Las «Piedras Meonas» son un misterio del norte neuquino

Es una caída de agua que parte al medio una muralla de piedra.

Por RODOLFO CHAVEZ

rchavez@rionegro.com.ar

VILLA DEL NAHUEVE (Enviado especial).- En los pagos del Nahueve hay un reventón de agua que parte al medio una enorme muralla de piedra basáltica. Los lugareños las llaman las «Piedras Meonas» y en los últimos años hasta los carteles se animan a reproducir su auténtica denominación.

En épocas del territorio nacional, cuando Chos Malal era la capital neuquina, hubo un juez que prohibió que se las llamara de esta manera y hasta impuso un nombre más conveniente. «Bella Vista» rebautizó el magistrado.

-¡Cómo un lugar tan majestuoso va a llevar un nombre tan grosero! -había razonado el juez y, claro, hubo gente que lo apoyó.

Será por esa cuestión del nombre que es poco lo que se conoce del cristalino manantial que alimenta un brioso arroyo que desemboca en el río Nahueve.

El sitio donde las aguas se hermanan está a poquitos metros del puente colgante que conduce a la villa que le roba el nombre al río.

La pasarela bamboleante es una de las marcas registradas de este paraje, una de las gemas del prístino norte neuquino. Sobreviven aquí leyendas de pehuenches en posta, rezagos de un molino de piedra y el misterio de un pino que se enciende en llamas y, al alba, vuelve a estar erguido como si nada ¿Es esto posible?

Francisco Pancho Benavídez, de 67 años, vive en el Nahueve desde finales de la

década del 60 y es el dueño de un potrero tapizado de verdes profundos donde pastan una docena de vacas de su propiedad.

«Ahí paraban los pehuenches cuando querían descansar y también hubo asentamientos de capillas jesuitas, en los mejores lugares hacían las iglesias», explica el profesor Isidro Belver, confeso admirador de las meonas.

«Allá arriba hay un agujero de más de un metro por donde se ve un río… Bueno, no es tanto lo que se ve sino lo que se escucha», le dice Benavídez al periodista, tal vez percibiendo que el interlocutor no está en condiciones de una comprobación 'in situ'.

Benavídez -que vive al pie del paredón basáltico con su esposa Melania y la mitad de sus ocho hijos- está fascinado por la cantidad de turistas que por estos días llegan a conocer el reventón de agua. Los hay argentinos y chilenos y también gringos con ánimo y aire para trepar los cerros y verificar las misteriosas oquedades, previo detallado registro fílmico.

«Todo el año tiene el mismo caudal, en invierno y en verano, siempre lo mismo haya o no haya nieve», dice casi posando sobre las rocas salpicadas por el arroyo.

Pancho dice que nadie le ha podido explicar cómo es que esas rocas estallan en agua y para sostenerlo cuenta que hace unos años un ingeniero que llegó para diseñar las piletas de un criadero de truchas le aseguró que arriba de todo, junto a la cruz que re

produce al calvario, debía haber una laguna. Fue así que «un día se me apareció con mochila y zapatos para escalar y subió hasta bien arriba, como un día entero anduvo por allá, casi se muere de sed porque no encontró nada, ninguna laguna», recuerda.

El geólogo Elías Huamantinco Cisneros explica que el manantial se alimenta de las nieves de las altas cumbres que una vez derretida se filtra a través del basalto (material de origen volcánico sumamente poroso) y recorr largas distancias para finalmente rebotar en una piedra toba impermeable que la expulsa a través de las rocas. Huamantinco revela detalles finos y utiliza denominaciones científicas pero, al cabo, admite que el proceso puede reducirse a términos menos rígidos.

Cuenta Francisco Benavídez que durante muchos años al pie de las meonas hubo un ciprés que se prendía en llamas durantes las noches y que al otro día amanecía tal cual lo habían visto antes. Juran los viejos pobladores que más de una vez salieron a las apuradas para controlar al fuego y explican que también, en una oportunidad, del gran tronco sólo había quedado un retazo chamuscado. Vaya a saber por   qué fenómeno desde las piedras salió el agua que apagó para siempre el indefinible foco ígneo, aunque hay quienes aseguran que, de tanto en tanto, hay un tronco corto y robusto que humea sin que nadie se preocupe.

«Eso es lo que dicen, pero usted vio, se dicen tantas cosas», confiesa Pancho mientras señala las piedras que a unos 400 metros se abren en tres o cuatro grietas para darle forma a un copioso manantial de agua mineral.

El proyecto de Pancho

VILLA DEL NAHUEVE (enviado especial).- Pancho Benavídez tiene pensado hacer algunas parrillas y poder atender a los turistas que llegan a conocer las cascadas y tienen ganas de pasar unos días en el paraje.

Para ello, entre otras cosas, prevé construir parrilleras y acondicionar algún sanitario. Dice que en más de una oportunidad lo ha comentado a una persona que coordina los emprendimientos y que siempre lo corrieron diciéndole que lo pase por escrito.

Y así lo hizo, pero no hubo respuestas. «La otra vuelta le pregunté y me dijo que se había olvidado, igual lo vamos a hacer», afirma el hombre que habita en una suerte de postal cordillerana.

Además de los turistas que llegan a conocer, hay muchos pescadores que suben hasta aquí a probar suerte en las aguas del Nahueve.

La villa está entre Andacollo y Las Ovejas y, vale decirlo, el solo hecho de ver y transitar esa pasarela que pasa por las alturas del río resulta un convite sumamente atractivo para conocer la villa.

«Mire, yo las parrillitas las voy a hacer por las mías, como sea vamos a hacer un esfuerzo para tenerlas listas para el verano», aseguró a «Río Negro» el puestero.

OPINION :

De la 'quinoa' de los Incas

Por ISIDRO BELVER

La primera referencia al nombre «Dahueve o Dahuehe» es del padre Bernardo Havestadt en su diario de viaje de 1752, para referirse al río y valle que nace de Epulauquen. (Es el primer documento que nombra, describe y dibuja el Alto Neuquén, con fecha precisa de «bautismo»: 5 de febrero).

En 1756 lo describe el padre Espiñeira y en 1804 lo recorre desde su nacimiento a la confluencia con el Neuquén, Justo Molina Vasconcellos al que le siguen viajeros posteriores. El nombre se lo hace provenir generalmente de: Dahue=quinoa y Hue=lugar, significando: lugar donde hay quinoa.

La quinoa era el cereal más consumido por los pehuenches, por distintos grupos indígenas andinos y especialmente por los incas. En la zona se conoce y nombra este cereal como quingüilla, considerado yuyo invasor sin utilidad práctica, pero que tiene utilidad culinaria como sopa, espesante de guisos y también como «ñaco», tostada y molida.

La NASA ha hecho estudios de este cereal incluyéndolo en la dieta de sus astronautas, por el gran poder energético y vitamínico concentrado en su pequeño tamaño. En varias regiones andinas se está revitalizando su cultivo, incluso en el norte neuquino.

Hay quienes sostienen que Nahueve derivaría de: Nahuel=tigre y Hue/ve=lugar donde hay, significando: lugar donde hay tigres. No se conocen referencias de tigres en la zona, sí del puma o león americano.

El 17 de abril de 1989, se crea Villa del Nahueve, que nuclea administrativamente el valle conocido anteriormente como Los Carrizos, entre Cayanta y Bella Vista. Hay escuela primaria y se accede cruzando el Nahueve por pasarela y vado en ocasiones, cuando el río viene bajo.

El Nahueve siempre fue famoso por su pesca abundante aunque de tamaño mediano a chico y en sus orillas se tienen las condiciones ideales para el desarrollo de pisciculturas para la cría de truchas.

Sin embargo la antigua población estuvo históricamente ubicada en el actual paraje de Bella Vista, conocido como «Los melehues», «Los Mallines» o «Mallín Malal», paraje preferido desde muy antiguo como asentamiento de tribus pehuenches.


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