La leyenda del santo bebedor llamado Luca

Hace veinte años, desvastado por el alcohol y las drogas, murió uno de los más emblemáticos músicos del rock nacional, Luca Prodan. Su vida se ha transformado en leyenda y su música aún suena en las radios y en la intimidad de las casas. Luca no ha muerto dicen sus fans y, en algún sentido, tienen razón. Su rebeldía todavía inspira corazones en llamas.

«I'm always breaking glasses, in other people's rooms …»

 

Luca Prodan atesoraba una frase crítica para cada cosa y, sobretodo, para cada artista nacional. De Luis Alberto Spinetta, decía que personalmente no le entendía sus letras y que estaba seguro de que nadie más lo hacía. De Fito Páez que usaba 10 notas para expresar algo que a él le llevaba una. De Gustavo Cerati y Federico Moura, que no eran capaces de colgarse una guitarra acústica y emocionar.

Incluso llegó a defenestrar el movimiento rasta del cual Sumo se mostraba tan cercano en sus comienzos. Acerca de esto dijo literalmente: «Pienso que el reggae es una boludez. Al principio me gustó, pero después me di cuenta de que no eran de verdad. La mayoría de esos que se dicen rastas son unos ladrones… unos hijos de una gran puta… ¡Quieren volver a Etiopía! Andá a Etiopía, se están cagando de hambre. Murieron dos millones en los últimos años y esos idiotas de Jamaica quieren volver a Etiopía, están locos. Encima todas las rastas tratan re mal a sus mujeres. La mujer es totalmente sometida. Tiene que tener un turbante, no se puede soltar el pelo, tiene que tener polleras por os tobillos, tiene que estar con el nene en la cocina mientras los hombres bailando, fumándose 80.000 porros y cagandose de risa…, Váyanse a, la mierda…».

Definitivo ¿no? Sobra agregar que Luca era un todo o nada.

Del personaje ahora

quedan cientos de anécdotas que quizás jamás puedan ser corroboradas. Una que aprendí en la redacción de un diario, de labios de un periodista que lo entrevistó en reiteradas oportunidades, asegura que Luca cazaba palomas en la plaza que se encuentra frente al Palacio Pizzurno en Buenos Aires, y no con fines pacifistas sino para más tarde comérselas asadas.

Otra, por mencionar dos entre muchas, lo ubica justo la tarde siguiente a llenar un Estadio Obras durmiendo la siesta en el portal de un edificio cualquiera.

Si existe una condición para que un artista se transforme en leyenda es el número y la calidad de sus historias personales. Elvis Presley y Jim Morrison, llegaron al punto máximo del anecdotario cuando fans de todas partes del planeta comenzaron a asegurar haberlos vistos en acción, vivitos y coleando, después de muertos.

De modo que volver sobre los pasos de Luca Prodan es prácticamente un ejercicio entre histórico y literario. Tal cual ocurre con Pericles u Homero, uno nunca está muy seguro de qué es real y qué pura imaginación de quienes lo conocieron. También es cierto que a esta altura son millones los que declaran haber sido compañeros de ronda del pelado más maldito de la historia del rock nacional.

 

«El ser humano es un bicho feo, malo, y para peor piensa más que los animales…»

 

En internet existen en la actualidad algunos sitios dedicados en su mayor parte a relatar los comienzos de la vida de Luca. Todo ese conjunto de datos que componen su biografía antes de que desembarcara en la Argentina. Algunos hechos se repiten y son de público conocimiento. Uno señala que viene de una familia acomodada europea que sufrió, como tantas otras, las alternativas de la Segunda Guerra Mundial. Prodan asistió a un exclusivo colegio secundario, el mismo en el que se educó el Príncipe Carlos, del que se escapó harto de la disciplina, para terminar mendigando en la calle donde fue encontrado por su madre meses más tarde.

Siendo un chico fue testigo de algunos de los más grandes recitales de rock de la historia. De allí a agarrar la guitarra hubo sólo un paso. Su vínculo con las drogas lo llevó a la adicción y, según él mismo explicó incontables veces, se fugó del Viejo Continente con el único propósito de abandonar la droga de las drogas (la más adictiva), la heroína.

Así fue como Luca, con una postal grabada en su mente, la que le envió un amigo y ex compinche de andanzas nocturnas, desde las Sierras de Córdoba, se vino a la Argentina.

«La música me sale fácil. Es una manera fácil de ganarme la vida. Si yo quiero en dos horas hago diez temas, pero de que sirvieron. Sabes por que no lo hago? Por que soy un vago. A mi me sale fácil. No le tengo miedo al escenario y con la música haces guita, trabajas poco, tenés tiempo para hacer otras cosas, viajás…»

Sumo antes de ser la más emblemática banda del rock under de los 80, se fragmentó en al menos otras dos aun menos conocidas. En ese entonces, Luca tenía otra imagen de los rastafaris, de modo que siguiendo una conducta muy punk, él y los suyos intercalaron rock punk con reggae.

Aunque a la distancia parece un poco mezquino aseverar que el trabajo de Luca como compositor y de quienes lo acompañaron en distintas épocas se restringía a estos dos géneros. Sumo demostró que sus intereses creativos iba del reggae al punk pero pasando por una gran cantidad de vertientes musicales que lo ponían a la vanguardia de la movida nacional y a la altura de cualquier otra banda joven en Europa o Estados Unidos.

En lo estrictamente vocal, además, Luca mixturaba el inglés con el italiano con el español dándole un estilo a Sumo que lo emparentaba a las agrupaciones que hoy patentan el World Music.

Alguna vez Prodan dijo en una entrevista que todo el arte musical se reducía a ser capaz de lograr una sensación en el otro con la ayuda frugal de una guitarra acústica. Su búsqueda de lo primario que luego se encausaba por los sonidos de su Era dieron como resultado un trabajo complejo, poseído de un ritmo infernal, y que funcionaba a nivel compositivo en muchos niveles.

Porque Sumo hizo reggae con el mismo entusiasmo con que se divirtió haciendo disco o baladas rock que cualquier FM de la actualidad no dudaría en usar de telón de

fondo. «La rubia tarada» es una síntesis de la metamorfosis contante de Sumo de banda de culto a banda top. Dos extremos que prefirió soslayar para seguir su propio camino.

No hay un desgaste evidente de la capacidad creativa de Luca Prodan a lo largo de su calvario personal a través del alcohol y las drogas. A medida que encontró un punto de equilibrio en la Argentina democrática, Prodan se fue evidenciando más y más inteligente, más y más atrevido y comprometido con su arte. Luca les estaba enseñando a los demás (y los demás eran público y artistas) algo que luego sería una máxima generacional: la música era un estilo de vida.

Tal cual sucedió con la última etapa de los Sex Pistols, Sumo, dedicó una enorme cantidad de horas a perfeccionar sus canciones. Finalmente el trabajo de ensayo (que Luca desmentía al jurar que jamás preparaban un tema) se vio gratificado en escena. Sumo se convirtió en la banda de mejor performance en vivo.

 

«Yo soy un guerrero. En cada tribu hubo un hechicero, un sabio…, un puto, las mujeres que cuidaban a los niños y hacían la comida, también los guerreros y los cazadores. A veces los guerreros y los cazadores hacían las dos cosas a la vez… Y yo, yo me considero eso, como un guerrero y un cazador.»

La llegada de Luca Prodan al país fue un hecho, en lo que al rock local se refiere, rodeado de una intensa aura mística. El rock argentino no sería en parte lo que es sin la presencia de este músico excepcional. Por supuesto que abundan las lumbreras que nada o escasa relación tuvieron con el líder de Sumo pero también es cierto que al menos una generación de músicos sobresalientes (basta nombrar a los integrantes de Divididos y Las Pelotas), se vieron atrapados por el credo de Luca.

Una de las primeras barreras que vino a quebrar Prodan fue la de la expresividad tanto sobre el escenario como en la intimidad de la sala de ensayo. Prodan no tenía empachos, ni prejuicios, ni tablas de valores que le impusieran frenar sus deseos más profundos a la hora de componer.

Era capaz de desquiciar su impulso irónico para travestirlo de salvajismo eléctrico. Un acto de magia del que pueden dar testimonio Tom Waits, Lou Reed y, como no, Charly García.

En ese aspecto, como diría Spinetta, Luca era efectivamente un niño que escribía en el cielo.

Su destino estuvo marcado con el mismo signo dramático que se erigió sobre las cabezas doradas de Jim Morrison, Kurt Cobain, Elvis Presley y tantos otros.

Fue hermoso, desquiciado y murió joven.


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