La política del temor

El ex presidente Néstor Kirchner no es el único candidato a diputado nacional que afirma creer que a menos que el electorado lo apoye el país podría caer en el caos, lo que tendría un impacto devastador sobre la economía. También lo están haciendo aquellos candidatos opositores que están advirtiéndonos que, una vez terminado el trámite electoral, el gobierno kirchnerista pondrá en marcha su propia versión de la «revolución bolivariana» venezolana, nacionalizando cada vez más empresas privadas y, según el representante de Unión PRO en la provincia de Buenos Aires, Francisco de Narváez, avanzando «sobre los bancos y sus depósitos, porque necesita plata». A juicio de éste, Kirchner «tiene el modelo de Chávez en la cabeza» y por lo tanto sería plenamente capaz de confiscar los ahorros de la clase media. Sin embargo, aunque puede darse por descontado que después de las elecciones el gobierno se sentirá obligado a tomar algunas medidas antipáticas porque sencillamente no podrá continuar aumentando el gasto público al ritmo al que se ha acostumbrado, a menos que salga fortalecido por los resultados, lo que a esta altura parece muy poco probable, tendrá que obrar con mucha cautela. Por lo demás, aunque Kirchner puede considerarse un aliado de Hugo Chávez, sabe que la economía argentina es muy distinta de la venezolana, cuyas vicisitudes dependen casi por completo de la evolución del precio internacional del petróleo que es la fuente de virtualmente todos sus ingresos.

Si bien hasta el 10 de diciembre el gobierno kirchnerista conservará una mayoría casi automática en el Congreso, el desenlace de la fase inicial del conflicto con el campo debería haberle enseñado que no puede confiar ciegamente en la «lealtad» de los legisladores. De ser tan negativos para el gobierno los resultados como prevén las encuestas de opinión, según las cuales es virtualmente imposible que la bancada oficialista no experimente mermas significantes, muchos legisladores procurarán asegurar su propio futuro político migrando hacia agrupaciones que les parezcan más prometedoras que la dominada por Kirchner. Puesto que el oficialismo actual está conformado por políticos tan habituados como los Kirchner mismos a cambiar de facción partidaria y de ideología, adaptándose sin complejos a las circunstancias imperantes, incluso un revés electoral relativamente leve podría ser más que suficiente para desatar un éxodo atropellado. Huelga decir que un gobierno más precario que el actual vacilaría en tomar medidas que lo harían aún menos popular que lo que ya es. Podría arriesgarse si creyera que el grueso de la clase política nacional las cohonestaría, pero sería escasa la posibilidad de que lograra convencer a muchos de que no hay más alternativa que la de optar por un rumbo parecido al elegido por un personaje como Chávez.

En los últimos días, tanto Kirchner como su esposa, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, han defendido «el modelo» -es decir, su propia gestión- con pasión, lo que en vista de la forma arbitraria en que manejan la economía ha ocasionado cierta preocupación. Lo que temen los empresarios y otros no es que los Kirchner emprendan una aventura de consecuencias previsiblemente nefastas por motivos presuntamente ideológicos sino que, debilitados por los resultados electorales, sigan improvisando con su torpeza habitual sin preocuparse en absoluto por el mediano plazo. El problema no es que los Kirchner se hayan comprometido con un «modelo» determinado, lo que al menos supondría cierta coherencia, es que su modo de accionar se base sólo en su voluntad de congraciarse con grupos amigos, como el conformado por el sindicato de camioneros o por empresarios que les son afines, y de castigar a otros por razones personales o políticas. Es de esperar, pues, que las elecciones ayuden a fortalecer a los insatisfechos con su gestión hasta tal punto que estén en condiciones de obligar a la presidenta a nombrar un ministro de Economía auténtico, poniendo fin así a una situación en que todas las decisiones quedan en manos de su marido que se ve acompañado y, es de suponer, asesorado por un individuo tan claramente inadecuado para las tareas que ha usurpado como el secretario de Comercio, Guillermo Moreno.


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