Los guardadiques del Ballester: secretos de un oficio que le da vida al Valle

Esta semana volvieron a poner en marcha el sistema de riego para que la fruticultura pueda generar alrededor de u$s 650 millones al año. Aquí cuentan la pasión por un trabajo que se transmite de generación en generación.

Ahí va Cacho, el perro histórico de los guardadiques. Camina tranquilo, espera la comida sin desesperarse, se tira al sol. “Es un maestro. Es igualito al del video de Maluma”, comenta el Zorro Sasso mientras le da una palmada en la cabeza y se va a ver cómo marcha el asado que prepara con mano experta su compañero el Charo Jorquera, que hace un rato levantó una de las cinco compuertas de la bocatoma y largó el agua para el riego.

Es la mañana del lunes y arden las brasas: el vacío y los choris se acercan a su punto justo, protegidos del viento por chapas, a la vera del Canal. Es un día de fiesta para los diez hombres que manejan la monumental obra que dio sentido a la región un siglo atrás. Si aquellos visionarios levantaron un dique para contener las inundaciones y crear un valle en el desierto, este grupo de amigos que está por sentarse a la mesa lo maneja con orgullo y pasión.

La misión

El caudal de 5 metros cúbicos por segundo que dejó pasar el Charo a la mañana tras levantar 25 cm la mole de hierro marcó el comienzo de la temporada de riego. A medida que transcurran los días y liberen más agua, los 130 km del Principal irrigarán más de 50.000 hectáreas, 35.000 personas tendrán trabajo en la cosecha y la fruta generará ingresos por alrededor de 650 millones de dólares. “Ese es nuestro laburo, dar vida al Valle. Depende mucha gente de la fruticultura, no les podemos fallar. Por eso nuestra alegría cuando el agua corre hacia las chacras”, dice el Charo mientras rocía la carne con salmuera y el Cacho viene a saludar.

Hay otros perros cerca: hacen guardia en el semáforo que detiene a los conductores que pasan sobre el Ballester. Entrenados por sus amigos los guardadiques, se acercan a las ventanillas de los vehículos y si no pasa nada siguen al próximo. “Los petroleros siempre les tiran lo que sobran de la vianda”, cuenta Daniel Pasadelli, el capataz. “El otro día nos dejaron una caja con ocho cachorritos. Por suerte los pudimos ubicar, ya hay muchos acá”, agrega.

Temores

Si atender a los perros es el menor de los problemas de los guardadiques, el mayor, el más temido, son las crecientes. Cuando se viene el agua, el que esté de turno tiene que reaccionar rápido y bien. “Hay que maniobrar las compuertas y dejar pasar el caudal necesario para que no se rompa nada. Y hay que dejar pasar todo, ramas, troncos, maleza, que no se complique la bocatoma”, cuenta el Charo. Para él y sus compañeros, el doble objetivo central es mantener el nivel del embalse en 3,50 metros y el del Canal en hasta 72 metros cúbicos por segundo en temporada alta de riego. “Para eso estamos acá”, agrega.

Empezó a aprender el oficio cuando tenía apenas seis años y llevaba el almuerzo que le mandaba su mamá a su papá. Vivían a 400 metros del dique y ese mundo de compuertas, contrapesos y antiguos motores ingleses lo atrapó para siempre. Y si su padre le enseñó el oficio, él hizo lo mismo con su hijo. “Buen maestro el viejo, buen maestro”, dice Pablo mientras agrega leña y da vuelta las tiras.

Solos en la madrugada

Pablo es uno de los que tomó la posta. Otro es Franco Jara, con 24 años el más joven del grupo. Su bisabuelo trabajó en la construcción del dique y su abuelo y su padre lo tuvieron a cargo, como él ahora. No debe ser fácil tener la responsabilidad de manejarlo solo, en la madrugada. “Los primeros días me daba un poco de miedo maniobrarlo, pero después me acostumbré. Todos los días aprendo de mis compañeros más grandes. Me recibieron muy bien. Lo primero que me recomendaron es que ante una crecida o situación anormal esté tranquilo, que no me desespere. ‘Si tenés alguna duda llamanos que te damos una mano’, me dijeron”.

El más joven. Franco Jara, 24 años.

La nueva generación. Andrés Silva, 32 años.

Andrés Silva, con 32 años, es otro de los nuevos . En su caso, vinculado además a la mantención de los equipos, toda una aventura artesanal con motores británicos de 100 años. “Dejé mi currículum y me tomaron. Es lindo laburar acá”.

La mesa está servida y los más antiguos cambian bromas. Ahí están Demetrio Martínez, los Tapia, los Jorquera, Andrés Silva, el Zorro Sasso, veteranos de mil batallas. Aparece con los primeros choris Pablo, el hijo de Rubén, para responder la última pregunta. “¿Que es lo más lindo de este trabajo? Esto, estar acá, en el dique, al lado del Canal. Mirá lo que es este lugar. Acá crecimos y acá nos quedamos…”.

“Hace 10 años que estoy acá y me enamoré del Dique… el lugar, la belleza, la importancia que tiene para el Alto Valle. Pensar que cuando llegué desde Viedma no lo conocía. Es impresionante…”
Daniel Pasadelli, el capataz.

El día que tomaron el dique

El viernes 6 de octubre del 2017 estaba de turno uno de los guardadiques más antiguos, Oscar Tapia (59), que aprendió el oficio de su padre y que cumplirá 40 años de servicio en mayo próximo. En plena temporada alta de riego en las chacras, un grupo de habitantes de la zona irrumpió para exigir que se cortara el agua: querían hallar el cuerpo de un joven que se había suicidado arrojándose al Canal. Tapia consultó a sus superiores y la respuesta fue que no se podía interrumpir el riego .

Enfurecidos, los vecinos tomaron el control y bajaron las compuertas. Fue un momento de extrema tensión, porque Tapia y su jefe, Pablo Degele, que había arribado al lugar al enterarse, intentaban persuadirlos de que abandonaran esa actitud o que al menos no rompieran los equipos. “Lo más raro de todo era estar discutiendo de eso con vecinos de Barda, gente conocida del pueblo, pero no había manera de que entendieran. Fue algo muy peligroso para el dique y para nosotros”, recuerda Oscar.

“El chico se ahogó en el kilómetro 8. Fue muy doloroso para la familia y para nosotros. Nos pedían algo que no podíamos hacer. Nos trataron bastante mal, tomaron el sistema de compuertas y la cabina. Finalmente el cuerpo fue encontrado a unos 50 metros de donde había caído”, relata Pablo.

Los daños provocados ese día fueron estimados en $ 4 millones y se inició una causa judicial.

Con todo, ambos prefieren poner el foco en otras cosas hoy. Oscar, por ejemplo, en todo el tiempo que pasó acá. “Una vida”; dice en coincidencia con sus colegas de la misma generación, como Sasso o Martínez. Pablo Degele, por su parte, destaca el espíritu con el que trabajan los guardadiques: “Es muy lindo ver el sentimiento que tienen por el Ballester”.

Las reliquias del museo

Si vas al dique no dejés de pasar por el museo. Entre muchas otras reliquias, vas a encontrar hermosas fotografías de la epopeya de los pioneros que lo construyeron, piezas originales, camillas del hospital que montaron, una butaca del cine, planillas de jornales y una espectacular réplica en madera de la obra que le dio sentido a la región 100 años atrás para contener las inundaciones e irrigar más de 50.000 hectáreas productivas. Unos 4.000 alumnos de escuelas lo visitan por año.

Fotos: Matías Subat


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