Las tretas del débil, Por Pedro Pesatti 03-02-04

La pesca deportiva reúne a millones de aficionados en todo el mundo, y en la Comarca, dotada de pesqueros inigualables, son muy pocos los que se resisten a este arte milenario. En efecto, la pesca nos conecta con las raíces más profundas de la especie humana, con los albores de aquel hombre en cuyo primer contrato con la naturaleza fue estipulada su condición de pescador y cazador.

El hombre, a diferencia del resto de los animales, llegó al mundo desprovisto de todo instrumento para cumplir con las cláusulas de aquel contrato inicial. No fue dotado ni con las afiladas dentaduras del tiburón ni con la hidrodinámica estructura de los mamíferos marinos para capturar a los peces. Por eso, tal vez, por su debilidad congénita, el hombre debió pergeñar mil tretas: así fue desarrollando los instrumentos y artes de pesca que aún nos sirven a nosotros.

La pesca deportiva, por lo tanto, es un arte que estimula no sólo el desarrollo de nuestra destreza física, que ponemos a prueba con cada lanzamiento o cuando debemos clavar con milimétrica precisión al pejerrey en la pesca con boya, sino que también requiere de la intuición, siempre necesaria para encontrar el lugar de pique óptimo y más rendidor; la creatividad, imprescindible para adecuar los instrumentos de pesca a las condiciones particulares de los distintos piques y variedades de peces; y la investigación, para formar los conocimientos sobre las singularidades de los peces y de cada pesquero. Aunque, como bien señalan algunos, la pesca deportiva no es más que un pretexto para reencontrarnos con la madre naturaleza.

Por regla general, el pescador busca lugares apartados, solitarios, «descontaminados» culturalmente, que den la sensación de que allí nadie ha pisado antes, hasta el extremo de privilegiar, muchas veces, el paisaje del pesquero por encima del rendimiento del lugar. Porque es cierto: un buen pescador deportivo se caracteriza por buscar aquella relación inicial del hombre con la naturaleza y, en consecuencia, privilegia la armonía en su relación con el entorno. Por lo tanto, aunque pertenezca a la especie más poderosa que habita el planeta, siempre opta por una lucha de igual a igual con sus piezas. Allí radica la diferencia entre un pescador deportivo y lo que nosotros llamamos un mero «sacador de pescados».

Las reglas de un pescador deportivo

 

1º- El pescador deportivo pone especial cuidado en que su equipo y, especialmente el hilo de su carretel o la tanza que une el anzuelo con la madre, ofrezcan una resistencia equivalente a la que puede ofrecer la pieza, de modo tal que una falla suya posibilite la liberación del pez.

2º- El pescador deportivo sacrifica al pescado una vez en la playa, para no exponerlo al sufrimiento de una muerte lenta.

3º- El pescador deportivo devuelve a las aguas las piezas que no aprovechará como alimento.

4º- El pescador deportivo jamás mutila a las piezas que no aprovechará como alimento antes de devolverlas al mar, como suele suceder con rayas, bagres, gatusos u otras variedades cuando caen en manos de «sacadores de pescado».

5º- El pescador deportivo debe utilizar los instrumentos mínimos e indispensables para capturar a sus piezas. Cualquier agregado en las artes de pesca que desequilibre en favor del pescador la relación de éste con los peces, lo convierte en un «sacador de pescados».

6º- Un «sacador de pescados» es, por regla general, un depredador en potencia.

 

La pesca de los misterios

 

Pescar es conocer el mar. Y en cierto modo, pescar es develar misterios. Sucede que con cada pique experimentamos la misma incertidumbre que nos aguarda cuando nos preguntamos qué habrá debajo del mar, sin desmedro de que en los últimos tiempos las investigaciones oceanográficas, asistidas por la tecnología satelital, hayan despejado la mayoría de los interrogantes que pueden inquietarnos.

Pero si bien las profundidades dejaron de ser ya un terreno exclusivo de escritores de ciencia-ficción o fabulistas, y se despojaron del velo tendido por viejos mitos y leyendas, nadie puede negar tampoco que pese a todo continúan formulándonos las preguntas que nos hechizan cuando nos demoramos frente a sus rompientes.

Todos los pescadores deportivos tenemos algún recuerdo de un pique sensacional, desconocido, casi fantástico, por lo general en horas de la noche, que acabó con nuestro equipo o nos llevó toda la tanza sin que pudiéramos saber de qué pieza se trataba. Son esos piques los que más se recuerdan, los que quedaron sin resolverse. ¿Qué pez habrá sido?, ésa es la pregunta que nos hacemos a sabiendas de que jamás descifraremos la respuesta.

Por eso es muy difícil definir la pesca deportiva o las motivaciones profundas de quien se embarca en esta pasión. Lo sencillo es definir a su opuesto, al «sacador de pescados», a ese que con una tanza 0.80 arranca a un gatuso de las aguas y tras esto lo revolea por el aire hasta hacerlo caer diez o veinte metros detrás suyo, lo más cerca posible de su sombrilla, para culminar la hazaña festejando su ocurrencia, como un verdadero estúpido.

Un pescador deportivo no «saca» peces del agua; es ése su último objetivo. Su búsqueda está centrada en el pique, en ese instante único, irrepetible, y en la lucha con la pieza. Salvando las distancias, es como el artista lanzado al encuentro de la inspiración, que también lucha para sacar a luz la fugacidad de ese momento hasta convertirlo en una obra de arte.


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