La posibilidad del socialismo

Por Aleardo F. Laría

La caída del Muro de Berlín simbolizó el fracaso de un modelo de organización social que pretendía hacer realidad los ideales marxistas. Esa experiencia, por la que atravesaron diversos países comunistas, puso de manifiesto que el problema de organizar una sociedad bajo los principios del socialismo no era nada sencillo. Esto plantea dudas acerca de si actualmente existe alguna alternativa al capitalismo que sea creíble y resulte atractiva. ¿Es posible el socialismo?

El primer problema que debe afrontar cualquier modelo alternativo al capitalismo es la enorme complejidad de las sociedades modernas. No existe ya una clase social que pueda convertirse en vector de los cambios sociales. La «clase obrera», al menos en los países más desarrollados, ha alcanzado unos niveles de bienestar en la sociedad de consumo que la alejan de toda iniciativa que conlleve los riesgos de un futuro incierto. Por otra parte, los sectores sociales excluidos por el sistema son irrelevantes en términos políticos.

La experiencia de los países del socialismo real ha demostrado que la tradición socialista era portadora de un pensamiento ingenuo acerca de la naturaleza humana. La creencia de que con la desaparición de la propiedad privada y el fin de la sociedad dividida en clases sociales emergería una natural disposición humana a la solidaridad y al altruismo no parece haber superado la prueba de la realidad. Por otra parte, no todos los conflictos sociales son reducibles a conflictos de clase y la naturaleza humana, como la sociedad, se ha revelado mucho más compleja que lo que la mostraba la visión de los socialistas clásicos.

Actualmente, en el marco de una sociedad democrática es inconcebible la idea de instaurar una dictadura ilustrada que en nombre de una clase social o de unos ideales lejanos reciba de los ciudadanos la totalidad del poder. Cualquier propuesta política debe necesariamente canalizarse a través de los partidos políticos y reflejarse en los programas partidarios. Parece evidente, a la luz de los resultados electorales de los partidos declaradamente marxistas, que un programa radical de cambios difícilmente obtenga el beneplácito de los electores.

El capitalismo ha evidenciado una notable capacidad de adaptación y ha sabido superar todas las crisis que ha enfrentado. Pero en la actualidad se percibe que su expansión choca inevitablemente con las constricciones de unos recursos naturales escasos y la necesidad de preservar los ecosistemas. Sin embargo, estas circunstancias no apuntan a que los cambios necesarios para afrontar este nuevo escenario irán necesariamente en la dirección del socialismo.

El capitalismo enfrenta otros dos desafíos. Por una parte, no es concebible la viabilidad de una sociedad en la que existe una marcada desigualdad de ingresos. No se trata sólo de eliminar la pobreza y la miseria sino también de que la injustificada desigualdad socava las bases normativas de una buena sociedad, que pretende fundarse en la libertad, la igualdad y la fraternidad. Por otra parte, en una sociedad en la que la política se ha profesionalizado, el funcionamiento del sistema democrático deja mucho que desear. En ocasiones, cuando esos dirigentes acceden al poder, quedan presos de los grupos económicos que los han financiado.

Ahora bien. Lo que sin duda queda del socialismo son los ideales normativos que le dieron nacimiento. De ese pensamiento crítico emana el reclamo de una sociedad en la que el libre desarrollo de cada uno sea compatible con la autonomía y el bienestar de todos. Una sociedad no alienada, en la que los hombres se vean libres del chantaje y las arbitrariedades de los poderosos. Una sociedad que asigne los bienes públicos según el principio «de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades» y que, en la definición de Amartya Sen, garantice la igualdad de capacidades, es decir, de todas las realizaciones que una persona considera valioso hacer o ser.

En definitiva, si aspiramos a una sociedad más igualitaria y justa, que sea amable con el medio ambiente y que tenga elevados niveles de calidad democrática, tendremos algo diferente del capitalismo actual. Tal vez no sea posible llamarlo «socialismo» puesto que los medios de producción, probablemente, seguirán en manos privadas. Pero en la medida en que abandonemos y nos vayamos alejando de los crudos intereses individualistas que estimula la sociedad de mercado, la atmósfera se irá impregnando de un ligero pero indeleble perfume socialista.


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