La otra cara de la fuga de cerebros
Por Andrés Oppenheimer
Desde hace mucho tiempo venimos escuchando que la fuga de cerebros de América Latina -los miles de científicos, médicos y académicos que anualmente emigran a Estados Unidos- es una tragedia para los países exportadores de talento. No estén tan seguros: en muchos casos, puede ser una bendición.
Es cierto que los países latinoamericanos cuyas universidades estatales subvencionan la educación gratuita pierden parte de su inversión en educación cuando sus graduados deciden irse. Pero, en la nueva economía global, lo que antes se llamaba «fuga de cerebros» se está convirtiendo en muchos casos en una ganancia económica y de conocimientos.
En India, Taiwán y varios países de Europa del Este, miles de emigrados han regresado a sus lugares de origen trayendo inversiones, nuevos conocimientos y contactos valiosos. En Taiwán, cerca del 40% de las compañías de alta tecnología en el parque industrial-científico Hschinchu es dirigido por expatriados -muchos de los cuales trabajaron en Sillicon Valley, California- que han regresado.
Y muchos de los que se quedan en el extranjero se han convertido en importantes fuentes de inversión y remesas familiares, al igual que en entusiastas promotores de intercambios académicos con sus países de origen.
Por lo que he visto en viajes recientes a Irlanda y Polonia, una gran parte del progreso económico reciente de ambos países se dio por las inversiones de sus comunidades en el exterior.
Estaba pensando en estos ejemplos en estos días, tras leer La Movilidad Internacional de Talento, un nuevo estudio del economista chileno graduado de MIT, Andrés Solimano, de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (CEPAL).
El estudio confirma que Estados Unidos continúa siendo el principal imán para el talento latinoamericano: atrae a un 60% de los profesionales altamente calificados y empresarios de la región que van a vivir al exterior. La emigración de cerebros ha aumentado en los '90, dice Solimano.
Según estimaciones del Banco Mundial, un 14,3% de los graduados universitarios mexicanos en el año 2000 residía en el exterior, mientras que el porcentaje en Colombia es del 11%, en Ecuador el 10,9%, en Chile el 5,3%, en Brasil el 3,3% y en la Argentina el 2,5%. Los porcentajes más altos están en Centroamérica y el Caribe.
Aun así, son relativamente pocos los profesionales latinoamericanos altamente calificados que son admitidos en Estados Unidos bajo las visas H-1B, reservadas para personas con «méritos distinguidos». En el 2002, el 65% de estas visas fue para emigrantes asiáticos, mientras que sólo un 6% fueron para sudamericanos. Esto se debe a que Estados Unidos está dando la mayoría de estas visas a expertos en tecnología de la información, donde Asia sobresale, dice la CEPAL.
Aunque el estudio de Solimano no llega a afirmar contundentemente que la emigración de cerebros puede, en muchos casos, tener un efecto neto positivo para sus países de origen -supongo que sería políticamente incorrecto para la CEPAL hacer esa afirmación-, su estudio ofrece una visión balanceada del tema, que puede ayudar a cambiar el viejo concepto de la fuga de cerebros.
«Si la emigración sigue un ciclo y el emigrante regresa a casa trayendo capital fresco, contactos y conocimiento, tenemos un efecto de desarrollo positivo para el país de origen», dice el estudio de Solimano. Asimismo, el talento (frecuentemente) circula, en lugar de emigrar permanentemente. El talento a lo mejor hace visitas frecuentes al país, se compromete con organizaciones profesionales, universidades y otras contrapartes locales».
Algunos países de América Latina están empezando a recibir el mensaje. El mes pasado, el Ministerio del Trabajo de la Argentina, la Fundación Chile y el Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME) realizaron separadamente encuentros con expatriados de sus respectivos países, con apoyo estatal, para tratar de construir puentes con ellos.
Solimano me señaló en una entrevista que los países latinoamericanos harían bien en crear programas oficiales para tratar de «reconectar» a expatriados altamente calificados con sus países, y proveer exenciones impositivas y otros incentivos a aquellos que estén dispuestos a volver.
Sin embargo, uno de los principales obstáculos para el regreso de los talentos emigrados es la cultura de desconfianza que existe en muchos países latinoamericanos hacia aquellos profesionales destacados que regresan, dijo Solimano.
«En América Latina, muchos miran con recelo a los colegas que regresan del extranjero», dijo Solimano. «En lugar de hostilidad, debería haber una mentalidad de cambio, una nueva política de puertas abiertas».
Mi conclusión:
La emigración va a continuar, les guste o no a los países exportadores de cerebros. De manera que América Latina debería empezar a sacarle provecho.
En la nueva economía global -como lo han demostrado Taiwán, India, Irlanda y Polonia- «la circulación de talento» puede ser una ganancia para todos.
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