La reforma, Por Héctor Mauriño 08-02-04

Por Héctor Mauriño

Las fuerzas de la oposición que cuestionan el proyecto hegemónico de Sobisch, la reforma de la Constitución que impulsa el gobernador las coloca frente a un dilema de hierro: o se mantienen blindadas a la iniciativa pero relativamente dispersas y sin mayor posibilidad de influir en el curso de los acontecimientos; o se unen y toman el riesgo de diseñar un proyecto diferente del oficial. En definitiva, ése puede ser el puntapié inicial de un polo político alternativo.

La oposición ve con gran desconfianza la fiebre reformista del oficialismo. En términos generales este abanico de fuerzas considera a la Constitución del '57 una pieza valiosa y no ve motivo alguno que justifique su cambio. Sospecha que Sobisch apunta a la reelección indefinida; a la seguridad jurídica para sus «aliadas estratégicas», las petroleras; y a recortar los cuerpos colegiados para avasallar a las minorías y volver a la «gobernabilidad».

En suma, a una suerte de refundación del Estado, acorde con el enorme poder acumulado por el gobernador. Poder que le permite tutelar los tres poderes del Estado, manejar al grueso de la prensa y mantener una influencia decisiva sobre los sectores medios, los empresarios y los pobres, todos ellos abonados al aparato público.

Frente a semejante panorama, la decisión opositora de aferrarse a una cuestión de principios que cierre el paso a la reforma suena coherente y valiosa en sí misma, aunque puede resultar muy frágil en el campo político real.

Es sabido que en política nunca alcanza con definir lo que no se quiere. Por el contrario, cualquier fuerza puesta en la necesidad de sumar vo

luntades se ve en la alternativa de ofrecer algo diferente a la sociedad o resignarse a desaparecer.

Además desde el plano práctico, a despecho de la firme negativa que exhibe la oposición, nada garantiza que Sobisch no pueda concretar sus propósitos. En definitiva, el gobernador cuenta con 23 de los 24 votos necesarios para aprobar la necesidad de la reforma y llamar a la Constituyente.

De hecho, las desconfianzas mutuas en el espectro opositor respecto de quién podría brindarle ese servicio al oficialismo van en aumento. La cámara oculta que en la gestión pasada grabó un presunto intento de coima al ex diputado Jorge Taylor, da una pista firme sobre lo que podría ocurrir en cualquier momento en la Legislatura.

Por si ese riesgo no fuera suficiente, se supo esta semana que los asesores del oficialismo trabajan en una presentación judicial para que se reconozca como dos tercios de la Cámara el número de 23 diputados en lugar de los actuales 24. Esta jugada puede parecer descabellada, pero el MPN acaba de poner a tres de los cinco jueces del TSJ y algún motivo tendrá para pensar que una propuesta de ese calibre puede prosperar.

No obstante los numerosos flancos que exhibe el rígido «no» a la reforma, la oposición podría concluir que de todos modos no le conviene aparecer allanando el camino al capricho de construir una provincia a la medida de un hombre. Pero ya está visto que Sobisch puede salir con la suya a pesar de todo, y en ese caso nada le asegura a la oposición que la sociedad no la haría responsable de haberse quedado cruzada de brazos frente a un grave atentado institucional.

En definitiva, Sobisch no corre riesgos menores con su jugada. Si bien acaba de ganar una elección de forma abrumadora, la historia muestra que los comicios para convencionales, en los que se debate un fin muy diferente del de gobernar la provincia, han sido históricamente esquivos para el MPN. En abril del '94, el Frente Grande, con Jaime de Nevares de candidato, le ganó al partido provincial la elección de convencionales para la reforma de la Constitución Nacional. Y unos pocos meses después, la elección de convencionales municipales para redactar la Carta Orgánica de Neuquén capital terminó con relativa paridad entre el MPN, la UCR y el FG. A veces peor que no acertar es no hacer nada.

De hecho, el debate sobre la disyuntiva que enfrenta la oposición ya comenzó a recorrer el interior de las distintas fuerzas políticas. En el PJ, esta semana se produjo el primer cortocircuito entre el titular del bloque de ese partido, Ariel Kogan, quien defiende un cerrado rechazo a la reforma y el diputado Gabriel Romero. Este último salió a cruzar a su compañero y sostiene que hay que sumar partidos políticos, organismos sociales, empresarios, CGT y CTA para dar batalla por la reforma. Cree que es posible introducir en el texto constitucional aspectos tales como el ballottage, la puesta de los organismos de control en manos de la oposición y una forma transparente de elección de los jueces.

Claro que Romero está persuadido de que el eje convocante para ese abanico opositor es el gobierno nacional. Por eso, piensa que una eventual lista de convencionales debería ser muy amplia y empezar por incluir a Oscar Parrilli. El secretario general de la Presidencia no se ha pronunciado públicamente sobre el tema, pero en su entorno aseguran que no comparte la iniciativa.

Otro dirigente que coincidiría con la necesidad de salir del simple «no» a la reforma es Oscar Massei. El ex frepasista acaba de dejar el TSJ y aún no ha abierto la boca, pero sus íntimos dicen que volverá a hacer política y que pone como eje de las alianzas la figura de Néstor Kirchner.

Es cierto que adentrarse en la lógica de Sobisch entrañaría para la oposición grandes riesgos. Pero ¿qué fuerza tiene realmente ésta para oponerse con éxito? Hoy por hoy, la agenda política la fija Sobisch y si no es la reforma será otro tema. La oposición ya está en el brete.

Héctor Mauriño

vasco@rionegro.com.ar


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