Las mil y una caras de

Una mirada al país caribeño que va más allá de los bellos paisajes. La vida cotidiana de los isleños. Sus vivencias sobre la Revolución y las reformas en una economía que marcha “en dos carriles”. La dependencia del dólar de los turistas.

“Si querés entenderte bien con los cubanos tenés que frenar tu tiempo”.

La frase es de uno de uno de los tantos taxistas que trasladaron al viajero en su recorrido por el país caribeño. Y aún dan vueltas en su mente, ya de regreso en General Roca. Será porque quizás esa expresión sirva para sintetizar la forma de ser de sus habitantes. Tranquilos, siempre serviciales, curiosos y con un lenguaje exquisito al entablar contacto.

Luca Imberti, así se llama el chofer italo-cubano, fue bien claro con eso de que allá el tiempo se mide de otro modo, sin stress ni especulaciones de por medio: “Cuando hacés amistad con ellos, al despedirte dicen: ‘mañana nos vemos’. No explican dónde y a qué hora será ese reencuentro. Al día siguiente uno se desvive, cree que se olvidaron del dato preciso. Pero no, los encontrás de vuelta, porque los circuitos por donde uno se mueve en La Habana hacen que vuelvas a cruzártelos”.

Ahora, ese tiempo laxo de los cubanos parece acelerarse.

Desde fines del 2011, el presidente Raúl Castro viene lanzando una serie de reformas. Busca hacer eficiente el agotado modelo económico centralizado impuesto por su hermano Fidel, de corte soviético, vigente desde la revolución de 1959. Todo un desafío para una población de 11.300.000 de habitantes, acostumbrada a la firme tutela del Estado.

Sin renunciar a logros como la salud y la educación gratuitas, las nuevas medidas consisten a grandes rasgos en la conversión de 500.000 estatales en trabajadores por cuenta propia, la entrega de tierras sin producir a pequeños agricultores, la autorización de la compraventa de casas y automóviles y la flexibilización de los créditos bancarios para el sector privado. (Ver recuadro)

Resta implementar aún la prometida reforma migratoria, que eliminará muchas de las restricciones que tienen los cubanos para viajar al exterior. Claro que con sueldos de 20 dólares mensuales promedio, para la mayoría de la población pensar en ello da risa o indignación. Sólo sería posible si las remesas en dólares que envían familiares desde otros países son más generosas.

A grandes rasgos, la economía en Cuba funciona en dos carriles. Totalmente dolarizada con el uso de la moneda convertible llamada CUC (un CUC equivale a un dólar norteamericano), por un lado. Y por el otro circula el peso cubano, que vale 24 veces menos que un dólar. Es el que el Estado utiliza para pagar sueldos.

Prácticamente todos los negocios tienes sus precios marcados en convertibles, y esos billetes son los que la gente de cierto nivel adquisitivo, y todos los comerciantes, tienen en su bolsillo. Cualquier cosa que un extranjero o turista quiera comprar figura en CUC. ¿Y los locales cómo hacen? Hacen muy poco, no tienen prácticamente acceso a esos lugares. Salvo que vivan de los dólares de los turistas. Como sucede con los taxistas, dueños de casas en alquiler, paladares (así le dicen a los restaurantes) y quienes ofertan otro tipo de servicios, incluidos los sexuales, que el gobierno tolera.

En un reciente viaje “Río Negro” recorrió durante 20 días La Habana y tres ciudades del centro de la isla: Trinidad (colonial), Cienfuegos (con edificaciones de estilo francés) y Santa Clara (dónde yacen los restos del Che, en un imponente mausoleo).

El alojamiento fue en casas particulares, una modalidad turística más económica y que permite estar más de cerca la situación real de la isla, aunque lejos del mundo de los que subsisten con los pesos cubanos.

Allí se convive con sus dueños y se pueden acordar almuerzos, cenas y desayunos a precios módicos. Es obligatorio para los caseros ofrecer esos servicios. También disponer de heladera y aire acondicionado en las habitaciones de los huéspedes. El Estado controla y recauda con un porcentaje del alquiler. Y los propietarios se hacen de buenas sumas en convertibles, lo que los convierte en un sector privilegiado.

Víctor Miguel y su esposa Margarita fueron los anfitriones en Cienfuegos. En su casa reinaba un clima de tristeza. La causa: el esposo de su hija –ambos médicos– partiría al día siguiente en misión a Argelia por dos años. Ambos abuelos lagrimeaban cada vez que aparecía en escena Luis, el nieto de dos años. Prefirieron no explicarle que “papá se va a ir muy lejos por un tiempo”. Lo harían después que se vaya.

Víctor, psicólogo, explicó que los sueldos de los médicos son muy bajos. Entre 500 y 700 pesos cubanos en promedio (30 a 40 dólares mensuales). En el caso de los cirujanos, lo mismo da si operan una o diez veces en el día. De allí a que salir en misión hacia otros países sea una solución para superar la mera subsistencia. Al regreso traen lo ahorrado en dólares y pueden mejor su situación económica. Ya sea refaccionar la casa, comprar otra –a partir de la reciente reforma– o adquirir otro tipo de bienes, sean autos, electrodomésticos, etcétera.

La defensa de la revolución se refleja en las charlas con la mayoría de los que superan los 60 años. Son aquellos que a fines de la década del 50 vieron o escucharon de la miseria y las profundas desigualdades que originó el gobierno de Batista. “Los turistas norteamericanos nos tiraban monedas desde los balcones de los hoteles, pero nosotros los mirábamos desafiantes y no las levantábamos”, cuenta Joel Hidalgo, un viejo restaurador de muebles de Trinidad.

Gonzalo Castillo, ingeniero en minas de La Habana, es más joven y también revolucionario. Para capacitarlo el gobierno lo envió a Rusia y a otros países que antes fueron comunistas. Por eso se muestra agradecido con el castrismo. Dice que de otro modo no podría haber viajado.

Los jóvenes, en cambio, se ven desencantados. Las consignas desde el poder, que movieron a sus padres al comienzo de la revolución, ya no pegan igual. De los 30.000 cubanos que emigran cada año a Estados Unidos o Europa en busca de una mejoría económica, la mayoría tiene entre 21 y 30 años.

JOSé LUIS DENINO

(Texto y fotos)


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