La última colonia europea: Gibraltar cumple 300 años bajo la Corona

Por Jorge Vogelsanger

Cuando la impresionante flota anglo-holandesa comandada por el almirante inglés George Rooke abrió el fuego la madrugada de aquel 4 de agosto de 1704, la suerte de Gibraltar estaba echada. A las pocas horas y ante la superioridad de los invasores, el gobernador militar Diego de Salinas decidió capitular y entregar la plaza. Los británicos se habían salido con la suya: aprovechando la guerra de sucesión en España, conquistaban el estratégico enclave que marca el límite entre el Atlántico y el mar Mediterráneo.

Hoy, 300 años después, policías con el típico uniforme de «bobby» londinenses controlan el tráfico en este diminuto territorio. La calle principal se llama «Main Street», los restaurantes sirven «fish and chips» y los bares son pubs donde se bebe cerveza Guinness. La moneda, desde luego, es la libra esterlina. Para el viajero parece no caber duda: Gibraltar es británico. Hay, sin embargo, importantes matices.

El sol que brilla sobre esta colonia es un cálido sol mediterráneo, el tráfico circula por la derecha y los 30.000 habitantes hablan el inglés con un marcado acento andaluz. Del otro lado de la «verja», como se llama la frontera con España, a los gibraltareños se los conoce como los «llanitos». Unos dicen que esta expresión proviene del diminutivo «Johnny», nombre común de muchos británicos, otros afirman que es un apodo que les dieron por querer parecerse a los españoles que viven en la zona, que es muy llana.

A la conquista británica, de la que ayer se cumplió el tercer centenario, le siguió en 1713 el Tratado de Utrecht, que otorgó este territorio a la Corona británica para siempre, si bien una cláusula concede a España la primera opción para recuperar la soberanía si Londres renunciara a ella. Pero eso no ha sucedido y por ello hoy día España sigue reclamando como suyo este istmo de apenas 6,5 kilómetros cuadrados a orillas del Estrecho de Gibraltar, conocido también como «El Peñón» o «La Roca» debido a la enorme piedra caliza de 425 metros de altitud que se levanta en su extremo y que es famosa por la gran cantidad de monos macacos que la habitan. Hace dos años, Madrid y Londres estuvieron a punto de poner fin al diferendo. La fórmula era una soberanía compartida. Para los gibraltareños fue casi una declaración de guerra. La gente se echó a la calle y en las multitudinarias manifestaciones se llegaron a escuchar consignas como «¡antes muertos que españoles!»

En noviembre del 2002, el 99% de la población votó en un referéndum en favor de la permanencia bajo dominio británico. Hubo sólo 187 votos en contra. La consulta no fue oficialmente reconocida por Gran Bretaña ni por España. Pero surtió el efecto deseado: desde entonces, las negociaciones están estancadas. Y no sólo eso. El Peñón ha vuelto a ser motivo de tensiones entre Madrid y Londres. Así, el gobierno español protestó formalmente por la visita de la princesa Ana, a finales de junio, la escala del submarino nuclear «Tireless», escasas dos semanas después y, hace unos días, por la programada asistencia a los festejos del ministro británico de Defensa, Geoffrey Hoon. El ministro principal («Chief minister»), Peter Caruana, y con el la gran mayoría de los gibraltareños, aspira a una especie de autonomía y un acercamiento a la Unión Europea, pero bajo el paraguas de la Corona británica, sin que ello signifique necesariamente mantener el estatus de colonia.

En esta dirección apunta un acuerdo alcanzado por el gobierno y la oposición de La Roca, el cual propone a Londres una reforma de la Constitución de 1969 que incluya el derecho de autodeterminación y un referéndum sobre la descolonización del territorio, algo que Madrid rechaza de forma tajante. Muchos gibraltareños ven a España con malos ojos. Y es que en 1969, una semana después de promulgada la Constitución de Gibraltar, el dictador Francisco Franco (1939-1975) ordenó cerrar la frontera con El Peñón, una medida que se mantuvo en vigor incluso en los primeros años de la democracia, hasta ser levantada en 1985.

En aquellos tiempos, viajar a España significó para los gibraltareños todo un calvario, ya que para ello había que tomar un ferry hasta el puerto marroquí de Tánger y de allí otro para llegar a Algeciras. Pero el aislamiento también unió a los «llanitos», del mismo modo en que se consolidaron sus resentimientos hacia España. Si antes Gibraltar tenía una gran importancia estratégica, hoy apenas queda un centenar de soldados británicos. Las principales fuentes de ingresos son el turismo -unos seis millones de visitantes al año- y las actividades financieras. Estas, sin embargo, tienen mala fama en España. El gobierno de Madrid acusa a Gibraltar de ser un «paraíso fiscal» y de dar cobijo a miles de sociedades opacas que a su juicio sirven para eludir impuestos y lavar dinero del narcotráfico y que además incumplen las normas de la Unión Europea en materia de banca y seguros, algo que las autoridades de la colonia niegan rotundamente.

España considera escandaloso que en el siglo XXI siga existiendo una colonia en suelo europeo y su gobierno, a la hora de reclamar la soberanía sobre Gibraltar, se basa precisamente en una resolución de las Naciones Unidas según la cual el colonialismo debía haber desaparecido de la faz de la Tierra en el año 2000. En Gibraltar, mientras, recuerdan una vieja leyenda según la cual este territorio no dejará de ser británico mientras existan en él los monos macacos que habitan la parte alta del Peñón. Cuando éstos estuvieron a punto de extinguirse, el mismísimo Winston Churchill ordenó traer «refuerzos» desde Marruecos. Ahora mismo hay unos 160 ejemplares. Y su número va en aumento. (DPA)


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