altos afuera y bajos adentro”, constituye uno más de los interminables atajos facilistas argentinos, que como la mayoría de ellos, terminan mal. Parecen funcionar en el corto plazo, pero colapsan brutalmente en el largo plazo. Muy sencillo: los precios súper altos de hoy son consecuencia de los forzados precios súper bajos del pasado reciente. La actividad ganadera en nuestro país enfrentó en los últimos años, lo siguiente: 1) altos precios internacionales para todos los commodities, carne y granos incluidos; 2) altas retenciones inicialmente para pasar luego a restricciones directas a la exportación de carne, 3) subsidios al engorde y 4) sequía. Las consecuencias directas de dichas cuestiones fueron: 1) paso violento de la ganadería a la agricultura, por parte de los invernadores (engordadores a campo); 2) proliferación en la cantidad y capacidad de los feed-lots; 3) sobreoferta de carne en el mercado interno, 4) precios bajos en todas las etapas de producción y al consumidor, 5) consumo per cápita récord (75 kg al año), 6) liquidación masiva de vientres. En este proceso, hubo dos grandes ganadores: consumidores y feedloteros. Y un gran perdedor: el criador. Con demanda reducida casi exclusivamente al mercado interno, y precios en consecuencia planchados, los criadores se tuvieron que conformar con vender a precio de liquidación, primero sus terneros, luego sus terneras y por último, sus vacas. Con el agravante de que esta liquidación aumentaba aún más la oferta de carne, y en consecuencia, reducía los precios más todavía. Hasta que, como no podía ser de otra manera, se terminaron las vacas y los terneros. El stock vacuno se redujo en un 20% al cabo de tres años. Esto es, 10 millones menos de cabezas. Y las cosas dieron una vuelta de campana. Hoy tenemos: 1) pocas vacas y terneros, 2) capacidad instalada para el engorde (básicamente feedloots), excediendo la disponibilidad de materia prima (terneros); 3) capacidad instalada en los frigoríficos, también excediendo la disponibilidad de materia prima (novillos); 4) finalmente, poca carne y altos precios en toda la cadena. Hay que mencionar, que gran parte de los criadores, que terminaron liquidando sus animales, se han descapitalizado de una manera, que les va a resultar muy difícil recuperarse. La misma vaca que hace poco más de un año vendieron a $ 200, hoy vale diez veces más. ¿De dónde saca la plata para rearmar su rodeo? Culpar a la sequía Algunos funcionarios, deliberadamente o no (esto sería más grave, porque seguirían sin entender cómo funcionan estas cosas), culpan por la situación actual de precios a la grave sequía del año 2009. Y no es tan así. La sequía sin duda que fue factor que aceleró el colapso. Pero no fue su causa. Imaginemos por un momento qué hubiese pasado si la ganadería hubiera operado sin las intervenciones de restricciones y subsidios a las que se ha hecho mención. Seguramente: 1) los precios al consumidor hubieran sido sustancialmente más altos que los que tuvimos (aunque no tanto como los actuales), 2) no se hubieran sobreexpandido los feed-lots ni los frigoríficos, y por lo tanto, ambos no estarían sufriendo ahora el exceso de personal y estructura; 3) los criadores podrían haber retenido sus animales, a pesar de la sequía, ya que no es lo mismo pagar un rollo de pasto $ 100 para alimentar una vaca que se puede vender a $ 200, que si la misma vale $ 2.000. Y en última instancia, podían venderla, sea para faena o a criadores de otras zonas, pero no a precio de remate como lo hicieron sino a un precio sustancialmente mayor. Y hoy estarían en condiciones financieras de rearmar nuevamente el rodeo. En definitiva, si no hubiésemos tenido la política de intervención que tuvimos, claro que hubiéramos pagado más cara la carne en góndola. Pero no tan cara como la pagamos ahora, y con el beneficio de tener una actividad genuina y competitiva en crecimiento, exportando valor agregado. Cosa que hoy no tenemos. Esto no quiere decir que “hemos matado la gallina de los huevos de oro”. Seguramente la ganadería se va a recuperar, y en el largo plazo será una de las actividades líderes del país, por obvias razones naturales. Pero en el camino, ¿cuánto capital se liquidó?, ¿cuántos criadores se fundieron?, ¿cuántos mercados perdimos?; ¿cuántos años perdimos? Esperemos que al menos, se haya aprendido algo de todo esto. (*) Economista
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