Las puertas cerradas de Estados Unidos

por Andrés Oppenheimer

Si el gobierno del presidente George W. Bush realmente quiere empezar a contrarrestar la ola de antiamericanismo en el mundo, podría empezar por tratar de cambiar la política de visas para entrar a Estados Unidos: el criterio actual para decidir quién puede visitar este país puede estar haciendo más mal que bien.

Bajo las actuales reglas de inmigración, los Estados Unidos están negando la entrada a figuras políticas clave de todo el mundo que hace varias décadas pertenecieron a movimientos radicales, pero que desde entonces se han convertido en voces de moderación en sus respectivos países. En lugar de castigarlos por sus posturas de antaño, el gobierno de Bush debería verlos como posibles aliados.

Todo esto me vino a la mente recientemente, cuando leí un cable noticioso de la BBC según el cual el líder islámico Dr. Zaki Badawi, director del Islamic College de Londres, fue regresado a Gran Bretaña tras su arribo al aeropuerto de Nueva York. Badawi fue declarado «inadmisible» por los funcionarios de inmigración del aeropuerto.

Badawi ha sido descripto por la prensa británica como una voz de moderación en el mundo islámico. Según se informa, fue invitado por la reina Isabel II a una cena de Estado en honor al presidente Bush, y más recientemente se unió a los líderes judíos y cristianos en una condena a los ataques terroristas del 7 de julio en Londres.

No soy un experto en Medio Oriente, y no tengo idea de si Badawi es tan moderado como lo describe la prensa británica. Pero en los últimos meses he escuchado casos parecidos de varios ex rebeldes de izquierda en América Latina que aunque hace mucho tiempo depusieron las armas y rompieron con los modelos totalitarios, se están encontrando cada vez con más trabas para visitar Estados Unidos.

Entre los casos más asombrosos está el de Teodoro Petkoff, el político-periodista venezolano, quien probablemente es lo más cercano a una voz de serenidad en el país más polarizado de América Latina.

Como muchos altos funcionarios en Argentina, Brasil, Uruguay y otros países de la región, Petkoff fue un guerrillero en los años sesenta. Abandonó las armas en 1967, dejó atrás sus vínculos con la dictadura cubana, sirvió como ministro del gabinete al final de los noventa y ahora -como director del diario «Tal Cual»- es uno de los más incisivos críticos del presidente izquierdista Hugo Chávez.

El mes pasado, cuando invité a Petkoff a grabar un programa de televisión a Miami, me dijo que le encantaría venir, pero que no tenía una visa para entrar en los Estados Unidos. Me señaló que ha estado muchísimas veces en Estados Unidos desde que recibió su primera visa múltiple en 1973, pero que ésta había expirado.

Cuando recientemente solicitó una renovación para asistir a la boda de su hija en Puerto Rico, le dijeron que -como excepción- obtendría una visa de entrada por una sola vez. Desde entonces, Petkoff no ha sido capaz de aceptar ninguna invitación para hablar o asistir a una conferencia en los Estados Unidos.

Otros ex líderes guerrilleros que, a pesar de haber dejado la lucha armada hace varias décadas, están teniendo cada vez más problemas para renovar sus visas de entrada a los Estados Unidos son el ex comandante rebelde salvadoreño Joaquín Villalobos y el ex ministro de Defensa sandinista de Nicaragua, general Humberto Ortega.

Villalobos ha estado dando clases en Oxford, Gran Bretaña, y es uno de los más autorizados críticos de los movimientos violentos de izquierda. Ortega se ha convertido en un próspero empresario que se ha distanciado de las posturas radicales de su hermano Daniel Ortega.

Consultado al respecto, un alto funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos me dijo que, desde el 11 de setiembre de 2001, todas las personas que están en una base de datos del Departamento de Estado como actuales o ex miembros de grupos que han tratado de derrocar gobiernos por la fuerza necesitan una autorización especial para entrar en el país. El permiso debe ser aprobado por el Departamento de Seguridad Nacional con oficinas en Washington, DC.

Pero estos permisos excepcionales son sólo para una visita. No está previsto en la ley dar permisos permanentes, o para dos o tres visitas, me dijo el funcionario. Y eso sólo puede ser cambiado por el Congreso de los Estados Unidos.

Mi conclusión: ésta es una política tonta, que el presidente Bush debería proponer al Congreso cambiar a la brevedad. Está negando a los estadounidenses la posibilidad de conocer más sobre movimientos radicales por la gente que mejor conoce a estos últimos, y está dañando los esfuerzos de Estados Unidos por ganar aliados clave en el exterior. Si no hay más políticos moderados en el mundo, quizás se deba en parte a que Estados Unidos los rechaza.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios