Los invisibles trashumantes

No es el propósito de estas líneas agotar un tema con tantas y tan controvertidas aristas (tenencia de la tierra; desertificación; soberanía alimentaria; patrimonio genético; etc.) sino simplemente socializar algunas inquietudes, respecto a un conjunto de familias que obtienen su sustento de una actividad tan antigua como valiosa desde el punto de vista ambiental, social, cultural y económico, entre otros, como lo es la ganadería trashumante, principal fuente de ingresos para miles de personas en Neuquén.

En 2005 acompañé a un reducido grupo de crianceros, integrantes de una Asociación de Fomento Rural del norte de Neuquén, a una reunión, la primera en su tipo a nivel mundial, de ganaderos nómadas y trashumantes que tuvo lugar en Turmi, Etiopía a 900 kilómetros al sudoeste de Addis Abbaba, su ciudad capital. Allí se congregaron más de 120 crianceros, pastoralistas como se los conoce en la literatura específica en el hemisferio norte, provenientes de 25 países, más unas 100 personas vinculadas al sector (agentes de gobierno; organizaciones internacionales; ongs y otros organismos). Esto fue, aun para alguien como yo, que lleva más de veinte años trabajando en estrecho contacto con familias crianceras trashumantes, una experiencia reveladora que me permitió tener una perspectiva más amplia de lo que representa la ganadería móvil en el contexto internacional (entre 150 y 200 millones de personas en el mundo viven de ella), pude conocer cuáles son las políticas de los diferentes países para ese sector de la sociedad y qué importancia relativa tienen los crianceros de otras partes del mundo en la toma de decisiones que los afectan directamente. Mientras que en otros países, incluso del primer mundo (España, Francia, Italia) se está revalorizando la ganadería móvil como algo positivo en muchos aspectos, en Neuquén cada vez le damos menos importancia. Se la estigmatiza como una práctica retrógrada, caótica, innecesaria y perturbadora para el ambiente. En Neuquén -en especial en el norte- hay gran cantidad de familias crianceras que año tras año ven cómo se reduce su horizonte, cómo se les cierran las posibilidades de seguir viviendo de la ganadería trashumante. Sus hijos, abrumados por la falta de posibilidades y de estímulos abandonan el campo pasando a engrosar, casi sin excepción, los bolsones de pobreza y las listas de desocupados en los centros poblados.

Este importante colectivo social está siendo cada vez más invisibilizado. Es tal el grado de apatía hacia los crianceros que ya prácticamente ni se habla de ellos. Para empeorar las cosas, últimamente, en distintos ámbitos (académicos, profesionales, políticos, religiosos) se ha puesto de moda la palabra «campesinos» queriendo hacer alusión con ella a los crianceros. Esto, que puede parecer una nimiedad, en absoluto lo es: mucho se ha escrito sobre la importancia de la palabra, de los signos y los significados en la comunicación humana. Sabemos que aquello que no se menciona, que no se nombra, de a poco, comienza a desaparecer, y eso es lo que está ocurriendo con los crianceros neuquinos. Sólo se hace referencia a ellos un par de veces al año: para el tiempo de los chivitos, como nota de color. De este modo, al desaparecer los crianceros de nuestra cotidianidad, desaparecen junto con ellos sus problemas, sus derechos, su historia, su futuro.

De continuar esta tendencia en lo referente a las políticas (o a la falta de ellas) orientadas a mejorar las condiciones para el desarrollo de su actividad, más temprano que tarde, los crianceros serán solo un recuerdo, una exótica atracción turística, o bien tendrán una sala especial en algún museo de ciencias naturales.

(*) Ingeniero zootecnista de Chos Malal

GABRIEL PALMILI (*)


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