Los límites del poder

Aún no sabemos a ciencia cierta la respuesta a una pregunta clave: ¿le importa más al gobierno dar la impresión de ser capaz de aplastar la rebelión del campo, que encontrar una fórmula sensata que sirva para poner fin a una crisis que de prolongarse mucho más tendría consecuencias nefastas para todos? Por desgracia, todavía parecería que lo que más les interesara a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y a su marido es convencer al país de que ningún sector puede obligarlos a cambiar el rumbo que han elegido. Desde su punto de vista, es mejor persistir en el error, de lo que sería ceder y de este modo establecer un precedente que otros procurarían aprovechar. De no haber sido por la inflexibilidad del gobierno, hubiera terminado el conflicto con el campo bien antes de que adquiriera sus dimensiones actuales, pero por motivos políticos los Kirchner han preferido hacer de él un enfrentamiento entre ellos y quienes más han aportado a la recuperación económica.

No sólo está en juego un «modelo» económico que se basa en la idea de que el papel del campo debe consistir en subsidiar a la industria y mantener barato el costo de los alimentos populares además, claro está, de llenar de dinero la caja que manejan los Kirchner con un grado casi absoluto de arbitrariedad. También es cuestión de la actitud política maniquea de una pareja que entiende que la mejor forma de construir poder consiste en dividir la población entre supuestos buenos y malos, atacando a estos últimos en nombre de una presunta mayoría virtuosa representada, obvio es decirlo, por el matrimonio gobernante. Gracias a la bonanza posibilitada por los elevados precios internacionales de los productos del campo, dicha modalidad funcionó con eficacia durante los más de cuatro años que duró la gestión presidencial de Néstor Kirchner, pero a esta altura parece muy poco probable que funcione con Cristina sentada en el sillón de Rivadavia. Por el contrario, si continúa agrediendo a quienes se atreven a oponérsele, los índices de aprobación que la acompañaron durante los primeros cien días de su presidencia se verán reemplazados por otros de desaprobación aún más altos. Para rescatar su gestión, pues, le será forzoso aprender a actuar como una presidenta normal que entienda muy bien la necesidad de respetar las reglas fijadas por la Constitución, que consagra la división de poderes, y por la realidad socioeconómica. Mal que le pese, hoy en día gobernar en una democracia implica dialogar, y esto supone algo más que la voluntad de repetir las palabras «por favor» y «humildemente» cuando las circunstancias lo exigen. Para apaciguar a los hombres del campo, el gobierno tendrá que ofrecerles concesiones un tanto mayores que las que según se informa está dispuesto a considerar.

Si no fuera por la convicción generalizada de que en el fondo la suba de las retenciones se debió a la hostilidad evidente de los Kirchner hacia el campo, un territorio que parecen creer está ocupado exclusivamente por una oligarquía vacuna rapaz, latifundistas antipatrióticos y golpistas en potencia, el paro no hubiera contado con el apoyo firme de una gama tan amplia de organizaciones rurales. Tampoco hubiera persistido tanto tiempo, ya que los agricultores y ganaderos son conscientes de que de agravarse el desabastecimiento en las ciudades la clase media urbana los dejará de respaldar. Pero desgraciadamente para los rebeldes que, desbordando a sus dirigentes, están cortando rutas para impedir el paso de camiones cargados de alimentos, los conflictos de este tipo tienen su propia lógica y los más enojados, que son los chacareros de la pampa húmeda, se sienten tentados a asumir posturas cada vez más duras aun cuando no puedan sino entender que les resultarán contraproducentes si les cuesta la simpatía de sus aliados coyunturales. Por este motivo, a la larga el gobierno lleva las de ganar en lo que para él es un mano a mano con «los piqueteros de la abundancia», pero a lo sumo se trataría de una victoria a lo Pirro en una contienda que, con más sentido común y menos ideología a un tiempo rencorosa y fantasiosa por parte de un gobierno encabezado por dos personas que parecen creerse convocadas por el destino a reeditar en otro terreno las batallas de treinta años atrás, nunca se hubiera producido.


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