La velocidad y las desmesuras
Por Eva Giberti
Si yo comenzara hablando del individualismo que caracteriza a esta época, si me refiriera a la tendencia a privilegiar el propio bienestar desentendiéndose de los demás, sólo repetiría lo que filósofos e investigadores de distintas áreas vienen sosteniendo desde hace un par de décadas.
El incremento de individualismo es un lugar común de los comentarios políticos, filosóficos, psicoanalíticos y psicológicos, lo cual no invalida la coherencia de la afirmación: parecería que sólo nos preocupáramos por los asuntos personales. Si admitimos que, efectivamente, el incremento del individualismo es notorio, precisamos completar la idea con las variables que no sólo la acompañan sino que caracterizan el individualismo actual, diferente del que conocimos hace diez o quince años.
Tal como el filósofo y sociólogo Virilio lo enuncia, el incremento de la velocidad instrumentada por las tecnologías que forman parte de todos los rubros de nuestra vida nos marca de modo peculiar: el ritmo de vuelo de los aviones, el contacto -vía Internet- con paisajes de otras latitudes, los trenes europeos, los videoclips, constituyen formas de la aceleración que nos compromete a nosotros así como compromete a las máquinas. Con una diferencia: nosotros perdemos, paulatinamente, el registro perceptual de una serie de imágenes que la velocidad no nos permite registrar; lo interesante de este fenómeno es que esto nos sucede sin que nosotros necesitemos movernos. Formamos parte de la velocidad y de la vertiginosidad sin tener sensación de vértigo, sentadas/os en cómodos asientos de automóviles o en algún sillón de nuestra casa, mirando la pantalla del televisor o de la computadora.
De este modo parecería que pudiésemos perder o disminuir las percepciones de los fenómenos que nos hablan de nuestra vida porque nos aislamos de la realidad que nos rodea, en particular de la noción de tiempo relacionado con la velocidad.
Creo que es posible asociar esta descripción que sintetiza una idea de Virilio con episodios que se reiteran en ciudades capitales de nuestro país: los accidentes de tránsito cuya ferocidad y destructividad ponen de manifiesto no sólo el escaso interés por la propia vida y por las vidas de otros, sino lo que podríamos entender como el sentirse acunados, mecidos por la velocidad y quedar en manos de ella en estado cuasi autohipnótico. Parecería que quienes corren picadas en algunas avenidas de mi ciudad, o manejan ómnibus y colectivos como si fuesen tanques de guerra en el frente de combate, produciendo la muerte o la invalidez de sus víctimas, fueran productos de esta alianza entre la necesidad de velocidad como parte integrante de su identidad, como registro de un poder omnímodo, y al mismo tiempo una disminución de los reflejos ligados a una disminución de su percepción de la realidad y del entorno: cruces de calles, esquinas, balizas. Cualquiera de esas marcaciones del terreno son ignoradas en aras del placer que esa velocidad implica, máxime cuando se lo busca en competencia con algún otro conductor, semejante en su desprecio absoluto -e individualista- por la vida de quienes serán sus víctimas.
Uno de los fenómenos que producen la velocidad extrema, junto con la sensación de vértigo, es el de sentirse solo en el mundo, al que se supone dominar, encerrado en la cabina de un automóvil que se asemeja a una cápsula blindada; sensación falsa ya que es frecuente que estos conductores también se lesionen cuando se producen accidentes.
La pérdida del sentido de la realidad de quienes quedan apresados en el tóxico de estas velocidades ciudadanas produce una vivencia de estar fuera del tiempo, es decir, una atrofia momentánea de los registros del tiempo cronológico. Es decir, esos adictos a las velocidades, que comienzan por encerrarse en un individualismo extremo, están entrenándose en la pérdida del sentido de realidad, en achatar sus percepciones y sus registros del tiempo, o están entrenándose en deshumanizarse.
Cualquiera que lea y mire las noticias que describen los accidentes de tránsito que este año mataron, rompieron, destruyeron, dañaron vidas humanas y bienes de diversa índole, no dudarán, no dudamos, de esta progresiva deshumanización que se esconde en los circuitos de la velocidad desmesurada.
Si yo comenzara hablando del individualismo que caracteriza a esta época, si me refiriera a la tendencia a privilegiar el propio bienestar desentendiéndose de los demás, sólo repetiría lo que filósofos e investigadores de distintas áreas vienen sosteniendo desde hace un par de décadas.
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