La rabia está suelta
En el imaginario del futbolista medio -bien adentro de su psiquis-, un periodista es tan peligroso como un 9 rival. Siempre fisgón, acechante, una mosca detrás de la mugre. Allí están -piensan muchos de ellos- los jugadores frustrados que no conocen el olor de un vestuario, que «viven gracias a nosotros» y que, después, inexorablemente, «escriben o dicen pavadas».
Según relata Peralta, antes del cobarde y eufórico ataque, sus agresores le recriminaron que él los había calificado con baja puntuación en los partidos. La banalidad del argumento no merece atención: lo que importa es la agresión brutal. Ancatén, de todas formas, nunca mereció un 'aplazo'.
Descartado el móvil del periodista hipercrítico, ¿qué fue realmente lo que motivó la paliza? No parece haber más razones que la agresividad contenida que un par de copas liberó entre el humo de la madrugada.
¿Qué mejor enemigo que el periodista indefenso y sosegado, el molesto 'zumbón' que la fiebre noctámbula convierte en blanco perfecto de las frustraciones?
El enemigo, por supuesto, está en otro lado. Está en ese centro que no llegó a destino, ese pase que siguió de largo, esa transferencia que nunca se concretó. El sueño de gloria que se astilló, las migajas de una fantasía incompleta, el desvarío espiritual ante los escombros de una carrera.
Una profesión de egos desmesurados -alimentados por la mirada social- convive con un oficio que juega con ese ego tras cada partido. Un matimonio por conveniencia, una relación que se tensa, se hun-de, balbucea y estalla.
El big bang se produjo de madrugada, cuando en Cipolletti la rabia y la cobardía rodaban como las piedras.
Pablo Perantuono
Nota asociada: Ataque: Un futbolista agredió a un cronista de este diario
Nota asociada: Ataque: Un futbolista agredió a un cronista de este diario
En el imaginario del futbolista medio -bien adentro de su psiquis-, un periodista es tan peligroso como un 9 rival. Siempre fisgón, acechante, una mosca detrás de la mugre. Allí están -piensan muchos de ellos- los jugadores frustrados que no conocen el olor de un vestuario, que "viven gracias a nosotros" y que, después, inexorablemente, "escriben o dicen pavadas".
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