La política del desequilibrio, Por Carlos Rafart29-12-03

La política argentina vive la hora del desequilibrio. Del desequilibrio de su sistema de partidos. Las elecciones del 2003, en sus distintas rondas, dejaron un mapa partidario novedoso, con familias políticas decididas y otras, debilitadas y sin horizontes precisos. Esto sucede tanto en la arena nacional como provincial.

A nivel nacional, el desequilibrio tuvo su punto de arranque en los inicios del proceso electoral del 2003. Entre un peronismo dividido, seguro ganador, el radicalismo oficial en bancarrota y un novedoso Recrear junto al ARI que quisieron cargar con los retazos de la Alianza y las huestes de Cavallo, se construyó el primer momento de asimetrías partidarias. Seguidamente avanzó el segundo, que adquirió un nombre: hegemonismo. Desde la derecha, el centro y la izquierda se acusó a la nueva administración de querer construir un régimen que pretende comprenderlo todo. Con esta acusación, cada una de esas familias políticas reconocía el grado de debilidad en el que se habían colocado después de su derrota y también ante una presidencia que, exceptuando el capítulo económico, parece tener la iniciativa política en todos los frentes. Curiosamente, fueron los desequilibrios dentro del peronismo los que han hecho posible este gobierno hiperactivo. La falta de cohesión interna como maquinaria partidaria, dirigentes cuestionados aunque votados en sus distritos y un liderazgo a nivel nacional decidido, permitieron al peronismo mantener en buen estado tanto el vínculo con el electorado que históricamente le es suyo como presumir de aquel que no le es propio.

En la mayor parte de nuestras provincias la situación no parece presentarse con otro signo que no sea el de las asimetrías políticas. La ronda provincial de elecciones ha consolidado fórmulas precisas, desiguales en cuanto a su densidad y gravitación, pero sí efectivas para establecer una dinámica política que puja en favor del desequilibrio. El resultado es un sistema de partidos donde conviven, no siempre de manera armónica, la lógica de partidos dominantes, verdaderos partidos de Estado, con oposiciones que se sostienen a partir de dirigentes políticos sin partidos o dentro de estructuras débiles, cuando no en eterna formación. Río Negro y Neuquén son dos casos donde la política del desequilibrio se expresa de manera descarnada.

Un balance de los resultados electorales del 2003 informa de escenarios donde no hubo alternancia en los gobiernos provinciales. Tampoco la alternancia tuvo alcances amplios en los escenarios municipales, exceptuando lo sucedido en Roca, el regreso radical en Viedma y los cambios en favor de hombres del peronismo en municipios cordilleranos de Neuquén. Tanto el MPN como la UCR no sólo obtuvieron el premio mayor en su carrera por retener los ejecutivos en sus respectivas provincias, sino que han construido auténticos «gobiernos unidos», con mayorías propias en sus legislaturas. En Neuquén, algo más de la mitad de los votos obtenidos fueron suficientes para lograr la gobernación y junto a aliados menemistas, mayoría propia en la Cámara de Diputados. En Río Negro, con un tercio de los votantes en favor del radicalismo y un régimen electoral pensado para un sistema bipartidista, fueron suficientes para alcanzar el dominio de la Legislatura. En estos días la oposición legislativa de ambas provincias está sintiendo el peso de estos gobiernos unitarios.

El desequilibrio tiene otra expresión en las relaciones entre el gobierno nacional y los provinciales. La administración de Néstor Kirchner pareciera asumir una actitud de tolerancia benevolente hacia la conducción rionegrina y de hostilidad manifiesta dirigida al gobierno neuquino. Este último vínculo tiene nuevo impulso desde el momento en que el reelecto Jorge Sobisch manifestó sus intenciones de encabezar la oposición al gobierno nacional. Además, de manera prematura y de cara a la finalización del mandato de Néstor Kirchner, lanzarse como candidato a las presidenciales del 2007.

El mayor desequilibrio parece proyectarse sobre Neuquén con la presencia de un partido que está decidido a clausurar su historia como coalición dominante donde había una forzada tolerancia a la presencia de «líneas internas», para desarrollarse como construcción cerrada, bajo un liderazgo excluyente, con un giro decidido hacia el campo de la derecha política. Para ello, el MPN reafirma su carácter de partido de Estado y cuenta con recursos. El lanzamiento a la arena nacional pretende reforzar esta fórmula. La oposición interna es un mundo de gritos aislados sin auditorio, carente de maquinarias partidarias, donde en sus filas hay elementos dispuestos a transitar por el camino de la subordinación al partido gobernante de manera vergonzante o refugiados en el discurso del inevitable pragmatismo. Replegada en su único baluarte en tierras neuquinas, la UCR de Quiroga parece recorrer ambas veredas a un mismo tiempo.

En cuanto a la UCR rionegrina, si bien conserva una posición central dentro del sistema de partidos de la provincia, la pérdida de competitividad a nivel nacional la obliga a territorializar aún más sus prácticas políticas. Como partido provincial que es, la Unión Cívica Radical puede sostener su carácter dominante sin necesidad de promover una transformación ideológica como la que está llevando a cabo el MPN. Si embargo, Miguel Saiz asume un gobierno en situación de debilidad y bajo la «protección» del gobernador saliente. Un Estado sin recursos, sectores de servicios públicos en situación crítica, con causas judiciales abiertas en su contra y una situación política precaria no le permite otra actuación que el escenario provincial. El carácter dominante de esta UCR cuenta a su favor con una oposición fragmentada aunque, a diferencia del Neuquén, conserva un mundo de dirigentes territoriales con voluntad de afirmarse y competir por el gobierno provincial.

Los efectos de estas tendencias son de alto riesgo para la institucionalidad del poder político en democracia. En cuanto a los partidos dominantes, con la centralización personalizada del poder se tensiona a la sociedad y a las instituciones en un juego de suma cero. Esta fórmula tiene sabor a patrimonialismo y caudillismo de viejo cuño, propio de tiempos donde imperaban gobiernos oligárquicos. Las oposiciones tienen el doble desafío de consolidarse como tal y ganar elecciones.

A partir del 2004, para la salud del régimen democrático, los partidos políticos en el gobierno y sus oposiciones deberán atender a un doble problema: el de generar incentivos que permitan equilibrar una política que sea una apuesta para incluir a todos y, además, castigar a aquellos dirigentes y maquinarias partidarias decididos a utilizar cualquier medio lejos de la ética y la legalidad, ya sea para reafirmar su fortaleza o para salir de su situación de debilidad.


La política argentina vive la hora del desequilibrio. Del desequilibrio de su sistema de partidos. Las elecciones del 2003, en sus distintas rondas, dejaron un mapa partidario novedoso, con familias políticas decididas y otras, debilitadas y sin horizontes precisos. Esto sucede tanto en la arena nacional como provincial.

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