La “re-reelección” y los incendios

Gustavo Chopitea (*)

La gran mayoría de los políticos parecería estar cortada con la misma tijera. En todas partes. Más allá de la retórica, lo que realmente pretenden es el poder y todo lo que desde allí obtienen. Esto de ser vistos como mandatarios al servicio del pueblo luce cada vez más lejano. Por estas razones, una vez que llegan al poder no lo quieren abandonar; bajo ningún concepto. La ambición es fuerte, irrefrenable. En nuestro propio medio la historia contemporánea nos muestra que personajes tan distintos como Carlos Menem o Cristina Fernández (curiosamente, hoy aliados políticos) coinciden en esto de procurar eternizarse en el cargo, cual adictos al vicio del poder. Esta enfermedad política genera epidemias. Aparece, como veremos, en todas partes. Menos en los países con democracias maduras, por cierto. Hoy el mismo mal, el reeleccionario, ha explotado también en Senegal. Ahora mismo. El país de África donde nunca, desde que obtuviera su independencia, hubo un golpe de Estado. Jamás. Aunque sea obvio que no sólo los golpes de Estado lastiman a la democracia, que puede ser demolida, paso a paso y hasta discretamente, desde su mismo interior por quienes dicen respetar sus instituciones pero están empeñados en abusar de ellas. Dakar y otras ciudades del interior de ese país africano están hoy al borde del estallido y coqueteando con un posible descontrol social. Ocurre que el Consejo Constitucional local acaba de autorizar al actual presidente a presentar, una vez más (la tercera), su candidatura presidencial. Pese a que ya ejerció dos mandatos completos, que es el máximo constitucional. Con una interpretación arrevesada de la norma constitucional vigente, acaban de autorizar al actual presidente a presentarse para un tercer período. La decisión se tomó el viernes pasado. El presidente en cuestión es Abdoulaye Wade. Pero el nombre, que poco aportará a la historia, no importa demasiado. Son las circunstancias las que son desgraciadas. El actor de esta película podría ser casi cualquiera de los presidentes africanos y ciertamente también algunos de los latinoamericanos. Todos en Senegal saben que –en un país de doce millones de almas– los políticos pueden engañar a lo sustancial del electorado e intentar pasarles perversamente por encima –o por el costado– a las normas. El intento ahora en marcha apunta a dejar a Wade un rato más en el sillón presidencial: siete años más. Hasta que cumpla 92 años. Una verdadera locura. Una parte importante de la juventud senegalesa, particularmente la universitaria, protesta y genera ahora ruido a trueno. Fuerte. Muchos jóvenes no quieren seguir conviviendo con Wade en el poder. Saben que democracia es –en esencia– alternancia en el poder. Y ante lo sucedido, lo están gritando. Y han salido a las calles para evitar la nueva maniobra de Wade que hipoteca su futuro. Ya han aparecido, en protesta, en la “Plaza del Obelisco” de Dakar (lugar que tiene un simbolismo político y social bastante parecido al de nuestra “Plaza de Mayo” o al de la “Plaza Tahrir”, en El Cairo). Hay barricadas levantadas en la ciudad y un fuerte olor a neumático quemado, que se mezcla con el gas lacrimógeno de las fuerzas policiales. La posibilidad de una tragedia violenta está a la vuelta de la esquina. Cabe recordar que Wade –un zorro político liberal de 85 años, que ama apasionadamente el “rap”, la música popular senegalesa– al derrotar en el 2000 a Abdou Diouf quebró cuarenta años de continuidad socialista en Senegal. Paradójicamente, ahora parece querer obtener para sí largos años de permanencia en el más alto cargo del país. Antes de intentar quedarse en el poder a través de la reciente interpretación de jueces adictos, el longevo senegalés propuso burdamente que se le aceptara la “re-reelección” si el 25% de los votantes lo endosaba. No lo logró. Pero sí pudo, en cambio, alargar su mandato presidencial de 5 a 7 años, lo que es obviamente otra forma de permanecer más tiempo en el poder. Ahora Wade enfrenta una coalición (el M-23) que, con la participación de todo el espectro político, procura evitar el continuismo y está convocando al pueblo a movilizarse hacia el palacio presidencial para repudiar al mandatario. Con riesgo de desatar el caos, que la protesta pueda salirse de control o que la represión sea brutal. (*) Analista del Grupo Agenda Internacional


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