La temporada de los Nobel y la política económica

Por Paul A. Samuelson

Amediados de octubre, un profesor de origen alemán en la Universidad Rockefeller ganó el Premio Nobel para medicina y fisiología. Uno de mis 15 nietos, en el próximo siglo, podría curarse de un cáncer porque el profesor Gunther Blobel descubrió la forma en que las proteínas controlan el tráfico de entrada y salida de las células. Tres hurras.

Dos días más tarde, el profesor Robert Mundell de la Universidad de Columbia recibió el Premio Nobel de economía 1999 por sus innovadores análisis de las teorías monetarias internacionales. Esto me da una gran alegría porque, hace décadas en la escuela de posgrado del MIT, el joven Bob Mundell obtuvo un brillante doctorado en nuestras salas de seminarios de economía. Tres vivas y una viva más.

En las ciencias exactas, la mayoría de los académicos de calibre Nobel en general están de acuerdo entre sí. Por ello, la mayoría dudaron de la realidad de la llamada «fusión fría,» con la que se esperaba poder crear energía barata al combinar (en vez de dividir) átomos. Sus dudas fueron más tarde vindicadas por experimentos controlados.

Los premios Nobel para la paz y la literatura no son como aquellos de la química y la física. Cuando Henry Kissinger compartió el premio de la paz en 1973 con la cabeza del estado izquierdista de Vietnam, Le Duc Tho, la mitad de los no conformes estaban a la derecha y la mitad a la izquierda.

La economía está en alguna parte intermedia, como algo menos que una ciencia exacta pero más que un arte. Así, tanto Milton Friedman como yo tenemos medallas de oro de Estocolmo. Hemos sido amigos por más de 65 años, ya que hace mucho ambos estudiamos en la Universidad de Chicago bajo la tutela del sabio Frank Knight. Pero en diversas cuestiones de política estamos en fuerte desacuerdo. Entendemos y comprendemos los argumentos del otro, pero nos vemos obligados a disentir amablemente.

Mi propósito aquí no es en absoluto autobiográfico. Es explicar por qué un Robert Mundell piensa bien de la nueva Unión Monetaria Europea. Por sus teorías de las área óptimas para el uso de una divisa, Mundell ha sido considerado el padre del euro. Mundell lamentó la muerte del estándar del oro mientras que, al mismo tiempo, la mayoría de sus contemporáneos en la academia de América han favorecido alguna versión de tasas de cambio en flexible flotación.

Debo mencionar como cuestión de interés menor que el Dr. Mundell fue uno de los arquitectos de la «economía del lado de la oferta» de Ronald Reagan durante 1981-83. Quienes están del lado de la oferta, como David Stockman en la Casa Blanca, Jack Kemp, quien fuera aspirante a la presidencia y Arthur Laffer (famoso por la «curva de Laffer») siguen siendo una fuerza intelectual en la página editorial del Wall Street Journal y en la campaña 1999 de Steve Forbes por obtener la nominación presidencial republicana. En la economía, lo que sube tiene que bajar, incluso después de pasar de moda por un tiempo.

¿Cómo es, entonces, la economía conservadora nacional en estos días? Primero analicemos la nueva divisa Euro. Sus adherentes se desilusionaron un poco cuando, durante la mayoría de los meses de 1999, se depreció frente al dólar. Pero, en el otoño, el euro ha recuperado algo de terreno ahora que las tasas de crecimiento en Wall Street y en todo Estados Unidos han estado mostrando algunas incertidumbres.

Lo que los críticos del euro temían que ocurriera ha, en cierto grado, ocurrido. Cuando Irlanda se sobrecalienta y deja en su crecimiento atrás al resto de Europa, el nuevo Banco Central Europeo (en Frankfurt) no puede enfriarla y tratar al mismo tiempo de estimular el crédito en las lentas Italia, Francia y Alemania. España debe sentirse afortunada de estar en el punto medio entre Irlanda e Italia en esta fase del juego.

Vaya ahora a comparar a la Argentina y al Brasil, o a Corea del Sur y a Malasia. la Argentina tiene un consejo cambiario que conserva a su divisa rígidamente apegada al dólar. Mundell lo aprueba y duda de las fluctuaciones brasileñas en paridades cambiarias. En la historia económica no es posible ningún experimento decisivo controlado. Hasta ahora, persiste una considerable austeridad en la Argentina. Pero no han cedido todavía los diques en contra de la inflación. Aun así, si el futuro fuera a deparar para la Argentina bajo el actual acuerdo cambiario varios años más de estancamiento económico y sacrificio, entonces bien pudiera ser válido un recálculo.

Se presentan imponderables similares para hacer difícil la comparación entre Corea y Malasia. El primer ministro malayo ha jugado por mucho tiempo la carta de los «valores asiáticos» en contra de la corriente ideológica principal del libre comercio. Cuando esto amargó la calificación del crédito de Malasia frente a los acreedores extranjeros y el FMI, se empleó el recurso de emergencia de utilizar controles de cambio directos. Por contraste, la respetable recuperación del PBI en Corea en 1999 ha sido lograda sin dejar de cumplir con las reglas impuestas por el FMI. Objetivamente, el jurado todavía delibera la posibilidad de que Malasia esté, o vaya a estar, en profundos problemas debido a su decisión de abandonar la ideología de la globalización.

La prosperidad económica es una tierna flor que no se da bien en ausencia de la estabilidad política. Las naciones que tienen profundos problemas políticos, como Pakistán – cuyo gobierno civil acaba de ser derrocado por el ejército – o Yugoslavia, sólo desearían tener cosas menores de qué preocuparse, como paridades flotantes contra tasas fijas.

(*) 1999, Los Angeles Times Syndicate.


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