La vuelta al regionalismo

Por Julio Burdman (*)

La matriz política de la Argentina es regional. Intendencias y provincias, con importantes grados de autonomía, fueron los elementos de nuestra vida política desde tiempos de la colonia y hasta el día de hoy.

Y no sólo regional: también es regionalista. Esto es así desde el nacimiento mismo de nuestro país. No en vano celebramos nuestra fiesta republicana dos veces al año: primero el Cabildo de los porteños y después el Congreso de los provincianos.

La división entre Buenos Aires y el interior fue el aspecto permanente de la política argentina del siglo XIX. La organización institucional del país, que nos costó una sangrienta guerra civil, era en realidad un prisma de conflictos políticos y económicos. Las divergencias tuvieron lugar por la aduana, la navegación de los ríos, la política comercial y la distribución del poder. Las poblaciones del interior se resistían a las pretensiones de Buenos Aires de organizar el Estado y de esta forma tener la última palabra en estos temas.

El enfrentamiento abierto duró por lo menos hasta 1880. El conflicto fue tan largo y tan intenso, principalmente por la gran asimetría que existía entre Buenos Aires y el interior. No sólo representaba Buenos Aires, como ahora, la mitad de la población argentina (en ese entonces ciudad y provincia eran la misma cosa), sino que era rica y poderosa. Prefería imponerse o irse antes que «someterse» a una organización federal. Las provincias pobres, por su parte, la necesitaban para asegurar su autonomía económica.

¿Qué pasó a partir de 1880? Las interpretaciones corrientes siempre sugirieron que el conflicto regional se resolvió a partir de la federalización de Buenos Aires y el ascenso de los conservadores, que articularon una confederación de poderes provinciales eficaz a la hora de crear gobernabilidad y lograr que una administración suceda a la otra en paz y armonía.

Los grupos políticos que sucedieron a los conservadores en el gobierno nacional -amén de los autoritarismos militares, que también lo hicieron por definición- también aportaron fórmulas para evitar que la matriz regional se convierta en un problema. El radicalismo, el primer grupo político moderno, a partir de su estructura partidario-burocrática consiguió unificar un liderazgo interno de masas y desde el gobierno no dudó en utilizar el instrumento de la intervención federal para alinear a las provincias «díscolas». El movimiento peronista, que hizo una cultura del liderazgo «verticalista», se valió del aparato sindical como base de apoyo para la nacionalización de la política. La clave del éxito en ambos casos fue una coalición de «porteños» -la clase media urbana en el caso radical y los obreros del conurbano en el peronista- con los dirigentes «provincianos», enfrentada al barrio norte de la Capital.

A todo ello deberíamos agregar -aunque esto ya es más opinable- la existencia de una política económica estatista, vigente durante casi medio siglo, que por definición centraliza el poder y concentra la toma de decisión en la Nación.

Es decir, que todas las coaliciones que formaron gobierno en la Argentina de los 120 años últimos se caracterizaron por ser portadores de una fórmula para resolver el problema regional de la política argentina. Esto indica, a primera vista, que la matriz no dejó de existir ni mucho menos. Los grandes movimientos políticos argentinos fueron grandes porque con mucho esfuerzo colocaron sobre la matriz regional un sistema político propio, de alcance nacional, ocultándola y en todo caso reprimiendo sus efectos.

Pues bien: a comienzos del siglo XXI el sistema político que mantenía dominada a la matriz se está resquebrajando, y como resultado veremos resurgir, a partir de la elección ayer, a la cuestión regional como un aspecto central de la política argentina.

En el peronismo se ve claramente. Menem se encargó de desmontarlo en su propio partido, al debilitar la influencia del sindicalismo como catalizador de poder político. Luego, debilitado él mismo, el justicialismo queda sin «líder vertical» y sin «columna vertebral» por primera vez en su historia. Y la Alianza, heredera del radicalismo al que incluye, en su corta vida y a pesar de ser gobierno ha fracasado en la generación de un esquema de liderazgo, desmembrándose irremediablemente.

Un escenario gravísimo, si no fuera porque lo es sólo en apariencia. La base aún está.

Es que lo que se está resquebrajando a partir de la elección de ayer es el nivel nacional del sistema político, la primera capa de la cebolla. Tres elementos clave, casi instituciones, del sistema nacional, como eran el liderazgo vertical justicialista, el aparato sindical y la estructura nacional de la UCR, hoy no juegan un papel relevante en la política argentina.

Lo que nos queda, entonces, es la matriz regional. La podremos ver claramente hoy: pese al derrumbe del sistema político nacional, veremos un resultado electoral que no deparará grandes sorpresas. La política y su distribución de cargos electivos serán más o menos las mismas.

La gran novedad es que no habrá referentes del sistema político nacional que capitalicen el resultado, lo cual será un momento confuso para muchos.

Pero tras esta primera prueba de la Argentina regional, que pasará sin problemas, el futuro plantea varios interrogantes. Hoy, la crisis político-económica de nuestro país es profunda y por esta razón no vemos posibilidades de reconstruir la cebolla en el corto plazo. Creo que la matriz regional, recién emergida, se mantendrá en la superficie política argentina por un plazo más o menos prolongado.

Sin embargo, las nuevas generaciones políticas deberán retomar conciencia de este factor. No en vano preocupó tanto a nuestros antepasados. En el contexto de la creciente brecha entre una aún rica región metropolitana y paupérrimas provincias periféricas, con ingresos per cápita como Francia y Tanzania respectivamente, la Argentina se prepara para debatir acerca del régimen fiscal federal -injusto para muchos, beneficioso para pocos-, lo que implica repetir una discusión que data del siglo XIX. Esto puede poner en juego la unidad nacional si no prevalece la inteligencia.

Por último: el régimen político. ¿Reeditará el justicialismo, aunque sea en parte, la experiencia del PAN? La respuesta a esta pregunta depende, como siempre en política, de la acción y decisión de los protagonistas. En todo caso, la hipótesis está planteada.

(*) Politólogo y economista. Director de Investigación del Centro de Estudios Nueva Mayoría


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