La verdulera ambulante “antifrutas”

Recorre más de 4.000 cuadras por mes con su carrito de ventas

La sonrisa de Gabu es contagiosa. “¡Mala cara nunca!”, dice. “En esto, si no andás bien, con un sonrisa, no pasa nada. Hay que salir, a pesar de todo, y vender. A ustedes les debe pasar lo mismo, ¿o no?”, pregunta.

Será por las más de 200 cuadras que camina día tras día, cargando un carro con 70 kilos de verduras, que llega a su casa “molida” y “sin tiempo para los problemas”, bromea. Porque sigue “la tradición familiar” o, simplemente, porque le gusta lo que hace. “Así como estoy, ando súper”, se entusiasma.

Ella es Gabriela Martínez, una vendedora ambulante de verduras que recorre Roca palmo a palmo sin descansar ni los domingos, que elige hacer lo que hace para subsistir y no porque no le quede otra.

De hecho tiene estudios universitarios, estudió –y quedó a un año de recibirse– de maestra especial, pero decidió volcarse a la venta callejera.

Dice que “no se cansa”, que con este trabajo puede salir a la hora y el día que quiera y el que no quiera no; que conoce a mucha gente buena, que le da tiempo de visitar y ayudar a su madre y que es “lo mejor” que le sale.

Gabu, como la conocen todos en Stefenelli principalmente, donde vive, viene de una familia completa de vendedores ambulantes. Sus padres, en Buenos Aires, trabajaban en la venta en las calles, y también sus seis hermanos. Ella lo hace desde los 15.

“Viví en tantos lugares… y siempre vendiendo. ¡Qué no vendí! Cuadros, espejos, medias, hilos, agujas, jarras, cortinas, manteles… es lo que sé hacer y donde estoy más cómoda. Encima me alcanza para vivir”, resume Gabriela.

“Estudié para maestra especial, me quedaba un año y ya había comenzado a trabajar. Pero me tocó un año, creo que entre el 2010, 2011, donde había problemas, cortes de ruta, uno se preparaba tanto para estudiar y a veces no podía rendir, con tanto esfuerzo y un día me cansé y largué todo. Tiré carpetas y largué el trabajo en una escuela”.

–Parece que lo que no te gusta mucho son las cuatro paredes… –se cuela la observación por lo bajo.

–¡¿Vos decís?! Ja, ja, ja. Y… puede ser.

“Me dicen que puedo volver a la universidad, es cierto, pero no sé si por la edad me darían trabajo… tengo 43. Así que acá estoy, salgo todos los días menos los sábados, vendo casi todo, tengo barato: ¡a 20 pesos la cebolla! En otros lados está a 35. Cinco pesos las naranjas, las mandarinas… tres cabezas de ajo por 10”.

–¿Y lo que sobra? Para la olla…

–¡Noooo! Algo de verduras puede ser… pero fruta no, la regalo. En verano cuando me sobran cerezas, duraznos, se las regalo a los pibes que están en el canal. Soy ¡antifruta! –ríe tratando de no escuchar nada sobre chistes y colmos de verduleros…

Levanta el mango de su carro y se despide. Con un brazo en alto se aleja y grita al fotógrafo: “¡Vas a seguir sacando fotos? Y bueno, sacá… avisen cuando sale esto así compro el diario!”.

“Estudiaba en la universidad y ya trabajaba de maestra, pero un buen día ¡largué todo! y acá estoy, feliz”.


La sonrisa de Gabu es contagiosa. “¡Mala cara nunca!”, dice. “En esto, si no andás bien, con un sonrisa, no pasa nada. Hay que salir, a pesar de todo, y vender. A ustedes les debe pasar lo mismo, ¿o no?”, pregunta.

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