La muerte de un joven desnuda el desamparo

La triste decisión de un chico de 19 años de terminar con su vida expuso crudamente la situación en que se hallan muchos jóvenes a quienes la falta de inclusión los vuelve víctimas.

Marcelo Ochoa

VIEDMA (AV).- La tristeza embargó ayer a los barrios Lavalle y Mi Bandera. La bronca, la indignación y la impotencia calaron hondo ante el suicidio de Juan, un chico de sólo 19 años durante los cuales fue víctima de las peores pesadillas. Habitó la calle, combatió sus adicciones, se crió en la soledad y la violencia, enfrentó la pobreza y el desamparo y en muchas de esas batallas pudo salir victorioso. Pero hubo una marca que jamás pudo superar y que el lunes a la noche, frente a su novia y un amigo, tras confesar sus más hondos pesares y su recuerdo imborrable de aquel trágico hecho, lo llevó a tomar la más drástica determinación. José Neyra, el hombre que trabaja desde hace años con jóvenes en conflicto con la ley o en plena vulnerabilidad social, sabía que a Juan le costaba salir adelante, pero creía que se había encaminado. “A veces, cuando tomaba de más, se acordaba de su madre y lloraba, se tiraba al piso, decaía mucho”, recordó ayer, tras el hecho consumado. Desde hacía algún tiempo el chico estaba mejor. Había comenzado a trabajar en una cooperativa, en el marco del plan “Néstor Kirchner”, arreglando las instalaciones del Hogar Pagano. “Antes participaba de los Ecos y los Ecis, donde aprendió a tocar la guitarra, pero ahora estaba entusiasmado con el trabajo porque quería formalizar con la chica con la que salía y con la que casi estaba conviviendo”, cuenta José. Juan vivía en la pequeña casilla que el operador barrial tiene en el patio de su casa. “Yo lo conocía desde que tenía 11 años. Había venido de Conesa, tras el homicidio de su madre. Él tenía 4 años cuando pasó aquello. Lo trajeron unos tíos, pero se fue a vivir a la calle, cayó en adicciones, hasta que hace unos tres años vino a la casilla”, cuenta Neyra. El homicidio de Claudia será recordado por mucho tiempo en la región. Ocurrió en noviembre del 98 cuando dos hermanos hacheros golpearon con saña a esa madre de cinco hijos y la tiraron al río, donde fue hallada tres días después. La vida de Juan y sus cuatro hermanos no había sido fácil hasta ahí, porque su madre trabajaba de noche, tomaba y no tenía estabilidad. Pero en su caso, fue mucho peor después, soportando el desamparo, la pérdida y el recuerdo de aquella tragedia. José siente que ahora existe apoyo desde el área de Seguridad Ciudadana para los jóvenes en riesgo, con el aporte de becas para la reinserción social, pero destaca que el Estado sigue ausente. Ruega que no haya más “Juan” y se siente responsable por el final de su amigo. La muerte de Juan es una gran pérdida, pero puede ser una enseñanza. Los pibes del barrio, los que se arman, los que agreden, los que enfrentan problemas cotidianos, en muchos casos, también son víctimas. Llevan en sus espaldas historias terribles de marginación y desamparo. Tal vez, revirtiendo esas condiciones, dando contención y resguardo, puedan combatirse en parte la inseguridad y la violencia.

Cuando el suicidio es un emergente de origen social


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