Los chicos y los adolescentes neuquinos elaboran un idioma propio y regional

Sus códigos resultan, muchas veces, incomprensibles para el adulto.

NEUQUEN (AN).- Cuando hablan entre ellos o si están en situaciones límite, los adolescentes y chicos neuquinos dejan aflorar su más genuino idioma: nunca pronunciarán la letra «s» de institución, constitución o construcción; dirán siempre «segundario» en lugar de secundario e imprimirán a su habla una velocidad casi chillona que eliminará -también- la «s» de las terminaciones, sean plurales o no.

Han construido su propio argot con palabras que provienen del tradicional lunfardo rioplatense, acumulan términos propios de la provincia o de las provincias de donde son originarios sus padres y, en último pero no menor lugar, figuran los vocablos y expresiones provenientes de Chile y de los mapuches, o de ambos en forma simultánea y que, a veces y sólo a veces, asimilan el habla a la «tonada mendocina». En todos los casos, sus códigos suponen dificultades de comprensión para los adultos.

Comparten con su generación un dialecto que se extiende por todo el país. Las palabras más comunes son «cool» -algo muy de onda-; «birra» para la cerveza -del inglés «beer»-; el alboroto devenido en «bardo» -y nada que ver con los poetas de la antigüedad-; los «limados» que están arruinados por sus adicciones, porque «la droga los limó»; los okupas; los caretas y los que dicen que «hay bocha» de algo

También son comunes las palabras que inventaron los chicos y ya fueron aceptadas por el mundo adulto -con su carga discriminatoria y/o vejatoria- en referencia con el mundo de la sexualidad: así por ejemplo «bala» o «balín» para designar al varón homosexual; «trava», «travieso» o «travesaño» como encubrimiento de travesti; «comerse la masita» para designar a un homosexual; «tirar los galgos» cuando se trata de seducir a

otra persona.

Por último, se usa «patova» como apócope del patovica, para designar -despectivamente y acaso como venganza por el maltrato que se recibe de él- al custodio de boliche.

Se trata de un dialecto tribal cuyo uso constante no tiene importancia cuando el hablante «es capaz de modificar su manera de hablar de acuerdo con la situación», afirma la lingüista Angela Di Tullio.

Es decir, que puede utilizarlo con sus pares pero cambiarlo y usar el código común, aceptado por la sociedad cuando se trata de relaciones más formales o de rango institucional.

Sin embargo, denota una absoluta pobreza de recursos cuando el «bolú» o «boludo», el «viejita, plata para la birra» o el «fiera» y otros términos más son el único universo verbal que los chicos dominan casi a la perfección. La rapidez en el hablar y el hermetismo están vinculados con la necesidad de diferenciarse y de mantener a la tribu aislada del resto de la sociedad.

Otra vez Di Tullio: si el lenguaje sólo se expresa a través «de un léxico restringido y malsonante, de estructuras gramaticales elementales, entonces el problema es muy serio». Respecto de la ausencia de la «s» final, Di Tullio recordó que el castellano hablado en Rosario prácticamente la suprimió y acaso sea por el influjo de la inmigración italiana. En el Valle, además de registrarse un alto porcentaje de familias de ese origen, también está la presión de otras corrientes.

Se refirió a la influencia chilena por la cual muchos no pronuncian «los ojos» sino «lojojoj». No se trata de una expresión que se dé en otra zona geográfica del país y la más aproximada que es, por ejemplo, «bojque» en lugar de «bosque», se da en la provincia de Buenos Aires.

En un ensayo sobre «Influencias de las lenguas indígenas en el español de Chile», Miguel Correa Mujica expresa que es mapuche el origen de la operación fonética que transforma el sonido «tr» en «chr».

Ese sonido puede escucharse en los barrios neuquinos y en la zona rural de la provincia, cuando los hablantes dicen «chres» en lugar de «tres»; «cuachro» por «cuatro» o «chradición» en vez de «tradición».

El ensayista chileno cita también al alemán Rodolfo Lenz, citado por Esteban Erize en su diccionario mapuche-castellano, que relevó «alrededor de diez rasgos fonéticos del mapuche» en el castellano hablado en ese país.

Menciona la palatización -aspiración- de la «j» que transforma en ese sonido las «s» finales cuando no las anula al unir dos palabras -como en «lojombre» por «los hombres»; la diferenciación entre «ll» e «y», el mencionado sonido «chr», que resulta una novedad para el castellano hablado en otras provincias argentinas. Lenz también recopiló la aspiración de la «s» al finalizar las sílabas, y en este punto existe una discusión en la que terció el filólogo Amado Alonso en varios artículos de sus «Estudios lingüísticos».

Gerardo Burton

gburton@rionegro.com.ar

Nota asociada: La batalla lingüística de Borges hace casi un siglo El machismo hilarante Infograma (Hacer click aca)  

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