La verdad en su punto demostrable
por SANTIAGO POLITO BELMONTE (*)
Especial para «Río Negro»
Temas referidos a los mapuches han ocupado espacios en Cartas de Lectores, pero lo que dio principio a las controversias fue el referido a determinar de dónde son originarios los descendientes de mapuches que hoy viven en la Argentina. Comencemos entonces por aclarar ese aspecto: los tratadistas y la documentación existente demuestran, sin lugar a dudas, que son originarios de lo que es hoy la Araucanía, situada en Chile entre los ríos Bío Bío al norte y el Toltén al sur. Explicablemente, la presión bélica ejercida por los españoles hizo que los aborígenes de la vertiente occidental de los Andes incrementaran sus habituales cruces de la cordillera y fueran instalándose de manera permanente en Neuquén, enfrentándose y mezclándose con los grupos indígenas originarios que allí estaban asentados: pehuenches, puelches y tehuelches. La araucanización resultante de los espacios pampeano-patagónicos fue señalada puntualmente por el Dr. Gregorio Alvarez y otros especialistas. Por si no bastaran esas investigaciones, también la lingüística ha demostrado, con los aportes efectuados por los misioneros, que desde el siglo XVII en adelante las lenguas aborígenes de la Patagonia y de las pampas se fueron araucanizando, transformación que también investigó Rodolfo Casamiquela, quien desde sus cuatro años de edad se dedicó a estudiar la evolución de las lenguas originarias de la Patagonia. Pero pareciera que estos tratadistas científicos, y todos los que coinciden con ellos, no resultan autoridades válidas para algunos opinantes seudohistoriadores.
Lo que sucede es algo explicable aunque no justificable: muy pocos se atreven a opinar sobre temas referidos por ejemplo a la Química; en cambio, cualquiera se atreve a pontificar sobre temas relacionados con las ciencias sociales. La cosa adquiere mayor gravedad cuando profesionales doctorados en España opinan que «sostener que los mapuches son de origen chileno significa racismo, xenofobia y nacionalismos y que su intención no es otra que la de excluir a los mapuches de la identidad nacional (argentina) y del reconocimiento de los derechos que les otorgan la Constitución Nacional (1994) y la Constitución Neuquina (2006)». Semejante despropósito exige una aclaración puntual; en primer lugar aclarar que nadie, por más que se lo proponga, puede excluir a ningún miembro de las cinco vertientes culturales que conviven en Neuquén de los derechos culturales y políticos que otorgan a todos sus habitantes los artículos 21º y 22º de la Constitución neuquina, recientemente reformada, cuya lectura recomiendo, así como también recordar que la Constitución Nacional (art. 75º) establece que corresponde al Congreso (inciso 17) «Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos» y la Constitución neuquina, en su artículo 53º: «La Provincia reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas neuquinos…» lo cual es mucho más equitativo que si ambos textos sólo mencionaran alguna etnia en particular, como parecieran pretender algunos.
Afirmar, como lo afirman los principales tratadistas y lo demuestra la documentación en la que se apoyan, que las tribus originarias del Neuquén fueron los tehuelches, los puelches y los pehuenches, lejos de ser un disparate, es una verdad incontrovertible y no implica querer excluir a ningún grupo humano, de los que se incorporaron posteriormente, de la convivencia que otorgan las leyes nacionales y neuquinas.
Además, América, el último continente en ser poblado por seres humanos, es mestiza desde Alaska al Cabo de Hornos con multiformes matices, pero no estará de más reparar en que ese mestizaje se llevó a cabo con los habitantes originarios de los otros cuatro continentes, comenzando por el que hace treinta mil años iniciaron los uraloaltaicos asiáticos cruzando el estrecho de Bering, de los cuales descienden las cientos de culturas precolombinas que encontraron los conquistadores europeos, continuando, a partir del siglo XVI con la incorporación de los indoeuropeos, predominantemente llegados de Europa Occidental; más tarde con los grupos africanos resultantes de la trata de esclavos y más recientemente con el arribo desde el Extremo Oriente de chinos, laosianos, coreanos y otros. La fusión, no la mezcla, caracterizó ese mestizaje y hoy perviven también los llamados pueblos-nación indoamericanos. No obstante lo cual, al decir de los analistas, lo que caracteriza a toda América es su impronta europea, hasta el punto de ser considerada el «Extremo Occidente» o el «Verdadero Occidente», y ello como resultado de que en todo el continente americano, las formas de vida esenciales, características de toda población (el idioma, las creencias, el pensamiento y las formas de vida), repito, en toda América, tienen predominantemente origen europeo: idiomas europeos (castellano, inglés, portugués y francés), religión cristiana, pensamiento europeo occidental y tradiciones grecolatinas.
Sostener esto tampoco implica ignorar que el verdadero producto americano es una simbiosis de lo indoamericano y lo euroamericano, a condición de tener en cuenta que no se trata de una mezcla en la cual cada componente aporta el 50%, sino, como queda dicho, de una fusión que varía de una región y de un país a otro: no son lo mismo Canadá o los Estados Unidos donde casi no hubo mestizaje con las tribus indígenas, que el mestizaje que nos caracteriza a los argentino que, al decir de los otros hispanoamericanos, mayoritariamente descendemos de los barcos que trajeron a los inmigrantes.
Pero sobre estos temas llama la atención leer que un profesor universitario opine que «…la cultura y la presencia humana mapuches existen en la Pampa y en la Patagonia desde mucho antes de que esos territorios pertenecieran a la Argentina», afirmación inconcebible en un universitario, ya que implica desconocer que alcanzada su independencia, los nuevos países convinieron que, en relación con sus límites territoriales, se regirían por el principio jurídico del «uti possidetis iuris», es decir que en esos aspectos poseerían aquello que poseían bajo el dominio español, vale decir que la República Argentina heredó legítimamente de España los espacios pampeano-patagónicos que integraban el Virreinato del Río de la Plata.
Por otra parte, era evidente la apetencia de Francia y Gran Bretaña por los territorios australes. ¿O vamos a suponer que Aurelie Antoine de Tounnes (1825-1878) fue un simple aventurero trasnochado? Está demostrado que detrás de ese pintoresco personaje estaban la banca británica y los proyectos imperialistas de Napoleón III. Por lo tanto, si la República Argentina no hubiera reivindicado lo que legítimamente le correspondía como herencia de España, lo hubiera hecho Chile o, lo que sería más ilegítimo aun, lo habrían hecho Francia o Gran Bretaña y en ese caso cabe preguntarse cuál habría sido la suerte ulterior de los indígenas.
El mismo profesional al que nos estamos refiriendo también menciona «la conquista violenta y el genocidio» practicados por la mal llamada Conquista del Desierto. Convengamos en que la frontera interna con el indio nunca fue pacífica. Los blancos fueron avanzando en detrimento de los indígenas, pero un numeroso grupo de éstos, los de origen chileno (que todavía no eran denominados mapuches), maloneaba con regularidad las estancias pampeanas, donde sembraban la muerte para los varones, llevándose como botín las cautivas y más de cien mil vacunos, no precisamente para alimentarse con ellos, sino para venderlos a los estancieros chilenos a razón de dos pesos fuertes por cabeza.
Para hablar con precisión, genocidio fue el que practicó Roma con Cartago o con Numancia, ciudades en las cuales no quedó vivo ningún habitante. O el practicado en la América anglosajona con los llamados pieles rojas. En nuestro país, el genocidio fue realizado en Tierra del Fuego, donde no quedan descendientes de onas, de alacalufes o de canoeros, pero no por el Estado Argentino, sino por pistoleros del lejano oeste contratados por los terratenientes extranjeros, detalle del cual muy pocos hablan. Si la campaña realizada por Roca hubiera sido realmente un genocidio, no habría hoy entre nosotros descendientes de indígenas. Por otra parte, antes de hablar de genocidio resulta imprescindible averiguar cuántos indígenas vivían en la Patagonia en 1879 y cuántos fueron los que murieron al enfrentarse con el ejército en dicha campaña. Conforme a los datos suministrados por los viajeros, se estiman entre 25.000 y 65.000 esa población y, según los partes del ejército, los indios que murieron en los combates sumaron 3.500. ¿Realmente, es legítimo hablar tan ligeramente de genocidio?
Llama la atención el que muy pocas veces los que tan desaprensivamente opinan se refieran a quienes fueron los verdaderos beneficiarios de esa ocupación, a saber los que la financiaron, los estancieros bonaerenses, explicablemente cansados de los malones. Terminada la campaña, esos inversores recibieron por cada cuatrocientos pesos fuertes aportados, una legua cuadrada, es decir unas 2.500 hectáreas de pampa húmeda, origen poco más tarde de las estancias argentinas, proveedoras a bajo costo de carnes y granos para el mercado británico.
(*) Junta de Estudios Históricos
Especial para "Río Negro"
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