La ronda de “los muchachos”

En el juicio por las coimas en el Senado se ventila todo un estilo de hacer política que signó la década de los 90. La intimidad del proceso arroja luz sobre ideas y personalidades del staff de la Alianza y dirigentes del PJ que fueron ejedel poder antes del gran derrumbe del 2001.

Redacción

Por Redacción

Carlos torrengo

carlostorrengo@hotmail.com

Un solo baño. O dos, en todo caso.

Pero, como los procesados por coimeros y coimeados son todos hombres, hay un solo baño para los ocho. Entonces, cuando pasadas las 13 de cada una de las audiencias en que se ventila el caso de las coimas en el Senado en los Tribunales de Comodoro Py el Tribunal Oral Federal 3 da luz verde, en discreta pero decidida marcha los acusados se instalan frente al sanitario a esperar su turno.

El único que no es fiel a ese ceremonial de mingitorio es Mario Pontaquarto, exsecretario parlamentario. El que los acusó y se sumó al lote. Porque se incriminó de haber retirado de la SIDE los cinco millones de pesos para el soborno.

–Dos maletas y una caja. La primera noche la pasaron en mi casa, en General Rodríguez. Puse los fajos sobre mi cama… los mirábamos con mi señora… ¡fajos!… pesos del uno a uno.

Luego, en un departamento de la calle Callao, el toma y daca. Para “los muchachos”, dicen en la elevación a juicio el juez Daniel Rafecas y el fiscal Delgado citando al exsenador Cantarero. Otro acusado, pero declarado inimputable: lo derrotó el Alzheimer.

Rafecas-Delgado: un dúo que desquicia los nervios de “los muchachos” que aguantan orines frente al único baño del subsuelo donde se los juzga.

–Sabe todo el poder que yo he visto pasar por aquí. Yo la traje esposada a María Julia Alsogaray… ¡y los militares! –comenta un sargento grueso. Canoso. Alto. 42 años en la Federal. Custodia el pasillo. Pasillo con mucha pared gris, con un aire a búnker de dictador .

Y ahí giran en “aguante” Fernando de la Rúa, otro Fernando, De Santibañes, que de jefe de los espías argentinos está acusado de poner la plata para coimear a “los muchachos”. No plata propia, claro. De la SIDE. De los argentinos sí. Y el aguante suma al exministro de Trabajo Alberto Flamarique. Demacrado.

(Continúa en la página 24)

(Viene de la página 23)

Pelo tupido y gris. Rematado con colita de artesano. Y la cola sanitaria se remata con cuatro peronistas y exsenadores. Para la Justicia, “muchachos” coimeados: Remo Costanzo, Alberto Tell, Ricardo Branda y Augusto Alasino. Entrerriano.

–Me dicen “El Choclo” –reflexiona ante el tribunal y en el devenir de su testimonial dirá que él también conoce lo que es ser blanco del interés de los servicios de inteligencia. Lo dirá cansinamente pero con decisión, para que los que saben de su vida lo sepan bien.

Se trata de una historia que germinó en el 94. Durante la Convención Constituyente en Santa Fe. Historia que integra a un peronista que por piruetas de la política un día del 2000 sumó sorpresivamente mucho poder.

Por aquellos otoño e invierno santafesinos, un convencional rionegrino le preguntó a “El Choclo” sobre el tema.

–Decime, “Choclito”, vos…

–¡Una infamia! ¡Eso, una infamia! –lo cortó.

El expresidente Fernando de la Rúa camina. Espera su turno para el baño. Rostro probado de tensiones. Hay algo en él de aquella figura a la que apelaba hace 150 años José María Ramos Mejía para cincelar ciertas personalidades: concentración melancólica.

Atento. Siempre dispuesto a conversar con los periodistas. En la indagatoria se lució como abogado. Hasta deslizó ironías, un género que en general le es ajeno.

–¿Cómo hizo Pontaquarto para subir varios pisos por una escalera con dos maletas y una caja llena de plata que en conjunto pesaban más de cincuenta kilos, cuando ése es el peso extremo que, según las normas que los rigen, puede llevar un estibador, hombres acostumbrados a cargas pesadas?

Pontaquarto lo escuchó sin gestos. Hay algo físico en él que recuerda a Don Fulgencio, aquel personaje “sin infancia” creado por Lino Palacios en los 30. Alto. Pelado. Grandote. Movimientos “que siempre demandan mucho espacio”, diría Borges.

Pero Pontaquarto tuvo infancia. Infancia “rea” en el sentido de Rubén González Tuñón. Y juventud en Comité radical. Un todoterreno por la “causa” del partido. “Hombre de tango, Palermo…”, lo define “El Choclo” ante el tribunal. Sin embargo, se olvidó de los caballos. Porque “Ponta”, como lo llamaba su amigo que fue un inmenso argentino, el socialista Alfredo Bravo, es hombre de hipódromo.

Más allá de él, el resto de los acusados trata con significativo respeto a De la Rúa. Los une la misma lucha: salir airosos del entrevero judicial.

–Fue mi profesor en la Universidad de Córdoba, ayudante en la cátedra de Derecho Procesal Penal. Él me corrigió una monografía que yo hice sobre una situación muy particular que pasó un caudillo montonero del norte argentino: don Severo Chumbita –comenta “El Choclo” mirando al tribunal.

Pero a renglón seguido acota:

–Los peronistas lo queríamos ayudar… decían que era medio distraído, algo ido, no sé…

Un periodista recuerda el derrotero que desplegó Carlos “Chacho” Álvarez a la hora de considerar a De la Rúa en tiempos de la Alianza. Hacia 1999, “parecía tan fascinado por su larga experiencia política que llegó a expresar con admiración que Fernando era capaz de “fumar bajo el agua”, escribe Graciela Fernández Meijide.

Y, siempre ante el tribunal, el rionegrino Remo Costanzo hablará al borde del enternecimiento al referirse al expresidente:

–Los problemas que él tenía como presidente los tenía uno de mis hijos como intendente de Viedma: déficit, problemas con los sueldos…

Un Costanzo que, cuando el tribunal le hizo preguntas de rigor sobre su persona desde lo laboral, se definió como “jubilado y periodista. Tengo una revista dedicada a temas patagónicos”.

Costanzo también cumple turno de espera para entrar al único baño. Sus ojos se mantienen inquietos. Se acerca a los 80. Pero, aun con mochila gruesa de vida, encuadra en una definición de Norberto Bobbio en “De senectute”: la vejez es “un tema académico”.

El exsenador Alberto Tell sale del estratégico cuarto. Se demora en la puerta, lo cual pone nervioso a otro ex de la cámara alta: Ricardo Branda.

Jujeño. Hijo de un dirigente gremial telefónico secuestrado y desaparecido por el ejército en enero del 77. Estampa de riflero de la Revolución Mexicana tiene Tell. Mostachos. Ancho. Cabezota. Corto de cuello. Hombre al que se le cargan los ojos cuando este diario le pregunta sobre su padre.

–¿Usted es de acá? –le pregunta uno de los abogados de los senadores acusados de coimeros.

–¿De acá dónde? –responde un joven que lleva maderas en una mano.

–¡De acá, de tribunales!

–Sí, de maestranza.

–Mire, falta papel higiénico en el baño; no sé si puede ayudarnos, disculpe.

–Me ocupo –dice el joven y se hunde en un pasillo lateral del cual llega una ruidosa alegría. La maestranza está de jolgorio.

Sentado en un sillón de tres cuerpos, Mario Pontaquarto juega con su pies. Patón el “Ponta”. Traje claro.

–¿Qué pensó cuando miró la plata desparramada en su cama? –le pregunta este diario.

–¡Cuánta guita! Nunca imaginé el espacio que ocupaba–. Una cama king size completa, diría después.

–¡Vuelve el tribunal! –vocea un federal que también ha visto “mucha política en la gayola”.

–Y bueno, hermano, ayer unos, hoy éstos y mañana otros… ¡siempre hay portland para los políticos! ¡Qué país, hermano! –le dice el efectivo a “Río Negro” y sigue anunciando la llegada de sus señorías.

Los acusados de sobornar y ser sobornados vuelven en serena marcha a la sala donde los juzgan. Ya aligeraron sus cuerpos.

Pero no la historia que los tiene ahí, en el banquillo de los acusados.

Al menos hoy.

Culminó la ronda inicial de declaraciones de un proceso que tendrá 400 testigos, la mayoría políticos


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