Los dilemas del ídolo y su ‘enfermedad’ albinegra

Flamante campeón, el Ruso habla de su amor por el club y su no carrera como DT.

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El 14 de octubre de 2007, Cipolletti jugó un partido casi forzado con un Boca B en el que sólo se destacaba el colombiano Fabián Vargas. Eran tiempos de bonanza, el equipo ganaba, las aguas aún no estaban del todo divididas y la petrolera OPS aportaba fondos para la campaña. Ese cotejo tuvo muchas cosas extrañas: estuvo a punto de suspenderse, luego el club xeneize decidió no mandar a los titulares, OPS amagó con iniciar acciones legales y en el medio, los dirigentes albinegros decidieron que ese fuera el cotejo despedida del último gran ídolo: Henry Héctor Homann. HHH, como le dicen algunos de sus amigos, no se molestó. Jugó 20 minutos, transpiró, recibió una plaqueta, varias ovaciones y colgó los botines. Jura no sentir dolor por los desplantes que ha recibido de las diferentes dirigencias a lo largo de los años y entiende que hay “otros homenajes que son más valiosos”. Dos ejemplos se le vienen a la cabeza: El Goldo Sáez, ahora ex jugador de Cipolletti y flamante refuerzo de Juventud Antoniana, fue bautizada Henry en su honor; y Manuel Gutiérrez se tatuó su firma en una de las pantorrillas. Durante ocho años el Ruso fue un alma errante. Anduvo en el fútbol grande (Racing y Platense), por clubes de Uruguay, Perú, México y Chile, jugó Copa Libertadores, se transformó en héroe de un club como Cerro, pero siempre tuvo en su cabeza una sola idea: “regresar a Cipolletti y jugar en el club”. No entra en su estructura mental la idea de estar lejos de la localidad que lo vio nacer. Hace un par de semanas ganó su primer título como entrenador, con la primera local albinegra en la liga Confluencia, y lo disfrutó como una vuelta olímpica en la ‘A’. Llamativamente, y siendo un hombre que vive de y para el fútbol, ya no tiene grandes aspiraciones ni piensa en una carrera como entrenador. Su primera experiencia lo marcó: fue en 2006, cuando Domingo Perilli dejó el equipo y él, capitán de ese plantel, se puso el buzo de DT. La campaña fue mala, debió irse antes y el equipo descendió al Argentino B un tiempo después. –¿Te sentiste maltratado durante ese tiempo? –La verdad es que acepté el cargo medio obligado. Nadie me puso un revólver en la cabeza, pero no estaba seguro, sentía que podía seguir jugando. Fue una decisión difícil, pero entendí que no había otra persona que encajara como yo. Nunca fui de sacarle el lomo a las cosas en Cipolletti. Que yo fuera el DT había creado un clima especial, pero después no se dieron los resultados. –¿El descenso te pegó duro? –Fue uno de los momentos más triste ese día que descendimos con Paz Júniors. Yo no dirigía ya y lo escuché por radio. Lloré como un perro. –¿Dónde residía tu inseguridad? –No había hecho la experiencia, sentía que no había transitado los caminos para llegar ahí. Hoy me siento más capaz que en esa época para estar a ese nivel, porque llevo varias años en la liga. Todo es un proceso. –¿Ahora pensás que puede ser una carrera la de DT para vos? –No tengo mentalizado que esto sea una carrera para mí. Me retiré como jugador y sufrí como loco, de técnico no quiero que me vuelva a pasar. Quizá sea un técnico de cabotaje, quizá dirija hasta fin de año y no lo haga más. No tengo el proyecto de ser DT porque no tengo intenciones de irme de la ciudad. Sufrí mucho cuando lo hice. Tampoco podría dirigir a algún equipo que vaya a enfrentar a Cipolletti. –¿Te psicoanalizaste cuando dejaste de jugar? –No, pero me hubiese venido bien porque estuve depresivo. Lo mío comparado con jugadores de Boca, de River, de tipos reconocidos, no es nada. Hay tipos que se han suicidado. Lo que pasa es que mientras sos jugador te sentís con toda la vitalidad, y cuando dejás te parece que no servís para nada, que sos un inservible. Por suerte me metí en el club y fui llevando el dolor, lo canalicé por ahí… Pero son cosas muy diferentes dirigir y jugar. Y yo moría por jugar. –Entonces… –Mi proyecto personal es vivir en mí ciudad y trabajar en el club que amo, estar ligado al fútbol de Cipolletti en la función que me toqué. No trabajo de técnico para vivir, lo hago por gusto y porque quiero estar en el club. Son elecciones de vida, desde ya. –¿Dónde entra el título de la liga Confluencia en una dilatada trayectoria como la tuya? –Era algo que yo quería con el alma, una revancha personal. Desde el principio del torneo les decía a los chicos que podíamos ser campeones. Siempre tuve confianza, incluso cuando perdimos el partido con Catriel. Aparte, lo logramos con pibes, un promedio de edad de 19 años tiene el plantel. Acá se decía ‘no salís campeón, lo que haces no sirve para nada’. No estoy de acuerdo porque para mí los mejores DT no son los que salen campeones. Yo no trabajé ni mejor ni peor que el año pasado y sin embargo dimos la vuelta. También se decía ‘no le ganamos a tal, somos unos muertos’. Pero hay que ganarles a todos, es dura la liga, más cuando la afrontás con chicos. Le cerramos la boca a muchos. –A varios dirigentes se les ha escuchado decir que no tenés el mismo carácter para dirigir que para jugar. –Quizá sea así, son maneras de ver el fútbol. No creo que gritarle a un jugador vaya a cambiar algo. Con Lorenzo (Frutos) coincidimos en que no es necesario un grito, que al jugador hay que llegarle con pedagogía y ejemplos. –Entonces, ¿qué va a ser de la vida de Homann DT? –Seguiré en el club, en la función que sea y para lo que me demanden. Yo voy a morir en la ciudad y en el club. Imaginate que ni siquiera entiendo a la gente que se muda y se va a otros lugares. Para mí están locos. (Sebastián Busader)

Todos sus caminos conducen a Cipolletti: El “Ruso” no se imagina lejos de la ciudad ni trabajando en un club que lo pueda enfrentar al albinegro.


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