Los jueces dejaron libre a Rinaldi con disímiles argumentaciones

Durante una hora y cincuenta minutos, los jueces leyeron los fundamentos de la sentencia que dejó libre a Nicolás Rinaldi. Coincidieron en que no se le puede atribuir colaboración en un homicidio que no fue planificado, que ocurrió sin su presencia. En consecuencia se desconoce qué aporte realizó para que se concrete. Más allá del acuerdo general, los camaristas le dieron distintos enfoques a las pruebas que se conocieron durante el juicio oral. Le dieron gran importancia al testimonio de los médicos. Reconocieron el trabajo de los investigadores, pero dijeron que el esfuerzo no alcanzó.

Emilio Castro:

“Otro fue el autor, sin que Rinaldi lo esperara”

NEUQUEN (AN)- El juez Emilio Castro fue el más categórico al fundamentar la absolución de Rinaldi. Esta es la síntesis:

• No tenemos ni la menor idea sobre si (Rinaldi) estuvo en el lugar y momento de la muerte, ni, en caso afirmativo, qué pudo haber hecho allí y entonces.

• La fiscalía y la querella proceden por la simple vía de conectar dos momentos; si (Rinaldi) estuvo antes con ella (Zarza), y estuvo luego con el cuerpo muerto, tuvo que ver con lo ocurrido en el ínterin, tuvo relación con la muerte.

• Pero todos los médicos coinciden en que el parto no fue programado, no fue premeditado, no fue preparado; que fue un acontecimiento que sorprendió al autor o a los autores, sea o sean quien sea o quienes sean.

• Si alguien quería provocar el parto para co

nservar el niño vivo, sería absurdo que intente un parto a los siete meses, sin necesidad y sin apoyo técnico suficiente. Si querían matar al niño, no podrían dejar a la madre viva, tendrían que matarla. En tal caso, ¿para qué provocar el parto y no matarla directamente, dos pájaros de un solo tiro?. En todo caso, si querían hacer desaparecer el feto era más fácil matar a la madre (y con ella al niño) y luego extraerlo con un corte. Pero ¿hacer parir? ¿Para qué?.

• Tendríamos que suponer un culto macabro, algo nada usual; y a quien pretende algo extraordinario, le corresponde probarlo.

• Si simplemente querían matar a la madre (y esto es lo que importa) y la suerte del niño no les importara, entonces, ¿para qué el parto? Si habiendo querido matar a la madre, ésta comienza el trabajo de parto, ¿para qué esperarlo?; ¿por qué no matarla directamente? ¿Qué procedimiento de muerte podía durar tanto como para que ella empezara a parir, si la querían matar?.

• Si no hay ninguna explicación que incluya la muerte de la madre ni la extracción del feto como algo querido, entonces no se puede presumir que ninguna de las dos cosas fue querida.

• Es claro que el parto (prematuro) no fue algo buscado, que se produjo, quizás, como consecuencia de un golpe sobre la espalda de la víctima; pero no con el fin de provocar ese parto, como quedó demostrado, porque sería absurdo, ya sea que se quisiera rescatar al niño y matar a la madre, o matar al niño, o a ambos.

• Podría suponerse que fue Rinaldi quien golpeó, en medio de una acalorada discusión, a Zarza, como consecuencia de lo cual se desencadenó el trabajo de parto, y luego la dejó en manos inexpertas (un partero, un enfermero, un operador clandestino); pero para considerar esa posibilidad sería preciso que las acusaciones le hubieran atribuido ese golpe y, además, que lo hubieran probado. Y no ocurrió lo primero, ni menos lo último, que puede sospecharse, pero no afirmarse, con lo que hemos visto y oído.

• Todos los testigos nos dicen que Nicolás jamás ejerció ningún acto violento con nadie, y menos con María Alejandra.

• Si la muerte de Zarza no fue buscada de antemano, no puede decirse que Rinaldi quisiera aportar algo a un hecho que no estaba aún en la mente del autor.

• Se puede pensar en alguna mala intención de Rinaldi, pero cualquiera que sea, no tiene vinculación subjetiva con lo ocurrido.

• Es posible pensar como probable que el acusado haya querido delegar la solución del problema en otro. Puede haberla llevado a este desconocido «otro» con ese fin, no para que la mate (lo cual, no me cansaré de repetirlo, está excluido por las opiniones de los médicos).

• Lo más que podríamos suponer es que otro lo hizo sin que él lo esperara.

• Quizá este larguísimo proceso estuvo guiado por las hipótesis más

fantasiosas, sugeridas por la imaginación popular o por formadores de opinión.

• Su comportamiento posterior, supuesto que hubiera participado en la tarea de hacer desaparecer el cadáver, podría corresponder a un encubrimiento, que no se le acusa y para lo cual deberíamos saber a quién encubre.

• El vínculo límpido entre el momento anterior (el último en que se vio viva a María Alejandra) y posterior (aquel otro en que el acusado habría ayudado a abandonar el cadáver en el único lugar de la zona en que se encuentra la florcita del perito Polischuk, flor que Rinaldi habría pisado para nuestra fortuna), se rompe, se interrumpe. Si ya no hay continuidad, la presunción de las partes acusadoras, cae. En el intervalo pudo ocurrir cualquier cosa.

• Tampoco afirmo que esté demostrada plenamente la total inocencia del acusado; su personalidad hace improbable cualquier acto violento contra otro, y menos aún contra María Alejandra; pero no podría excluirse alguna situación extraña, en la que haya actuado como una mísera parodia de Rodión Raskolnikov (…) u obedecido a alguien con una extraordinaria voluntad criminal y que tuviera gran poder sobre él.

•Lo que afirmo es que no está probado lo que se le acusa, tal como se le acusa, lo que no es lo mismo y es lo que importa.

Adulterio y estupidez

NEUQUEN (AN)- En su voto, el camarista Castro definió como «la otra adúltera» a la víctima, y se refirió a la parte «en este comercio sexual» en que incurrió. Así lo dijo:

• Supongamos una familia que acoge a otra, formada por el hijo y una compañera (digamos, a nuestros fines, una nuera); tienen muy buen concepto de ella, la quieren, como también, lógicamente, a la hija de estos dos jóvenes, nieta de la familia original. Entonces se produce una infidelidad, una estupidez (de esto sí podemos culpar a Nicolás Rinaldi; del homicidio, no) y la otra, la mujer con la que se cometió el adulterio, que sabe a ciencia y consciencia que su compañero tiene su familia, etc., proclama a diestra y siniestra su parte en este comercio sexual, su amor, etc., como también informa a quien quiera escucharla, que van a este y aquél motel para tener relaciones sexuales, etc. Llama tres veces por semana a la casa de los Rinaldi, preguntando por el imputado; ¿no tiene lógica que molestara, que no quisieran comunicarla? ¿Qué hay de sorprendente? ¿Qué los hace malvados, por esto? ¿Por qué la compañera del imputado, que se aleja sentimentalmente de él cuando se entera del embarazo de la otra, sería una mala persona? ¿No sería lógico que estuviera tan enojada con él como con quien, para ella, era la otra adúltera?.

• Quedo con el regusto amargo de no haber podido saber lo que pasó, de no poder afirmar nada con certeza; y de sentir que a la familia de María Alejandra y a la sociedad en general, le sigue quedando pendiente el resarcimiento moral; y peor, aún: en un momento en que flota una sensación de inseguridad general, de general impunidad. Pero no por cumplir con éstos, condenaré a alguien sin prueba suficiente y clara de su culpa, o en violación a la garantía de la Defensa en Juicio, que nuestra civilización tiene como un logro fundacional. Decía Platón, por boca de Sócrates, que si es malo sufrir injusticia, peor es cometerla.

Notas asociadas: José Víctor Andrada: «Fue un hecho accidental, la muerte no ocurrió en su presencia» Cecilia Luzuriaga de Valdecantos: «La entregó a alguien de su confianza» La absolución de Rinaldi dejó otro asesinato impune y provocó una manifestación de repudio  

Notas asociadas: José Víctor Andrada: «Fue un hecho accidental, la muerte no ocurrió en su presencia» Cecilia Luzuriaga de Valdecantos: «La entregó a alguien de su confianza» La absolución de Rinaldi dejó otro asesinato impune y provocó una manifestación de repudio  


Emilio Castro:

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