La radio del nuevo siglo

Por Ricardo M. Haye

P asó otro 27 de agosto y, como es norma en esta fecha, los diarios, la televisión y la propia interesada se acordaron de que la radio argentina cumplía otro aniversario.

Por ese celo recordatorio que ponemos sobre las cifras más redondas que otras -esta vez se festejaban 80 años-, las notas alcanzaron mayor despliegue que en otras ocasiones.

Pero lo básico estuvo allí, como siempre. Lo básico es la gesta de aquel grupo entrañable de «Locos de la azotea», capitaneados por el médico Enrique Telémaco Susini, que en aquella invernal noche porteña maravilló a escasos 20 o 30 oyentes con su transmisión de la ópera «Parsifal» desde el Teatro Coliseo.

Lo otro, que a veces se presenta como relevante, es puramente anecdótico o gracioso: son los furcios más notables, las citas de Nini Marshall; Sandrini; Pepe Iglesias el «Zorro»; Fioravanti, Sojit y una larga cadena de nombres que remiten a los próceres de la radiofonía vernácula.

Una gran pátina de nostalgia se derrama a partir de las desempolvadas grabaciones de Los Pérez García, Una familia Rinsoberbia, La revista dislocada o las radionovelas de Migré. Tanto es el fervor, tan sinceros parecen los lamentos por la pérdida de este tipo de producciones que uno no se explica por qué no se realizan audiciones equivalentes. (Iguales jamás podrían ser. Hay sellos, tics, temáticas y jergas epocales que no lo permitirían).

En definitiva, esta nota que también homenajea a la radio pero por fuera de la fecha exacta, también se conduele por algunas ausencias que resienten la expresividad de los mensajes radiofónicos y que adelgazan su repertorio temático.

Las rutinas productivas consagradas y prevalecientes descansan sobre modos predicativos notablemente inexpresivos, anclados en un decir «informativo» en desmedro de fórmulas que podrían resultar más convocantes y atractivas.

Sin pretender negar la importancia que reviste la transferencia de información, cabe apuntar los beneficios del equilibrio con otros géneros como aquellos que hacen posible la interpretación, la argumentación, la opinión y la recreación.

Concebir a la radio como un medio puramente informativo es incurrir en un reduccionismo brutal, que desaloja otras funciones legítimas del invento de Marconi. Tanto como asumir que la radio sólo existe para difundir música, lo cual implica renunciar a las propias posibilidades.

Aquella «razón narrativa» que propagandizaba Ortega y Gasset es la medida de lo que falta en la radio, y sobre todo en la regional.

En todo caso, nuestros medios radiofónicos sufren del mismo mal de ausencia que García Márquez diagnosticó en el periodismo gráfico. En ambos, los mensajes tienen que dejar de parecerse a los cables que envían las agencias, que están escritos como si fueran telegramas. La narración es la clave para hipnotizar al lector. Que el periodista esté esclavizado a la realidad no significa que tenga que escribir un texto parco y despojado de sensaciones.

«Tenemos que contar historias», sentenció el escritor colombiano. «La forma más auténtica que tiene un cronista para luchar contra el río de imágenes y de sonidos que nos proponen la televisión y la radio es contar una historia».

Y es también nuestra forma de imponernos a esa austeridad expresiva que resta encanto a los mensajes de la radio.

El otro estrechamiento se verifica en la esfera de los ámbitos temáticos. Seguramente una taxonomía de los discursos radiofónicos nos permitiría verificar lo angostado de sus repertorios.

La radio debe tratar de aunar la austeridad discursiva de la razón con la vocación de espectáculo que se encuentra en los discursos sustentados en las sensaciones y las emociones.

Quizás no haya otro medio que iguale su privilegiada ubicación en la intersección de estas potentes avenidas: la razón y la emoción. Por la radio circulan, se entremezclan y confunden los contenidos cognitivos y los afectivos.

No hay trabas para la imaginación. Los productos radiofónicos no están subordinados a limitaciones geográficas, temáticas o temporales y el abanico de formas sonoras a su alcance les permiten las combinaciones más originales o caprichosas entre ideas, sueños, seres fantásticos, héroes mitológicos, objetos animizados o sujetos anónimos que se buscan la vida día a día.

Sin embargo, pese a los paisajes ilimitados, las potencialidades expresivas y la confluencia del raciocinio con la emocionalidad, la radio mantiene un vuelo bajo.

El empobrecimiento de la radio alcanza tanto a las actitudes y propósitos de los emisores, resignados al rol de pasadiscos o simples lectores de cables suministrados por agencias de noticias, como a los procedimientos de configuración textual, que han olvidado las enormes posibilidades expresivas ofrecidas por la combinación armoniosa de los cuatro elementos del discurso radiofónico: la palabra, la música, los efectos sonoros y el silencio.

Ante su público, la radio tiene la responsabilidad insoslayable de actuar como fuente de aprovisionamiento de referencias culturales y su discurso tiene que caracterizarse por la amplitud de registro. Pocos medios son tan aptos para la revalorización de las matrices culturales de todos los colectivos, desde los sectores intelectuales o cultivados hasta los grupos populares o los segmentos periféricos.

Y está también la radio universitaria.

Estas notas intentan dar sentido a una radio útil, comprometida y gratificante.

En un país del volumen de la Argentina, esa radio puede actuar como el cemento social que contribuya a la integración y el desarrollo de las diferentes regiones que forman su vasto territorio.

Las acciones dirigidas a estos propósitos pueden encontrar las estructuras más sensibles y permeables en el modelo radiodifusor de tipo público.

Este sistema es el que exhibe mayor sensibilidad ante los principios de pluralidad, tolerancia y respeto hacia lo otro, lo diferente, aspectos fundantes en toda comunidad moderna.

Su misión no es la de acumular los mayores índices de audiencia, sino descorrer velos ideológicos, ofrecer perspectivas clarificadoras de los problemas sociales y de las contradicciones políticas o económicas en las que estos se sustentan, así como dar salida a las formas de producción artística, particularmente la música, que los modelos de reproducción comercial ignoran.

En la Argentina, la radio pública siempre estuvo asociada a la red de LRA Radio Nacional. Sin embargo, desde los albores de la recuperación democrática, la radiodifusión de matriz universitaria ha venido a complementar la tarea de la emisora estatal y sus filiales.

Como una prueba de las capacidades aquilatadas, las emisoras universitarias ya pueden exhibir por quinto año consecutivo el premio Martín Fierro a la mejor producción en el rubro «educativo/cultural» y otras numerosas nominaciones y galardones.

Son, además, las voces más preocupadas por audiencias habitualmente desatendidas, como los niños, o por producciones en riesgo de desaparición, como las adaptaciones o las dramatizaciones.

Resultan, finalmente, verdaderos ámbitos de experimentación comunicativa y capacitación de profesionales talentosos.

En estos momentos nuestro país cuenta con 35 radios que dependen de Universidades Nacionales o Tecnológicas, muchas de las cuales estuvieron representadas en las recientes IV Jornadas de Radios Universitarias, que sesionaron en la ciudad de Salta bajo el auspicio de la Asociación de Radios Universitarias Argentinas (ARUNA).

La relevancia de este proto-sistema ha sido reconocida por el Comité Federal de Radiodifusión (COMFER) que, pronto a completar su proyecto de ley de radiodifusión, ha convocado a sus responsables a emitir opinión al respecto.

Más allá del escepticismo acumulado durante los últimos dieciséis años, en los que el parlamento nacional no ha sido capaz de sancionar una norma legal democrática que reemplace al decreto-ley 22285 sancionado por la dictadura militar, las emisoras universitarias han celebrado esta actitud receptiva al diálogo, que contrasta visiblemente con la asumida por las autoridades del COMFER durante la gestión anterior.

En el encuentro de referencia, el propio Secretario de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación asumió la responsabilidad de trasladar el reclamo de las radios universitarias en el sentido de intervenir en la distribución de recursos provenientes de los gravámenes que recoge el COMFER.

De este modo, el doctor Gottifredi explicitó la vocación oficial de proteger a los medios públicos de las distorsiones que el interés crematístico pudiera ocasionar sobre las grillas de programación y sus contenidos. La consolidación de un sistema radiofónico universitario será una buena razón para que en los próximos aniversarios la evocación melancólica del pasado quede subordinada a la gozoza celebración del presente.

Es profesor titular de

Comunicación Radiofónica,

en la Universidad

Nacional del Comahue

y dirige la radio universitaria

«Antena Libre», FM de General Roca.


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