Las semillas modificadas genéticamente, ¿avance o retroceso?

Se logró el reto científico, pero el consumidor decide

Los alimentos genéticamente manipulados deberán tener una etiqueta en sus envases con la aclaración de que se trata de productos transgénicos, si prospera un proyecto de ley presentado en la Cámara Alta por un grupo de senadores de la Patagonia.

El proyecto establece que serán penadas las empresas que no coloquen etiquetas con información clara y precisa para que los consumidores identifiquen los alimentos elaborados mediante técnicas de ingeniería genética, con materias primas vegetales o animales modificadas en su cadena de ADN.

La técnica de manipulación genética permite obtener cereales y hortalizas resistentes a variaciones climáticas, acelerando los períodos de cultivo o mejorando los rindes por hectáreas. La Argentina y los Estados Unidos lideraron este año la resistencia de los países productores a identificar los alimentos transgénicos, reclamada por la Unión Europea.

La posición del llamado Grupo Miami, que integran también Canadá, Australia, Chile y Uruguay, enfrentó a la Unión Europea, que reclamaba reglamentar a escala mundial los intercambios de organismos modificados genéticamente.

La intención de la Unión Europea era obligar a los países exportadores de productos modificados genéticamente a identificarlos en las etiquetas con una advertencia sobre posibles consecuencias para la salud, como proponen ahora los senadores patagónicos.

La norma fue avalada por los senadores radicales Edgardo Gagliardi, Humberto Salúm, Ignacio Melgarejo y José García Arecha; por los justicialistas Osvaldo Sala y Eduardo Arnold; por Silvia Sapag, del Movimiento Popular Neuquino y Ruggero Preto del Movimiento Popular Fueguino.

Entre los fundamentos de la ley, el rionegrino Gagliardi, quien redactó el proyecto, sostuvo que «cuando un sistema de producción de alimentos viola los derechos de los ciudadanos y el orden natural de los ecosistemas, es fundamental que los legisladores hagan uso de su inalienable poder para corregir tales abusos».

El tema de los alimentos transgénicos generó polémicas en varios países de Europa, como Alemania, donde el año pasado las autoridades sanitarias arrasaron con cientos de hectáreas de campo que tenían cultivos manipulados; o Suiza y Austria, en los que está prohibida la venta de este tipo de alimentos.

Hace varios años, en EEUU una serie de alimentos con su ADN modificado generaron alérgenos y toxinas mortales (Tripófano) y como consecuencia de contaminación física murieron 37 personas y otras 1.500 quedaron inválidas, señalaron los senadores en el proyecto.

Las técnicas de manipulación genética permiten que ciertos genes de una especie sean retirados y trasferidos a otra para permitir mayores producciones.

Ante la modificación del ADN, el organismo manipulado sufre una reprogramación y es capaz de producir sustancias nocivas para la salud, sostuvieron los legisladores en el proyecto.

En la actualidad se consiguen en la Argentina y en otros países sudamericanos cereales resistentes a la sequía, tomates que aguantan heladas por tener genes de peces del Artico, soja resistente a ataques de insectos y frutos con genes de luciérnagas que cuando florecen mantienen un brillo perenne.

El proyecto se basó en resoluciones aplicadas en los Países Bajos, donde se exige un etiquetado que permita a los consumidores escoger lo que compran y facilita a los médicos encontrar la fuente de los problemas que se originan con los alimentos.

«No se pueden predecir las consecuencias de introducir nuevos genes en cualquier organismo o planta. Como en Europa están prohibidos, quienes venden estos productos es probable que busquen mercado en países más permeables como los sudamericanos», indicaron. (Infosic)

Las empresas, en guardia

Buenos Aires (Télam).- Una firma local, fabricante de jugos en base a soja, aclaró a sus clientes que, aunque adquiere la materia prima en el país, no utiliza granos transgénicos para la elaboración de los productos que comercializa en Argentina y otras naciones del cono sur.

«La semilla de soja que se utiliza en la elaboración del producto Ades no es transgénica, proviene del área de Tucumán, donde este tipo de cultivos no es común», señala una nota remitida a los usuarios que consultan sobre las características del producto, firmada por la encargada del Departamento de Nutrición de la firma, Alejandra Luchetti.

La representante de la marca, perteneciente a la empresa Refinerías de Maíz, elaboradora de diferentes productos alimenticios, indicó -además- que la firma «compra directamente a productores de soja, quienes garantizan la calidad».

Argentina es el tercer productor mundial de soja, detrás de Estados Unidos y Brasil, y más del 70% de las 18.029.000 toneladas producidas en la campaña 1998/99 es transgénica.

La presidente del Instituto Nacional de Semillas, Adelaida Harriest, indicó que el uso de la soja transgénica es inocuo para la salud humana, especialmente el que se consume en forma de aceites. «Las altas temperaturas y la presión a que son sometidos los granos para la elaboración de los aceites eliminan los presuntos riesgos del transgénico», señaló la funcionaria.

Por el contrario, los productores de brotes de soja que se comercializan para consumir frescos, en ensalada, descartan los granos provenientes de plantas transgénicas para elaborar esos alimentos y recurren a los granos convencionales.

Los productores no quieren etiquetas identificatorias

Buenos Aires.- Los productores de alimentos modificados genéticamente cuestionan la posición de los senadores que pretenden identificar en sus etiquetas el origen transgénico de los mismos.

«La identidad reservada (del origen) es uno de los temas claves que se debe manejar. Los consumidores argentinos no saben en este momento si el producto fue modificado genéticamente», reconoció el director del Departamento de Biotecnología de la Asociación de Semilleros Argentinos (ASA), Juan Kierkebusch.

El presidente de la Asociación de Semilleros Argentinos (ASA), Oscar Domingo, dijo a Infosic que la iniciativa de los senadores «me parece insostenible».

El presidente de la entidad que nuclea a los laboratorios productores de semillas dijo que la única forma de bajar costos y producir más es mediante «el empleo de semillas modificadas en forma genética».

Domingo explicó que hace algunos años participó en el diseño de una huerta orgánica, pero opinó que «con los alimentos orgánicos come solo una parte de la población del mundo, con los transgénicos pueden comer muchos más».

Domingo recordó que es muy lindo hablar de «los alimentos orgánicos, pero la realidad es que los productos elaborados en forma transgénica, en los próximos cinco años, serán buscados en las góndolas por los consumidores» por sus mejores cualidades y precio.

Para Kierkebusch el éxito de los nuevos alimentos está en evitar informar al público sobre el origen. El consumidor que compra una milanesa de soja ¿puede estar comiendo sin saber un alimento transgénico?, le preguntaron. «En este momento esa es la situación en la Argentina», reconoció. Pero, añadió, «Pakistán y la India hubieran tenido un caos total en materia de alimentos», de no ser por la modificación genética que permite mayor rendimiento.

Respecto de los tipo de maíz transgénicos aprobados por la Unión Europea, que son comerciales en la Argentina, Kierkebusch explicó que hay tres variedades que tienen la anuencia del viejo continente. En ese sentido aseguró que el país «no enfrenta un problema comercial directo con Europa, porque lo que está aprobado en Europa, también lo está en la Argentina», dijo. (Infosic)

Granos de difícil exportación

Buenos Aires.- Presionados por el mercado internacional que desconfía de los granos transgénicos los exportadores de los Estados Unidos pagan más alto los granos producidos con semillas convencionales, señaló una nota publicada por The New York Times.

Japón, el mayor importador de granos de EEUU «quiere imponer la identificación de los productos genéticamente modificados» y México, su segundo importador de maíz, evita usar el producto transgénico para elaborar sus populares tortillas, señala la nota.

A la resistencia de asiáticos y mejicanos se suma el rechazo de los países de la Unión Europea que también recelan de los «organismos genéticamente modificados» para elaborar sus alimentos. Por tal motivo «los acopiadores de granos locales que actúan como intermediarios entre productores y exportadores, ya piden la separación de algunos tipos de maíz genéticamente modificados para aplacar a los compradores», señala.

La diferenciación de los productos «está gestando un sistema de doble precio, más alto para los productos agrícolas convencionales y más bajo para los genéticamente modificados», señala.

A modo de ejemplo, indica que Archer Daniels Midland Co. una de las firmas líderes del mercado interno norteamericano, viene «pagando a algunos agricultores 0,18 dólares extra por bushel (35,23 litros) de soja no alterada».

Por su parte la Asociación Americana de Productores de Maíz que representa a unas 14.000 empresas familiares aconsejó a sus afiliados «que el año próximo siembren únicamente semillas convencionales».

La entidad recomienda no utilizar transgénicos hasta que lograr respuesta a la pregunta de «cómo EEUU logrará exportar sus cosechas genéticamente modificadas».

Alan Larson, el subsecretario estadounidense de Asuntos Económicos y de Negocios, estimó que su país perdió ventas por unos 200 millones de dólares en la última temporada a causa del rechazo de los importadores a los granos transgénicos.

Petersen señaló que los Estados Unidos «exportan el 33 por ciento de sus cosechas» y que este año «se sembraron con soja y maíz genéticamente modificado unos 24,3 millones de hectáreas» equivalente a «casi la mitad de la siembra nacional de soja y aproximadamente un tercio de la de maíz».

(Télam)


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