¿Lo mataron? ¿Se suicidó? ¿Quién ganó con todo esto? ¿Lo amenazaron con algo muy valioso?

La acusación de Nisman contra la jefa del Estado, con una fuerte gravedad institucional, se vio superada en las últimas horas por la misteriosa muerte del fiscal, justo cuando tenía que ir a informar al Congreso con qué pruebas contaba para hacer tamaña imputación.

ANÁLISIS/ LAS DUDAS A ESTA HORA

Nada de lo que los periodistas puedan escribir por estas horas responderán los interrogantes desatados en la sociedad tras la muerte de Alberto Nisman, el jefe de la investigación por el atentado contra la AMIA que pidió la indagatoria de la presidenta Cristina Fernández acusándola de encubrir el ataque a la mutual judía para poder volver a hacer negocios con Irán.

La acusación de Nisman contra la jefa del Estado, con una fuerte gravedad institucional, se vio superada en las últimas horas por la misteriosa muerte del fiscal, justo cuando tenía que ir a informar al Congreso con qué pruebas contaba para hacer tamaña imputación.

Las afirmaciones oficiales dan cuenta de un departamento cerrado con llave, de un cadáver en el baño con un balazo en la sien y una pistola calibre 22, con su respetivo casquillo, a pasos del cuerpo.

Las dudas públicas expresadas por la gente de la calle y también por dirigentes de la oposición, en cambio, hacen creer que esto tiene olor a “crimen” y visos “mafiosos”.

Los que conocieron a Alberto Nisman saben que no era un hombre que iba a menos. Sobrevivió indemne a las miserias de la causa que llevó adelante el entonces juez Juan José Galeano -hoy a la espera de un juicio oral por encubrimiento- y fue elegido por el entonces presidente Néstor Kirchner para llevar adelante una unidad especial de la Procuración para investigar el atentado.

Se codeó desde allí con los funcionarios del Gobierno Nacional, trabajó mano a mano con los espías elegidos en la Casa Rosada para profundizar la pesquisa y coqueteó con la Embajada de Estados Unidos y los organismos de inteligencia internacionales que podían suministrarle información para atrapar a los ideólogos de la masacre.

Pero hubo un problema: se quedó afuera cuando la Casa Rosada decidió sellar su pacto con Irán habilitando una Comisión de la Verdad que revisara su investigación, por la que tenía precio su cabeza en Medio Oriente.

Ese acuerdo fue el que llevó a Nisman a lanzar la denuncia contra la presidenta Fernández. Lo que motorizó a la oposición a convocarlo. Lo que generó que el oficialismo avisara que hoy estarían esperándolo con “los tapones de punta”.

Este escenario dispara todas las hipótesis: ¿Lo mataron? ¿Se suicidó? ¿Quién ganó con todo esto? ¿Pudo haberse arrepentido? ¿Lo dejaron solo? ¿Lo amenazaron con algo muy valioso?

Sea lo que sea habría que preguntarse qué le pasó a un hombre de 51 años para terminar con un tiro en la cabeza justo cuando acababa de desafiar al poder con una de las denuncias más graves que han salpicado a la República durante la democracia.

Y un misterio aún más interesante: qué llevó a Nisman a formular esa acusación presidencial durante la feria judicial de enero -pese a que la investigación comenzó hace dos años- y en medio de una guerra de espías en la que el Gobierno abrió fuego al echar a los agentes a los que creía infieles.

Las dos respuestas Nisman se las llevó a la tumba.

DyN

Patricia Blanco Fernández


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