La seguridad humana como problema contemporáneo

Por Eduardo Basz

La sola mención del reclamo generalizado de habitar en una ciudad segura nos revela la magnitud del problema. En el nuevo siglo, la seguridad ya ocupa un lugar central en la agenda de los ciudadanos, los políticos, los medios, los expertos, los académicos y los empresarios. La inseguridad aparece como un condicionamiento inesperado (¡otro más!) de la democracia política, contribuye al deterioro de la calidad de vida y es un obstáculo adicional al funcionamiento de la economía. Hoy en día, el concepto de seguridad humana es revelador de una cultura política contemporánea que reemplazó la vieja idea del «orden público».

Durante la segunda mitad del siglo XX, hablar de seguridad era hablar de «seguridad nacional», cuyo sentido, propósito y desenlace todos conocemos. Esto es: una estructura militarista extendida por todo el territorio nacional, como una telaraña, que pretendía tener todo bajo control. De lo que se trataba era de garantizar la seguridad del Estado, no de las personas. En los años de la Guerra Fría, la «doctrina» tuvo su apogeo y fue utilizada no sólo para combatir al «enemigo interno», sino también toda forma de disidencia social. Cualquier alteración del «orden público» era considerada una amenaza para el Estado. Por eso, las fuerzas policiales contaban con una «división de moralidad» y aparecieron involucradas en episodios estrafalarios como el cierre de galerías de arte, la persecución de las primeras chicas en usar minifaldas y encarcelar a los Hare Krishna (¿no tenían otra cosa que hacer?). Pero se produjo un drástico cambio climático: la inesperada continuidad del proceso democrático, el Nunca Más, el colapso del «socialismo real», el Mercosur, Internet, los «cascos azules» y múltiples escándalos francamente criminales donde aparecieron comprometidos altos oficiales policiales, por no mencionar el atentado terrorista contra la AMIA. Finalmente, la institución policial (pariente pobre de los regímenes militares) se quedó sin un relato que la avalara. Simplemente la vieja ideología de la seguridad nacional había muerto. Son cosas que pasan.

Las nuevas amenazas a la seguridad ya no tienen nada que ver con el fantasma de la guerra nuclear entre el Este y el Oeste, los golpes de Estado o la izquierda guerrillera. El nudo de los problemas es otro: terrorismo, narcotráfico, delincuencia organizada internacional, grandes desplazamientos migratorios, contrabando de armas, devastación ecológica. A esto se suman las antiguas iniquidades sociales reproducidas y aumentadas en los últimos tiempos: miseria, hambre, desempleo, exclusión social y la pequeña delincuencia. La inseguridad ya no tiene una raíz militar, sino más bien está vinculada con los procesos sociales y culturales del mundo contemporáneo. Como dice la especialista rosarina Ana Rosa Sismondi: «Se trata de pensar en una seguridad a escala humana, donde con los riesgos y amenazas de hoy podamos intervenir basados en las funciones integrativas, redistributivas y de desarrollo humano del Estado y cada vez menos en sus funciones y mecanismos coercitivos. La seguridad ciudadana es un proceso complejo que no admite soluciones simplistas».

En el escenario internacional hay iniciativas de envergadura. Tal vez la más destacable sea la Red de Seguridad Humana. En contra de lo que pudiera sugerir su nombre, no es una coalición de ongs y movimientos alternativos, sino una alianza de países de diferentes regiones preocupados por instalar este problema en la agenda mundial. Ellos son: Australia, Canadá, Chile, Grecia, Irlanda, Jordania, Malí, Holanda, Noruega, Suiza, Eslovenia, Tailandia y un observador, Sudáfrica. La red surgió durante la campaña contra las minas terrestres y fue lanzada en el transcurso de una reunión de cancilleres en la ciudad noruega de Lysoen, un 20 de mayo de 1999. La presentación en sociedad tuvo un tono similar a los manifiestos por el desarme o las declaraciones por los derechos humanos. «Un mundo donde las personas puedan vivir con seguridad y dignidad, sin pobreza y desesperanza, es un un sueño para muchos y debería ser una realidad para todos. Esencialmente, la seguridad humana significa una vida libre de amenazas profundas a los derechos de las personas, a su seguridad o incluso a sus propias vidas. La seguridad es el sello distintivo de una vida sin temor, mientras que el bienestar es el objetivo de una vida sin necesidades».

La tarea de la red es llamar la atención internacional sobre los «nuevos temas emergentes». Su agenda es lo suficientemente amplia como para incluir la universalización de la Convención de Ottawa contra las minas antipersonales, el establecimiento de la Corte Penal Internacional, el control de las armas pequeñas y livianas, la lucha contra el crimen organizado internacional, el combate contra el virus HIV/sida, se dirige a los vacíos de implementación del derecho humanitario internacional y la prevención de conflictos. Después de las dos primeras reuniones fundacionales en Noruega, en 1999, los cancilleres de la red volvieron a encontrarse en Lucerna, Suiza (2000); Petra, Jordania (2001); Santiago de Chile (2002); Graz, Austria (2003), y en Bamako, Malí (2004).

A partir de la sesión realizada en Chile, la red comenzó a pensar seriamente en la preparación de un informe de la seguridad humana que dé cuenta del estado del mundo y de cada país. No es una tarea sencilla, ni en lo conceptual ni en lo político. Se presentaron dos propuestas. Una estuvo a cargo de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), que contemplaba abordar la cuestión desde cinco puntos de vista: económico, social, ambiental, político y cultural. La otra fue de la Universidad de Columbia Británica, centrada en mediciones específicas de violencia criminal, soslayando los datos económicos y sociales. El debate está lejos de haber concluido. Pero todo hace suponer que en un futuro inmediato tendremos un informe de la seguridad humana que nos ayude a entender dónde estamos parados, qué está pasando y hacia dónde vamos. Todas cosas que ignoramos.


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