La patria camionera

Al debilitarse el poder del marido de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, ha aumentado llamativamente aquel del jefe de la CGT, Hugo Moyano. En los días que siguieron a las elecciones legislativas, el camionero logró ubicar a hombres suyos en la gerencia de Aerolíneas Argentinas, la perdidosa empresa reestatizada que está costando a los contribuyentes 6,6 millones de pesos diarios, y recuperar el control de la repartición del Ministerio de Salud que maneja anualmente más de 900 millones de pesos en concepto de fondos para obras sociales. Aunque el flamante titular de Salud, Juan Manzur, había nombrado a Mario Koltan para desempeñar esta función clave, Moyano se las arregló para obligarlo a presentar su renuncia 48 horas después. Según se informa, le fue suficiente a Moyano insinuar que, a menos que continuara desempeñando dicho papel Hugo Sola, un representante de la obra social de los camioneros, negociaría un acuerdo con el caudillo bonaerense Eduardo Duhalde quien, como es notorio, está resuelto a vengarse de los Kirchner por haberlo privado de su célebre «aparato político». Así las cosas, puede entenderse que, en opinión de los interesados en la cambiadiza actualidad política, Moyano haya conseguido aprovechar la confusión poselectoral para erigirse en el hombre más poderoso del país con la eventual excepción del ex presidente Néstor Kirchner, el que a pesar de la derrota humillante que sufrió en la provincia de Buenos Aires aún está en condiciones de renovar a su medida el gabinete de su esposa.

No es la primera vez que un líder de la CGT haya logrado protagonizar una etapa política. Es lo que suele suceder cuando se reduce tanto la autoridad de un gobierno democrático que tiene buenos motivos para temer verse desbordado por una marejada de protestas laborales y sociales. En tales ocasiones, el presidente y sus colaboradores se sienten constreñidos a pactar con el grupo sindical más fuerte ofreciéndole cargos públicos importantes que les permiten manejar grandes cantidades de dinero a cambio del compromiso de ayudar a mantener a raya el caos. Claro, los arreglos de este tipo no pueden prolongarse por mucho tiempo. Por su naturaleza, los sindicatos son insaciables, de suerte que cuando su poder es excesivo, tarde o temprano llega el momento en que la economía no resulte capaz de seguir conformándolos.

Otra razón por la que el crecimiento manifiesto del poder del camionero motiva preocupación es que el mundo sindical resulta muy competitivo. Los rivales de Moyano ya están pensando en cómo destronarlo: una forma de hacerlo consistiría en impulsar paros masivos en sectores en que los trabajadores se sienten rezagados en comparación con los camioneros que, gracias a los vínculos con el Poder Ejecutivo de su jefe, han acumulado últimamente una colección envidiable de «conquistas sociales» incluyendo, desde luego, aumentos salariales superiores a los conseguidos por los demás. Por lo tanto, es más que probable que el activismo insolente de Moyano, que se ha visto coronado por la virtual expulsión de Koltan del puesto que le había confiado el ministro Manzur, presagie un período signado por la agitación laboral provocada no sólo por la caída del poder adquisitivo de millones de familias debido a la inflación y la recesión, sino también por la lucha que se ha desatado entre diversas facciones sindicales.

En nuestro país, los beneficios recibidos por los trabajadores en períodos de auge sindical siempre han resultado pasajeros, ya que los incrementos salariales nominales pronto se han visto eliminados por la inflación que han agravado y por el aumento del desempleo. He aquí la razón por la que el nivel promedio de los ingresos del grueso de la población, el que en el pasado era equiparable con el imperante en algunos países del «Primer Mundo», se ha reducido tanto que hoy en día se asemeja a aquel de ciertas ciudades chinas o brasileñas. Puede que Moyano y otros líderes gremiales tengan motivos para festejar sus logros personales, los que esperan ver acompañados por otros conseguidos en las «mesas de diálogo» con las que el gobierno se ha propuesto ganar tiempo, pero sería un auténtico milagro que a raíz de ellos la mayor parte de la clase obrera se alejara de la pobreza extrema en la que se encuentra atrapada.


Al debilitarse el poder del marido de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, ha aumentado llamativamente aquel del jefe de la CGT, Hugo Moyano. En los días que siguieron a las elecciones legislativas, el camionero logró ubicar a hombres suyos en la gerencia de Aerolíneas Argentinas, la perdidosa empresa reestatizada que está costando a los contribuyentes 6,6 millones de pesos diarios, y recuperar el control de la repartición del Ministerio de Salud que maneja anualmente más de 900 millones de pesos en concepto de fondos para obras sociales. Aunque el flamante titular de Salud, Juan Manzur, había nombrado a Mario Koltan para desempeñar esta función clave, Moyano se las arregló para obligarlo a presentar su renuncia 48 horas después. Según se informa, le fue suficiente a Moyano insinuar que, a menos que continuara desempeñando dicho papel Hugo Sola, un representante de la obra social de los camioneros, negociaría un acuerdo con el caudillo bonaerense Eduardo Duhalde quien, como es notorio, está resuelto a vengarse de los Kirchner por haberlo privado de su célebre "aparato político". Así las cosas, puede entenderse que, en opinión de los interesados en la cambiadiza actualidad política, Moyano haya conseguido aprovechar la confusión poselectoral para erigirse en el hombre más poderoso del país con la eventual excepción del ex presidente Néstor Kirchner, el que a pesar de la derrota humillante que sufrió en la provincia de Buenos Aires aún está en condiciones de renovar a su medida el gabinete de su esposa.

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