Los mercados al ataque

Para los convencidos de que una consecuencia de la implosión financiera del 2008 sería que los gobiernos, encabezados por los del Grupo de los 20, se las arreglaran para minimizar el papel de los mercados y de este modo asegurar cierta estabilidad, lo que sucedió la semana pasada fue aleccionador. Puede que sólo se haya tratado de un susto pasajero, pero los hay que lo tomaron por una señal de que la crisis económica internacional está entrando en una nueva fase que resultará ser aún más desconcertante que la primera. Al difundirse el temor a que no sólo Grecia sino también España y Portugal podrían verse obligados a declararse en default, se desplomaron virtualmente todos los mercados bursátiles del mundo, revirtiendo la tendencia alcista que hasta entonces hacía pensar que la economía internacional estaba por recuperarse del bajón provocado por la debacle financiera que se originó en el mercado inmobiliario de Estados Unidos. Aunque tanto las autoridades ibéricas como las helénicas procuraron asegurar a los pesimistas que sus respectivos países serían plenamente capaces de honrar sus compromisos, el que todos entiendan que por motivos políticos les será sumamente difícil reducir drásticamente el gasto público pudo más que los esfuerzos por tranquilizarlos. Irónicamente, entre quienes más hicieron para sembrar la alarma estuvo el economista norteamericano Paul Krugman, un partidario entusiasta del intervencionismo estatal, quien opinó que España vive «un colapso económico».

Siempre ha sido muy fácil, y muy tentador, denunciar a estos entes colectivos que se llaman mercados por irracionales e incluso inhumanos, pero para todos salvo ciertos políticos la retórica en tal sentido suele resultar contraproducente, ya que quienes compran y venden acciones, bonos y otros valores propenden a llegar a la conclusión de que los que hablan así no tienen interés en intentar corregir las distorsiones que provocaron inquietud y que por lo tanto les convendría alejarse de ellos cuanto antes. Es lo que está sucediendo en la zona del euro. Para los griegos y portugueses, es casi imposible conseguir créditos a tasas razonables. Los españoles, seguidos por los irlandeses e italianos, pronto podrían encontrarse en una situación igualmente ingrata. Como sucedió luego del colapso en septiembre del 2008 del gigantesco banco de inversión Lehman Brothers, cuando la desconfianza hizo tambalear muchas instituciones antes consideradas sanas, la desconfianza puede perjudicar a quienes en otras circunstancias no tendrían motivos para preocuparse, razón ésta por la que los problemas de Grecia han repercutido con tanta fuerza en España y Portugal y amenazan con hacerlo en Irlanda e Italia. También podrían ser afectados el Reino Unido y Estados Unidos, donde los gobiernos del primer ministro Gordon Brown y el presidente Barack Obama han acumulado déficits públicos tan grandes como los de los países más débiles de la zona del euro. Si bien a diferencia de Irlanda y los países del «Club Mediterráneo» los anglosajones pueden atenuar sus dificultades devaluando la moneda, los están mirando con interés las empresas calificadoras de riesgo además, claro está, de los especuladores.

Un año y medio atrás, los gobiernos del G20 y muchos otros coincidieron en que, frente a la negativa de las instituciones financieras privadas a arriesgarse prestando dinero, no había otra alternativa que intervenir en los mercados repartiendo «paquetes de estímulo» de dimensiones colosales. Desgraciadamente para aquellos países que no pueden modificar el valor de la moneda que utilizan, sus gobiernos no pueden aplicar el remedio así supuesto sin el aval de sus socios más poderosos que llevan la voz cantante en el Banco Central Europeo. Puesto que el presidente del BCE, el francés Jean-Claude Trichet, se resiste a permitir que cualquier país de la zona del euro viole las reglas severas que se adoptaron a fin de garantizar la estabilidad de la moneda común, todo hace pensar que Grecia, Portugal, España e Irlanda tendrán que luchar solos contra los mercados. Mal que les pese a sus gobernantes, parecería que la idea de que, merced a la crisis financiera mundial, en adelante lo económico tendría que subordinarse a lo político sigue siendo nada más que una expresión de deseos.


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