La «tercera vía» hace agua

Por Aleardo F. Laría

El descalabro electoral sufrido por el canciller alemán Schröder en las europeas y luego en las elecciones regionales de Hesse, Sarre, Turingia y Sajonia, demuestra la endeblez de las propuestas renovadoras del «nuevo centro». El programa de sabor británico de la «tercera vía», difundido juntamente con Tony Blair, en forma de consignas electorales, pero sin mayores contenidos de fondo, parece haberse difuminado. La alta abstención electoral suena a protesta contra los planes para reducir el ritmo de crecimiento de las pensiones, la reforma de la sanidad y del sistema fiscal. Hay quienes relacionan el fracaso con la dimisión del ministro de Hacienda Lafontaine, motivada por no poder llevar a cabo el programa electoral prometido. El electorado habría retirado la confianza a un SPD que reniega de la tradicional política socialdemócrata.

Por otra parte, tampoco parece irle demasiado bien al «nuevo laborismo» británico. Los sindicatos han calificado al programa de Blair de «thatcherismo con pantalones» y Mick Rix, el jefe del sindicato de los conductores de locomotoras, ha ido más allá: «Si el gobierno tiene dinero para despilfarrar en la guerra contra Yugoslavia, ¿por qué no encuentran fondos para mitigar la situación de los trabajadores jubilados?» El discurso moralista de Blair, pronunciado en el reciente congreso partidario de Bornemouth, coincidió con un informe publicado por el diario «The Guardian» según el cual el estado de la educación es calamitoso. Datos significativos para quien hizo de la «educación, educación, educación» la base de su programa electoral. Según un estudio realizado por la London School of Economics, cuatro millones de niños malviven por debajo del umbral de la pobreza en el Reino Unido, uno de los siete países más ricos del mundo. Es, según el informe, el país desarrollado con mayor diferencia entre ricos y pobres: la quinta parte más rica de la población tiene 10 veces lo que tiene la quinta parte más pobre. La estrategia gubernamental de reducir los subsidios a las familias de parados con el objetivo de obligarles a buscar trabajo no ha hecho sino agravar el problema de la pobreza. Menos mal que, como anunció solemnemente Blair en el congreso de Bornemouth, «la lucha de clases ha acabado».

¿Existe realmente una «tercera vía»? Es la pregunta que congregó a varios expertos reunidos en los cursos de verano de El Escorial. Coincidieron en que ante los retos de la globalización, la socialdemocracia se ve ante la necesidad de renovar su discurso. Al no existir una respuesta homogénea, aparecen las terceras vías, es decir una serie de respuestas nacionales a problemas globales. Pero en la medida en que ni siquiera toman a Europa como ámbito en el que resolver integradamente los nuevos problemas, es un proyecto incompleto. Como señala Perger, «si quiere ser algo, la tercera vía tiene que ser un proyecto europeo».

Por el momento, detrás de la propuesta de Blair y Schröder se dibuja un híbrido, una nebulosa mezcla de socialdemocracia y liberalismo.

El Partido Socialista de Lionel Jospin decididamente no cree en la «tercera vía» ni en «el nuevo centro». Su ejecutiva acaba de aprobar un documento que es una réplica en toda la regla a los fundamentos de la tercera vía. El «contramanifiesto» del socialismo francés sigue otorgando un amplio papel al Estado, «garantía de que cada ciudadano encuentre su plaza en la sociedad» y a su función reguladora, «cuanto más se globaliza el mundo, más se necesitan las reglas». El documento sostiene la primacía de la democracia sobre el mercado y compromete al socialismo en «la construcción de una sociedad más justa y más humana, en la que los valores no pueden ser sometidos a la exclusiva lógica del beneficio. Sí a la economía de mercado; no a la sociedad de mercado». Finalmente, los socialistas franceses ven en el concepto de flexibilidad alentado por Blair «una generalización de la precariedad».

Para los intelectuales madrileños que conforman el «Colectivo Itaca», los que ven en la «tercera vía» una alternativa al neoliberalismo, yerran completamente. Más bien «cabría decir que es una alternativa al socialismo, la pretensión de destruirlo desde dentro, secuestrando sus siglas y su marca para que todas opciones posibles queden encerradas en el estrecho campo del pensamiento único». Es tal vez un juicio demasiado severo.

La lectura del ensayo «La Tercera Vía» del conocido sociólogo Anthony Giddens, considerado el impulsor intelectual de la nueva propuesta, es amena y el libro está lleno de contenido.

La izquierda tiene todavía muchas cuestiones que abordar. Pero cuando el secretario de Estado, José María Michavila, considera que «en España la tercera vía es el centro reformista que representa Aznar en el camino hacia la zona templada», suenan los primeros timbres de alarma. Alertan acerca de los que es considerada, tal vez con cierta truculencia, «la última artimaña de la derecha»: propagar el rumor que la antinomia izquierda-derecha ha sido superada.


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