La tolerancia de nuestros días

Por Rodolfo Héctor Quezada (*)

Existen ideas, pensamientos, reflexiones, que cruzan la historia de la humanidad, que reconocen una vigencia y presencia como si las mismas hubieran sido formuladas para el presente.

Si esto es así, vale la pena apelar a ellas no como un mero ejercicio histórico de conocimiento, sino para que nos ayuden a analizar la época que vivimos en el mundo globalizado, los cambios radicales que el mismo impone a la condición humana, con la esperanza en el hombre, convencido de que es posible superar los problemas que plantea la sociedad actual.

Una de las ideas que han acompañado a la historia -con suerte diversa desde ya- es la tolerancia, entendida como el respeto y consideración hacia las maneras de pensar, de actuar y de sentir de los demás, aunque éstas sean diferentes de las nuestras.

Decía el genial dramaturgo y filósofo Voltaire, en una de las más logradas síntesis de la tolerancia, que la misma significaba que a pesar de estar en desacuerdo con las ideas del otro, se está dispuesto a luchar para que pueda expresarlas.

Ahora bien, y como una primera impresión, resulta desalentador el panorama de nuestros días, donde los rasgos y síntomas de intolerancia resultan moneda corriente, hasta llegar al absurdo de confundir tolerancia con debilidad o, lo que es peor aún, sospechar de débil al tolerante.

El racismo, la soberbia de los conceptos que se sostienen como verdad revelada sin admitir el disenso, la xenofobia, los fundamentalismos ideológicos o religiosos, son algunas de las maneras como se manifiesta la intolerancia de nuestros días.

La ignorancia, complejos de inferioridad, prejuicios, cobardía, dogmatismos, temor a la diferencia, encuentran en la intolerancia su ámbito propicio.

Con toda crudeza es dable observar estos rasgos en el ámbito de la política y por lo tanto casi todos los actores de la misma no escapan a dicha intolerancia, expresada con mayor virulencia en los discursos y acciones durante las campañas electorales como la que se avecina.

Resulta por demás lamentable, y flaco favor le hace a la recuperación de la credibilidad de la ciudadanía en los políticos, la degradación del debate político que hoy exhiben algunas voces del cuerpo legislativo provincial neuquino, donde parecería que la única argumentación para sostener una idea, pensamiento o posición es la descalificación personal de aquel que piensa distinto, es decir lejos está el debate serio, responsable, respetuoso, maduro, de ejemplo a imitar, de búsqueda de coincidencias si es posible o de confrontación leal de ideas si es necesario.

Y en esta escalada de la intolerancia política en Neuquén, que convierte a legítimos adversarios políticos en «enemigos» a los cuales hay que descalificarlos de cualquier forma o manera, aparecen leyendas en las paredes y muros de la más cruda xenofobia, que no pueden menos que merecer nuestro repudio y condena, tanto a los autores como a los que los instigan, como también manifestar nuestra solidaridad, apoyo y afecto a la víctima de las mismas.

Cuán lejos están los antidemocráticos e intolerantes cobardes que se esconden detrás del anonimato, de nuestros constituyentes de 1957 cuando éstos consagraron en nuestra Constitución provincial los beneficios de la libertad, de la democracia y de la igualdad para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo neuquino.

Asimismo, nada ayuda al sistema democrático y por el contrario consolida la intolerancia política la apelación, como única y excluyente argumentación para llevar adelante una idea o acción, a la circunstancial mayoría de votos que pudiera haber por una elección, por cuanto dicha idea o acción será mucho más firme y duradera si se sustenta en el razonamiento y en el convencimiento, que en la imposición.

Por otro lado, es cierto que la vigencia de la tolerancia requiere de su ejercicio constante, por cuanto la credibilidad de la misma radica en la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Y a esa vigencia de la tolerancia, dicho como ejemplo, debemos recurrir en el país para aceptar postulaciones a cargos políticos de aquellos personajes que fueron los responsables máximos, en la década de los años 90, de la condena a la pobreza, exclusión y desigualdad social de millones de argentinos que no reconoce parangón en nuestra historia reciente.

Valga lo antedicho para comprender y asumir que la tolerancia hace a la esencia de la cultura democrática, que merece tanto respeto y consideración aquel que piensa distinto como aquel con el que se coincide.

(*) Ex diputado nacional


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