«Lo que le pasó a mi hijo ya no le importa a nadie»

El niño sufrió gravísimas quemaduras con carbón activado que había en un baldío. El pequeño sólo se puede mover en un silla de ruedas. Su padre reclama justicia.

NEUQUÉN (AN).- Lucas Cañete lloró ayer cuando este diario fue a visitarlo. Tenía miedo de que le pidieran que mostrara las quemaduras y los injertos que invaden sus piernitas y sus pies.

Se tranquilizó más tarde cuando al fin le creyó al fotógrafo que no hacía falta más martirio que el que le toca todos los días, cada vez que su papá Eduardo le cambia los vendajes.

El nene de 8 años tiene un gesto de tristeza grabado en la cara. Y ayer sufrió en silencio durante varias horas hasta que se animó a decirle a su mamá Flor María que aunque sea en la silla de ruedas el quería ir al festejo del día del niño que ayer se hizo en el barrio Confluencia.

«Le daba cosa porque no puede hacer nada, no puede subirse a un pelotero, ni puede correr, nada de nada, pero fue igual, en la silla de ruedas que tiene que devolver a fin de mes», cuenta la mamá del pequeño Lucas el pequeño protagonista de una dolorosa historia. El domingo 1 de febrero, el niño y dos de sus ocho hermanos jugaban en lo que creían era un montón de arena junto al decadente arroyo Durán, alguna vez un límpido brazo del río Limay. No era arena sino un par de toneladas de carbón activado, un material frío por fuera pero que en su interior alcanza temperaturas de más de 300 grados centígrados. Corrió y lloró quemándose vivo el pequeño Lucas. Fue la última vez que pudo correr. Entre las pocas buenas que pueden contar los Cañete es que hace dos meses pudo volver a dar algunos pasos y andar aunque sea unos metros.

«Acá todavía no se sabe quién tiró esa porquería, acá no ha venido ningún político, nos han interrumpido el tratamiento que estábamos haciendo en Buenos Aires y si usted le viera las patitas se muere de la impresión. Se han olvidado de lo que pasó. Quiero que salga, que se sepa», se quejó ayer el papá de Lucas quien reclama por los responsables.

Antes de llegar a la silla y de cubrirse con una remera rayas en las piernas del niño se pueden ver las quemaduras, como arañas enormes que ocupan sus muslos. La peor parte está en los pies, protegidas por los vendajes que Eduardo aprendió a cambiar, manteniendo asepsia total.

«No sabe usted el cuidado que hay que tener para bañarlo y para cambiarlo, ahora está dando algunos pasitos pero yo lo noto que está triste. Sabe lo que es para un nene de ocho años estar como está. Lo ayuda la sillita que le alquiló una señora de Plottier, por tres meses. Los otros tres meses los donó el señor que es dueño del lugar que alquilan», sostuvo Flor María ayer por la tarde en su humilde casa del barrio Confluencia. Allí funciona una despensita que atiende con la ayuda de sus hijos más grandes.

«Cuando mi marido (que es mecánico) iba a Buenos Aires nos arreglamos con lo que sacamos del almacén. Yo la pasé mal allá, me hizo mal la humedad y estuve diez días internada», contó la mujer a este diario. Por eso, el que terminó yendo al hospital de Quemados, fue el papá.

«Pero ahora nos interrumpieron el tratamiento, nos dicen que lo tenemos que seguir acá. Me preocupa porque le estaba haciendo bien el tratamiento. Nos han cortado todo, parece que a nadie le preocupa», agregó Eduardo Cañete.

Hace 15 años que los Cañete viven en Confluencia, mucho menos que el basural donde estaba el carbón activado. En el baldío que da al arroyo Durán hasta que pasó lo que pasó había un cartel que decía: se reciben escombros y alguien aprovechó para llevar la o las camionadas del material. Dice que Flor que todos los días pasan vehículos a tirar basura. Siempre fue así.


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