Los libros y los conquistadores

Por Héctor Ciapuscio

El Congreso de la Lengua que se realizó en Rosario nos dejó varios beneficios, entre los cuales una preciosa edición comentada de «Don Quijote de la Mancha» (en un solo tomo de 1.250 páginas, adquirible por veinticinco pesos) y con ello, naturalmente, la tentación para volver a leerlo. Del clásico cervantino se ha dicho prácticamente todo; es genial e inmortal sin vuelta de hoja, tanto que solamente la Biblia lo aventaja en traducciones y ediciones. Para apuntar sobre su fama recordemos que el año pasado, a cuatrocientos años de su aparición, la sociedad de libreros de Noruega les preguntó a cien escritores famosos de todo el mundo cuál consideraban «el libro más significativo de todos los tiempos» y el «Quijote» encabezó airosamente los votos, aventajando a los clásicos de Homero, Shakespeare y Tolstoi.

Es sabido que la obra trata de un hidalgo que, aficionado a leer libros de caballerías se vuelve loco, le da por creer que es caballero andante y sale tres veces de su aldea en busca de aventuras hasta que, obligado a regresar a su casa, enferma, recobra el juicio y muere cristianamente. Precisamente, de los infinitos temas que sugiere el texto nos interesa aquí el de esta curiosa literatura de los libros de caballería, porque da pie para relacionarla con la increíble hazaña de los exploradores y conquistadores españoles en nuestra América. En la larga lista de «el donoso y grande escrutinio» que el cura y el barbero hacen de la biblioteca de Alonso Quijano el Bueno para arrojar al corral los libros culpables de que éste perdiera el seso y se pretendiera Don Quijote, hay uno en especial que salvan por ser el mejor y por fundador de la especie: el «Amadís de Gaula» de Rodríguez de Montalvo.

Pues bien, la historia de Bernal Díaz de Castillo sobre la conquista de México, publicada en 1519, mencionaba que a los oficiales del conquistador Hernán Cortés las cosas que veían en el reino indígena de Moctezuma les «parecían obras de encantamiento como las que se cuentan en el libro del Amadís». Esto prueba que, así vislumbró con perspicacia Italo Calvino en 1985, «el Descubrimiento y la Conquista van acompañados en el imaginario colectivo de aquellas historias de gigantes y encantamientos que el mercado editorial de la época ofrecía». Documentadamente confirma ahora ese hallazgo Hugh Thomas en su monumental «El Imperio Español. De Colón a Magallanes» (Ed. Planeta, 840 pags., Bs. As. 2004) que narra los treinta años extraordinarios en que un puñado de hombres duros y apasionados exploraron y conquistaron el Nuevo Mundo y convirtieron a España en el primer imperio moderno. El historiador inglés -famoso por su clásico estudio de la guerra civil española- refiere también que las enormes exageraciones del mencionado cronista de la conquista de México muestran que algunos guerreros se trastornaron tanto a causa de ese libro y sus retoños como Cervantes hace en el suyo que se trastorne Don Quijote. El «Amadís», dice, sigue siendo hoy en día un libro maravilloso que conserva su encanto. No hay duda de que los aventureros españoles que viajaban con un ejemplar del libro en el equipaje se dejaron influir por él. «Puede que algunos incluso llegasen a creer que si el héroe de la historia podía matar cien mil hombres sin dificultad lo mismo podrían hacer ellos».

Hay que decir que también muchos lectores pacíficos del siglo XVI sudamericano estaban obsesionados con las novelas de caballerías, uno de los entretenimientos preferidos. Las gozaba 'El Inca' Garcilaso, quien escribió en el Perú sus «Comentarios Reales». Le encantaban a santa Teresa de Jesús, que «los leía a escondidas de mi padre». Se refiere, además, que hasta nombres de ciudades que se fundaron o de geografías que se enfrentaron proceden sin duda alguna del «Amadís» o de la serie de historias y relatos maravillosos que inspiró ese libro. Es el caso de la palabra «California» para esa región, del nombre «Amazonas» para el gran río y -algo que nos toca de cerca- hasta de la designación del más meridional de los dominios españoles en las Américas: «Patagonia».

Así, la novísima edición del clásico cervantino que nos ha dejado como de regalo el Congreso de la Lengua abre, entre tantas pistas, -la riqueza del «Quijote» es infinita- una apropiada para despejar algo sutil de los enigmas que la asombrosa exploración y conquista del Nuevo Mundo siempre ha despertado: las motivaciones de los hombres que con tan menguados medios las lograron. Vemos que en conjunción con fuerzas reconocidas como el patriotismo, la religión y la codicia, también los movilizó esa sed quijotesca de aventuras y maravillas que sólo la invención literaria y la fábula son capaces de despertar.


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