La propuesta de Kerry sobre Cuba

Por Andrés Oppenheimer

La parte más convincente de lo que dijo el probable candidato demócrata John Kerry al anunciar su política hacia Cuba en una entrevista telefónica con «The Miami Herald» fue que, de ganar la presidencia, tendría más posibilidades que el presidente George W. Bush de lograr apoyo internacional para presionar por una apertura política en la isla.

Está claro que la parte de la entrevista que le hice a Kerry con mi colega Lesley Clark que va a generar los mayores titulares fue el anuncio del candidato de que apoya el embargo comercial de Estados Unidos a Cuba, pero que está en desacuerdo con las restricciones del gobierno de Bush a los viajes y el envío de remesas a la isla.

Sin embargo, aunque el gobierno de Bush seguramente va a criticar esta última postura de Kerry diciendo que un aumento de bañistas estadounidenses en las playas de Varadero no va a impulsar la democracia en la isla, el arma más poderosa de Kerry para ganar una parte del voto cubano-americano será explotar la principal debilidad de Bush: su falta de credibilidad internacional para lanzar cualquier ofensiva diplomática en pos de cambios democráticos en Cuba.

«Quiero trabajar con la comunidad internacional para aumentar la presión política y diplomática sobre el régimen de (Fidel) Castro, para empezar un proceso de verdaderas reformas políticas», me dijo Kerry. ¿Qué significa eso?, le pregunté.

«La comunidad internacional se ha negado a ser parte de nuestros esfuerzos para lidiar con Castro», dijo. «Creo que la credibilidad de Estados Unidos está tan dañada en el resto del mundo debido a Irak y otras áreas que será muy complicado para esta administración lograr cualquier tipo de cooperación».

En este punto, Kerry tiene razón. La guerra del presidente Bush contra Irak, como su oposición a la Corte Penal Internacional, al Tratado de Kyoto del calentamiento global y varios otros tratados internacionales, han volcado a gran parte del mundo contra Estados Unidos. Hoy por hoy, cuando el presidente Bush sale a pedir una mayor condena internacional a Castro por el reciente fusilamiento de tres personas por haber tratado de escapar de la isla, o las condenas de 25 años de prisión de 75 opositores pacíficos, muy pocos le prestan atención. En los foros internacionales, prácticamente nadie está hablando de aislar diplomáticamente a Cuba por estos crímenes. Lo vi en carne propia en la cumbre de 58 países de América Latina y la Unión Europea celebrada en Guadalajara, México. La cumbre condenó oficialmente las humillaciones a las que fueron sometidos los prisioneros de Estados Unidos en Irak y dedicó gran parte de su tiempo a discutir un párrafo de condena a Washington por sus sanciones comerciales a Cuba.

Sin embargo, increíblemente, ninguno de los mandatarios presentes mencionó el asesinato de 104 prisioneros en una cárcel de Honduras pocos días antes, o el hecho que Cuba, además de los recientes fusilamientos, condenó a muchos opositores pacíficos a décadas de prisión por «delitos» como poseer una máquina de escribir no autorizada, o distribuir panfletos, o escribir para periódicos extranjeros.

Cuando le pregunté a un presidente sudamericano si la cumbre de Guadalajara no debería haber criticado las violaciones a los derechos humanos en todos lados, vengan de donde vengan, se encogió de hombros y me dijo: «Lo que pasa es que lo de Irak cambió todo».

¿Qué más me llamó la atención de lo que dijo Kerry? Me sorprendió que, en otra parte de la entrevista, no mostró mucho entusiasmo por el Proyecto Varela, la petición firmada por más de 30.000 cubanos dentro de la isla para pedir un referéndum sobre si permitir libertades civiles en la isla.

Aunque Kerry ha apoyado el Proyecto Varela en el pasado, me dijo que la petición «le ha causado muchos problemas a mucha gente, y muchos han terminado en prisión, y les ha caído el martillo de una forma que creo que terminó siendo contraproducente». Agregó que «lo que quiero tratar de hacer es abrir (nuevas) posibilidades» mediante, por ejemplo, el aumento de los viajes de los cubano-americanos a la isla, que según él son «la fuerza más positiva para el cambio en Cuba».

Mi conclusión: Kerry hace bien en proponer una mayor presión internacional para exigir libertades políticas en Cuba, pero peca de demasiada cautela sobre el Proyecto Varela. Tal como pudiera estar ocurriendo en Venezuela, y como pasó en el plebiscito contra el dictador chileno Augusto Pinochet en 1989, o en las elecciones contra el régimen sandinista en Nicaragua en 1990, el arma más efectiva contra los gobiernos autoritarios suele ser una oposición interna activa con el apoyo político de la comunidad democrática internacional. Sin una oposición pacífica interna con una petición definida, como el Proyecto Varela, la presión diplomática internacional que propone Kerry no tendría nada concreto que defender en Cuba.


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