«La realidad es imbatible: no hay con qué darle»

Es para enloquecer de satisfacción el último libro de Leila Guerriero. Tiene tan alto voltaje creativo su escritura que logra envolvernos en cada una de las historias que relata y no soltarnos más.

Leila (1967) aclara que no es comunicóloga, ensayista, socióloga, filósofa, pensadora, historiadora, opinadora ni teoricista ambulante. No tiene la menor idea de la semiótica de los géneros contemporáneos, de los problemas metodológicos para el análisis de la comunicación o de la etnografía de las audiencias.

Leila sólo es una mera cronista, dice ella. Una de las mejores cronistas de Latinoamérica, decimos nosotros, desde acá.

Siempre quiso escribir ficción pero ya mayorcita descubrió que no había nada mejor que la realidad pura para contar una buena historia. No hay con qué darle a la realidad, sostiene.

No hay que ficcionar nada, máxime si se vive en Latinoamérica, piensa Leila. «Me fascina ir, ver y contar lo que vi, con toda la subjetividad encima amparada en mi honestidad», dice a «Río Negro».

Acaba de sacar otro libro al mercado: «Frutos extraños. Crónicas reunidas 2001-2008» (Aguilar), que le está provocando un gustito más que grato. «Tenía como una explosión de artículos desperdigados por España, México, Colombia, Argentina… y esto de recuperarlos en un libro de recopilación estuvo bueno», afirma quien escribe para las revistas colombianas «Gatopardo» y «Malpensante»; «Etiqueta Negra», en Perú; «Paula», de Chile; «Vanity Fair» y «El País», de España; «El País Cultural», de Uruguay y en Argentina, el diario «La Nación».

De este circuito recuperó veinticinco textos -crónicas, perfiles, discusiones y artículos sobre periodismo- que retratan por ejemplo, el Equipo Argentino de Antropología Forense, el grupo Reynols, un clon de Freddy Mercury, el empresario Alberto Samid o la leyenda de Facundo Cabral.

-¿Qué te pasa mirando hacia atrás tus escritos?

-Ver que ya no escribo así.

-¿Es un alivio eso?

-Sí, totalmente. Era muy barroca, muy puntillosa. Gané en simpleza. Ya demasiado compleja es la realidad.

Al respecto escribe en el libro: «¿Pero dónde estaba yo cuando escribí esto?». Y ese será todo nuestro premio: haber estado ahí. Y no recordar cómo».

-¿Hay un boom de consumo de la crónica, tu fuerte a la hora de escribir?

-Andá a pedirle 30 centímetros de espacio a un editor de un diario para una buena crónica: no te lo dan. Las crónicas se publican en libros, toda una paradoja. El lugar de la crónica hoy es muy reducido. De todos modos la gente la demanda, le gusta y la disfruta.

Escribe en su libro: «Pocos medios están dispuestos a dedicarle espacio a un texto largo ya que, se supone los lectores ya no leen. Y sin embargo, sin medios dónde publicarla, sin medios dispuestos a pagarla y sin editores dispuestos a darles a los periodistas el tiempo necesario para escribirla, se habla hoy de un auge arrasador de la crónica latinoamericana. Después del misterio de la santísima trinidad, este debe ser el segundo más difícil de resolver».

Si bien quiso ser escritora de ficción desde siempre, Leila es periodista desde 1992. Por casualidad, podría decirse: de esas casualidades no tan casuales, por supuesto, si de compulsión por la escritora hablamos. Un día pasó por «Página/12» donde no conocía a nadie y dejó, en la recepción, un cuento corto para que lo publicaran, si tenía ganas y si pintaba, en una sección que había para escritores ignotos como ella. Se fue tranquila tras el vértigo de Buenos Aires, vértigo este que le dio una sorpresa cuatro días después: su cuento apareció en la contra de Página/12 donde publicaban Juan Gelman, Osvaldo Soriano, Rodrigo Fresán y Juan Forn. Algo muy simple había ocurrido: Lanata había pasado, lo vio, lo leyó y le gustó muchísimo. «Ni idea de quién era Lanata», rememora Leila.

Desde ese día no paró de escribir periodísticamente. La necesidad de ficción la sublimó en el estilo para escribir. «Tengo un trato con el lector». Un trato muy simple pero fundamental: más allá de los recursos, tonos y estilos con que cuento algo, lo que digo es verdad, ocurrió en realidad. No miento nunca a pesar de que lo diga suene a literario». Es que a la hora de relatar Leila recurre a la literatura y el cine: el clima, la tensión argumental, siempre al servicio de la información. «Los datos duros del acontecimiento nunca faltan es mi historia: por eso hago periodismo y no otra cosa».

Esta particularidad bien puede constatarse en otro de sus libros, «Los suicidios del fin del mundo», donde estuvo un buen tiempo viajando a Las Heras, en Santa Cruz, para responderse por qué en ese pueblito tan chico los adolescentes se mataban. «Si hay algo que el ejercicio de la profesión me ha enseñado es que un periodista debe cuidarse muy bien de buscar una respuesta única y tranquilizadora a la pregunta del porqué».

¿El método de trabajo de Leila? La observación. No hay otro. Hay que ser como un radar, argumenta: encontrar y ver algo ahí donde pasaron 500.000 pares de ojos y no detectaron nada. Establecer relaciones y vinculaciones y registrar todas las pausas, vacilaciones, equivocaciones y gestos de la gente y de las situaciones. El mínimo detalle puede decir mucho: la vida y el periodismo pasan por los detalles, insiste. «Tener buena intuición, estar sin estar, como dicen los budistas. Ser invisible y rápido, lo más rápido posible. Quedarse quieto, muy quieto… para que nada se escape y se nos escape», cuenta a «Río Negro». «Grabo todo y luego repaso ese material con los apuntes en la mano. Ahí es donde los datos empiezan a tomar sentido, adquirir lógica y encontrar claridad».

Leila teoriza, a pesar de su postura antiintelectual: «La gente es muy poco lo que dice, es más lo que hace. Un buen cronista mira más de lo que pregunta; por ello prefiero dejar que una persona hable antes de abordarlo a preguntas».

Esta postura -de trabajo y de vida- lleva a Leila a no contar casi nada en primera persona, costumbre tan adolescente y latinoamericana y pulula y abunda como peste. «Cuando uno es joven corre el riesgo de pensar que no hay otra cosa más interesante que uno mismo. Pero el arte de escribir crónicas es desaparecer porque la protagonista es siempre ella, la historia. No olvidar esta premisa es fundamental».

Palabra de maestra. Palabra de una de las mejores cronistas del momento en habla hispana.


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