Los hitos de la cultura argentina en los Estados Unidos
Borges fue una inspiración para los escritores.Manuel Puig sorprendió con su acento latino.Hoy Hollywood pelea por "El anatomista".
La fascinación que ha ejercido el pensamiento norteamericano sobre la cultura argentina es tan insoslayable que se puede rastrear sin dificultades tanto en la tradición que va desde Sarmiento a Borges como en las nuevas generaciones de narradores y cineastas.
Menos sistemática ha sido en cambio la operación inversa, cristalizada en una serie de fenómenos que colocaron a la producción cultural argentina en el centro de la escena norteamericana: estos hitos, insuficientes para postular una relación de reciprocidad intelectual entre ambos países, se generaron en su mayoría para satisfacer una demanda de exotismo -siempre orientada a Latinoamérica- o bien para resarcir antiguas incorrecciones políticas.
Alguna vez, la literatura norteamericana fue una de las más ricas e innovadoras del género: así lo confirman las obras de autores como John Dos Passos, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Herman Melville o Edgar Allan Poe (sólo por citar algunos).
Sin embargo, hubo un momento, allá a comienzos de los 60, en que todas aquellas originales maneras de contar perdieron terreno frente a la novedad que significó la irrupción de los nuevos formatos audiovisuales y la disolución de algunas ideas que hasta entonces habían guiado el curso de la historia. Y entonces apareció Jorge Luis Borges.
«Las obras de Borges llegan a Estados Unidos en un momento de gran depresión para la literatura norteamericana, que por ese entonces sigue las líneas del siglo XIX y aún no ha entrado en contacto con la posmodernidad», señala el crítico y ensayista Jaime Alazraki en una entrevista telefónica desde Nueva York, donde se desempeña como profesor de la Universidad de Columbia.
«Por esos años, John Updike publicó un artículo donde sostenía que la obra borgeana era muy peculiar y no podía ser imitada: él estaba encandilado con todo ese mundo de procedimientos narrativos -de artificios- que Borges empleaba para armar sus cuentos, y que denominaba «la realidad del artificio»», explica el investigador.
Updike, autor de novelas como «Corre, conejo» o «Parejas» y considerado uno de los exponentes esenciales de la novela norteamericana actual junto con Thomas Pynchon y John Cheever, no fue el único que exaltó los atributos del autor argentino. Su colega John Barth, notable ensayista y creador de «La ópera flotante» y «Quimera» -entre otras obras-, dio a conocer en 1967 «La literatura del agotamiento», un texto clave en la definición de lo que la década del 80 denominó «literatura posmoderna».
El escritor estaba convencido de que la literatura había llegado a un punto en el cual los grandes proyectos estéticos estaban agotados. En ese marco, Borges había logrado imprimir nuevas direcciones a la narrativa norteamericana.
La influencia del autor de «Ficciones» en la cultura norteamericana goza de un mérito doble: además de convertir a la Argentina en un foco de atención por aquellos años, lo hizo bajo fundamentos que exceden el folclore vinculado a lo latinoamericano. Esta asociación, en cambio, fue inevitable con otros hitos sucesivos, entre ellos la publicación de la novela «El beso de la mujer araña», de Manuel Puig, que despertó inmediata fascinación en el público y los críticos norteamericanos.
Editado originalmente en 1976, el libro narra la relación que se establece en una cárcel brasileña entre Valentín y Molina, respectivamente un preso político y un homosexual, este último también enamorado de las grandes «stars» de la época de oro de la cinematografía norteamericana.
La historia fue convertida primero en obra teatral, luego en comedia musical -se representó durante más de cinco años en Broadway y salió de gira por distintas ciudades de los Estados Unidos-, más tarde en ópera con música del alemán Hans Werner Henze y en 1985 llegó al cine de la mano del director argentino Héctor Babenco y con un elenco encabezado por William Hurt, Raúl Juliá y Sonia Braga. El filme fue candidato a cuatro nominaciones para el Oscar -mejor película, mejor guión adaptado, mejor director y mejor actor principal- pero se llevó sólo una estatuilla dorada, que recayó en Hurt.
«Cuando vi la película en la cabina de montaje, antes de que saliera sobre la pantalla, estaba muy preocupado… me parecía muy distinta del libro. Pero cuando la vi después con el público fue una sorpresa enorme. En el libro y en las versiones teatrales, Valentín tenía más matices, en el filme es menos conflictivo y también menos contradictorio», aseguró Puig en una entrevista publicada en abril de 1986 en la revista «Crisis».
«Quizá esta graduación es la que funcionó para el público norteamericano, la otra en cambio no los habría convencido. Quiero decir… un público reaccionario encuentra, por ejemplo, simpático a este Valentín, porque queda golpeado por su generosidad, por el hecho de que él sea capaz de hacer un sacrificio como hacer el amor con el otro, contra todos sus prejuicios sexuales. En resumen, yo no siento mía la película pero veo que funciona, y con eso me quedo en paz», explicó en ese mismo reportaje.
La novela de Puig entrelaza escenarios y personajes marginales con una devoción casi kistch por las heroínas hollywoodenses, dos aspectos que conforman un arquetipo de narración relacionado de manera indiscutida con Latinoamérica y que ha generado un interés casi maniático en la cultura norteamericana.
Las relaciones culturales entre la Argentina y los Estados Unidos sufrieron un nuevo cimbronazo cuando en 1997 se estrenó «Evita», versión cinematográfica de Alan Parker que tuvo como protagonista a la cantante Madonna y que resultó controvertida por sus imprecisiones históricas.
El último eslabón de impacto en el mundo cultural norteamericano se produjo en 1998 con la publicación en Estados Unidos de la novela «El anatomista», de Federico Andahazi. Tras haber superado la escandalosa impugnación como mejor novela del Premio Fortabat y luego de batir récords de ventas en la Argentina, el escritor recibió una oferta de la editorial Doubleday, que le pagó 200.000 dólares por los derechos de publicación en inglés.
Desde hace algunos meses, dos directores y un actor se disputan los derechos cinematográficos de la novela: a las ofertas de los directores Milos Forman y la de Héctor Babenco, se acaba de sumar la del actor español Antonio Banderas, que se mostró muy interesado en la historia. ¿Un nuevo fenómeno se avecina? (Télam).
Julieta Grosso y Alicia Martínez Pardíes
La fascinación que ha ejercido el pensamiento norteamericano sobre la cultura argentina es tan insoslayable que se puede rastrear sin dificultades tanto en la tradición que va desde Sarmiento a Borges como en las nuevas generaciones de narradores y cineastas.
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